"HE APRENDIDO A AMARME SOLA",
dice Alison Lapper, una pintora sin brazos.
La vida ha sido difícil para esta mujer inglesa, Alison
Lapper, nacida el 7 de abril de 1965 en Burton, Staffordshire,
Inglaterra. Nació sin extremidades superiores -condición denominada
focomelia en la literatura médica y consistente en una malformación muy
rara, producida por causas genéticas o ambientales-, y con las piernas más
cortas de lo normal.
Sus padres se separaron cuando ella nació. Alison
tenía sólo cuatro meses cuando su madre aceptó verla por primera y última vez.
Fue abandonada por sus padres, obreros de una fábrica automovilística del
condado de Yokshire, y debió pasar su infancia en un colegio junto a otros
niños con limitaciones físicas -“éramos niños de exposición”, relata-. A los 19
años, decidió viajar sola a Londres y obtuvo su diploma en Bellas Artes.
Gracias a su trabajo persistente y a su creatividad excepcional logró ser
reconocida como una pintora talentosa en el Mundo.
Ha debido enfrentar la discriminación y la
exclusión en su vida y en su profesión. Sin embargo, ha mantenido su optimismo
y su fortaleza, lo que constituye un ejemplo y una enseñanza de vida.
Quedo embarazada y decidió tener su hijo, que es
una de sus mayores motivaciones y alegrías. “Vivo sin obligaciones, al día,
¿quién puede decir lo mismo?”, dice. “Mi cuerpo es bello. No estoy
acomplejada”.
Un artista amigo le hizo una escultura que
sugiere la imagen de la Venus de Milo. Alison afirmó: “A ella nunca le
reprocharon ser una minusválida. ¿Por qué, entonces, me lo reprochan a mí sin
cesar?
Agrega frecuentemente: “He aprendido a amarme
sola”. “¿Por qué colocar a los minusválidos por encima o por debajo de los
demás? Calificarnos de monstruos o de ángeles es formular el mismo insulto. Es
excluirnos del mundo. Yo soy una mujer sexuada, tan fuerte o tan débil como
cualquiera. Igual de buena o de mala”.
A los 38 años de edad, con motivo de su cumpleaños,
viajó desde Inglaterra a París para cumplir su deseo de subir a lo más alto de
la Torre Eiffel. Iba acompañada de su hijo Parys, de 3 años. Fue una gran
ascensión para una mujer nacida sin brazos y con dos piernas demasiado cortas,
pero aceptó el reto de buen humor.
“Detesté ser niña”, relata. Del hospital en
que nació fue enviada al Schailey Heritage Institute, en Sussex (Inglaterra).
Allí pasó toda su infancia rodeada de otros niños que se parecían a ella
físicamente. “Éramos varios niños sin miembros, a consecuencia de la ola de
talidomida que tomaron nuestras madres [la talidomida fue un fármaco que
comercializaron entre los años 1958 y 1963 y que los médicos de la época
recetaban como sedante y como calmante de las náuseas durante los tres primeros meses
de embarazo]; para nosotros era difícil mantener el equilibrio. No podíamos
estar sentados sin caernos y éramos incapaces de levantarnos. Entonces, nos
cogían y nos colocaban sobre un zócalo de yeso. Éramos niños de exposición”,
recuerda Alison, sonriendo.
Desde los tres meses intentaron implantarle brazos
y piernas artificiales. “Eran pesados y poco confortables. Con esos aparatos me
sentía más torpe todavía. Desde que supe hablar pedí que me los quitaran. La
gente abusa de su poder sobre los niños. De hecho, esas prolongaciones no me
las ponían tanto por mi bienestar cuanto por el suyo”, afirma.
Cuando cumplió 12 años comprendió plenamente su
limitación. “Hasta entonces estuve demasiado ocupada siendo niña”. A partir de
ese momento, abandonó la niñez para adentrarse en la pubertad y comenzó a
comprender su diferencia. Experimentó los cambios de su cuerpo y asumió su rol
de mujer.
Refiere: “Tengo muchas cosas que probar, más que
cualquier otra persona, así que decidí tener una actitud positiva. Yo también
tengo derecho a ello, aunque tenga que estar continuamente peleándome con las
barreras y con los límites”.
Su primera gran conquista fue la del mundo, fuera
del instituto. “A los 19 años me fui sola a Londres. En coche. Acababa de
conseguir mi permiso de conducir tres meses antes”. Alison se siente muy
orgullosa de este logro; de hecho, en su contestador automático precisa: “No
puedo responderle, quizás esté conduciendo”. Aún recuerda aquella aventura:
“Sabía que me la estaba jugando. O la ciudad me salvaba o me mataba. Viví
momentos muy duros. Sólo tenía un amigo, Christian, un negro enorme al que le
debo muchas cosas. Él me ayudó a encontrar un apartamento. Seguí unos cursos en
el Art College durante un año y, después, en el Hammermith College en el oeste
de Londres. Un curso, en el que, evidentemente, era la única minusválida”. Tuvo
que enfrentarse a las exclusiones, los golpes bajos y las miradas
inquisitoriales que le lanzaban. “De pronto me convertí en una excepción”.
También en esta ocasión supo ver el lado positivo: “La confrontación con el
exterior era necesaria para saber lo que podía aguantar, para alcanzar mi
propia autoestima. Me quedé cinco años en Londres antes de conseguir, en 1994,
mi diploma en Bellas Artes en la universidad de Brighton”.
Comenzó a pintar a los tres años. “Pinto con la
boca a golpe de pequeños movimientos secos de cabeza, como hacen esos perros
colocados en el salpicadero del coche”, explica. Su pintura ha obtenido
reconocimiento y ha sido premiada con la mayor condecoración de Inglaterra, el
Member of the British Empire (MBE) por los servicios prestados al arte. Se la
entregó la reina en persona. “No sé cuáles son exactamente esos servicios.
Tampoco sé quién me propuso para este título. El voto es anónimo. Quiero creer
que sólo se ha juzgado mi trabajo artístico y no mi deformidad”.
Las grandes culminaciones de su vida han sido su
embarazo y su maternidad. “Nunca pensé en ser madre. Al ser inconcebible para
los demás, había terminado por serlo también para mí”. “Parys es un maravilloso
accidente”, confiesa. “No es una revancha. Es sólo mi milagro”. Alison llevó a
su hijo en su cuerpo de sólo unos cuantos centímetros y dio a luz a un niño
entero y rubio. “Había un riesgo de herencia, pero no se sabía con exactitud.
Los médicos vigilaron la evolución del feto y desde la semana 24 supe que sería
normal. Estaba contenta por él, porque sé las dificultades vitales que uno
tiene cuando es físicamente diferente. Pero, en cualquier caso, lo habría
tenido igual. Pensar o decir lo contrario, ¿no sería rechazar mi propia
existencia?”. ¿El padre del niño? No habla de él. “¡No se merece a
Parys!”. Alison se desenvuelve sin él, como lo hizo desde niña sin sus padres.
“Mamá no tiene brazos”, dice Parys, como una
explicación. Quizás todavía no se dé cuenta de las miradas que la gente lanza a
su madre en la calle o en la guardería cuando va a buscarle todos los días.
“Quizás un día se avergüence de mí. Parys tendrá su propia experiencia de mi
minusvalía en los prejuicios de la gente. Sin duda se hundirá en sus miradas
crueles. La única prueba de amor que puedo darle es proporcionarle todo el
cariño y la autoestima que necesite. Eso es lo único que cuenta. La única
riqueza”, subraya Alison.
No se lamenta de su diferencia, “lo pago muy caro,
pero soy libre de ser como soy. ¿Quién puede decir lo mismo? No tengo una
función que cumplir ni estoy sujeta a un papel determinado. Vivo sin
obligaciones, al día”, afirma mientras Parys, con sus pequeñas manos, le da
masajes en el cuello.
Desde hace cinco años vive en una casa que se
compró en Shoreham Beach, en Sussex. “Es la primera vez que me quedo tanto
tiempo en un lugar. Arreglé la casa, pero ya comienzo a aburrirme”, afirma.
“Habría sido yo misma con o sin mi minusvalía. Habría sido alguien fuerte, de
cualquier manera. Y quizás todavía más fuerte. Sin duda me habría permitido más
locuras, más instantes de sinrazón. ¡Qué sé yo! Hay que estar ya loca para
reconocer la diferencia y reírse. También hay que estarlo para alimentar, desde
que nací, esta pulsión vital”.
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Otra información sobre Alison Lapper en:
https://www.instagram.com/alison_lapper_mbe/?hl=es-la
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