lunes, 23 de enero de 2012

Pintora inglesa sin extremidades superiores. Alison Lapper.



Alison Lapper en embarazo. Escultura de Marc Quinn,  ubicada en Trafalgar Square, Londres.


"HE APRENDIDO A AMARME SOLA",  

dice Alison Lapper, una pintora sin brazos.

 

La vida ha sido difícil para esta mujer inglesa, Alison Lapper, nacida el 7 de abril de 1965 en Burton, Staffordshire, Inglaterra. Nació sin extremidades superiores -condición denominada focomelia en la literatura médica y consistente en una malformación muy rara, producida por causas genéticas o ambientales-, y con las piernas más cortas de lo normal.

 

Sus padres se separaron cuando ella nació. Alison tenía sólo cuatro meses cuando su madre aceptó verla por primera y última vez. Fue abandonada por sus padres, obreros de una fábrica automovilística del condado de Yokshire, y debió pasar su infancia en un colegio junto a otros niños con limitaciones físicas -“éramos niños de exposición”, relata-. A los 19 años, decidió viajar sola a Londres y obtuvo su diploma  en Bellas Artes. Gracias a su trabajo persistente y a su creatividad excepcional logró ser reconocida como   una pintora talentosa en el Mundo.

 

Ha debido enfrentar la discriminación y la exclusión en su vida y en su profesión. Sin embargo, ha mantenido su optimismo y su fortaleza, lo que constituye un ejemplo y una enseñanza de vida.

 

Quedo embarazada y decidió tener su hijo, que es una de sus mayores motivaciones y alegrías. “Vivo sin obligaciones, al día, ¿quién puede decir lo mismo?”, dice. “Mi cuerpo es bello. No estoy acomplejada”.

 

Un artista  amigo le hizo una escultura que sugiere la imagen de la Venus  de Milo. Alison afirmó: “A ella nunca le reprocharon ser una minusválida. ¿Por qué, entonces, me lo reprochan a mí sin cesar?

 

Agrega frecuentemente: “He aprendido a amarme sola”. “¿Por qué colocar a los minusválidos por encima o por debajo de los demás? Calificarnos de monstruos o de ángeles es formular el mismo insulto. Es excluirnos del mundo. Yo soy una mujer sexuada, tan fuerte o tan débil como cualquiera. Igual de buena o de mala”.

 

A los 38 años de edad, con motivo de su cumpleaños, viajó desde Inglaterra a París para cumplir su deseo de subir a lo más alto de la Torre Eiffel. Iba acompañada de su hijo Parys, de 3 años. Fue una gran ascensión para una mujer nacida sin brazos y con dos piernas demasiado cortas, pero aceptó el reto de buen humor.

 

 “Detesté ser niña”, relata. Del hospital en que nació fue enviada al Schailey Heritage Institute, en Sussex (Inglaterra). Allí pasó toda su infancia rodeada de otros niños que se parecían a ella físicamente. “Éramos varios niños sin miembros, a consecuencia de la ola de talidomida que tomaron nuestras madres [la talidomida fue un fármaco que comercializaron  entre los años 1958 y 1963 y que los médicos de la época recetaban como sedante y como calmante de las náuseas durante los tres primeros meses de embarazo]; para nosotros era difícil mantener el equilibrio. No podíamos estar sentados sin caernos y éramos incapaces de levantarnos. Entonces, nos cogían y nos colocaban sobre un zócalo de yeso. Éramos niños de exposición”, recuerda Alison, sonriendo.

 

Desde los tres meses intentaron implantarle brazos y piernas artificiales. “Eran pesados y poco confortables. Con esos aparatos me sentía más torpe todavía. Desde que supe hablar pedí que me los quitaran. La gente abusa de su poder sobre los niños. De hecho, esas prolongaciones no me las ponían tanto por mi bienestar cuanto por el suyo”, afirma.

 

Cuando cumplió 12 años comprendió plenamente su limitación. “Hasta entonces estuve demasiado ocupada siendo niña”. A partir de ese momento, abandonó la niñez para adentrarse en la pubertad y comenzó a comprender su diferencia. Experimentó los cambios de su cuerpo y asumió su rol de mujer.

 

Refiere: “Tengo muchas cosas que probar, más que cualquier otra persona, así que decidí tener una actitud positiva. Yo también tengo derecho a ello, aunque tenga que estar continuamente peleándome con las barreras y con los límites”.

 

Su primera gran conquista fue la del mundo, fuera del instituto. “A los 19 años me fui sola a Londres. En coche. Acababa de conseguir mi permiso de conducir tres meses antes”. Alison se siente muy orgullosa de este logro; de hecho, en su contestador automático precisa: “No puedo responderle, quizás esté conduciendo”. Aún recuerda aquella aventura: “Sabía que me la estaba jugando. O la ciudad me salvaba o me mataba. Viví momentos muy duros. Sólo tenía un amigo, Christian, un negro enorme al que le debo muchas cosas. Él me ayudó a encontrar un apartamento. Seguí unos cursos en el Art College durante un año y, después, en el Hammermith College en el oeste de Londres. Un curso, en el que, evidentemente, era la única minusválida”. Tuvo que enfrentarse a las exclusiones, los golpes bajos y las miradas inquisitoriales que le lanzaban. “De pronto me convertí en una excepción”. También en esta ocasión supo ver el lado positivo: “La confrontación con el exterior era necesaria para saber lo que podía aguantar, para alcanzar mi propia autoestima. Me quedé cinco años en Londres antes de conseguir, en 1994, mi diploma en Bellas Artes en la universidad de Brighton”.

 

Comenzó a pintar a los tres años. “Pinto con la boca a golpe de pequeños movimientos secos de cabeza, como hacen esos perros colocados en el salpicadero del coche”, explica. Su pintura ha obtenido reconocimiento y ha sido premiada con la mayor condecoración de Inglaterra, el Member of the British Empire (MBE) por los servicios prestados al arte. Se la entregó la reina en persona. “No sé cuáles son exactamente esos servicios. Tampoco sé quién me propuso para este título. El voto es anónimo. Quiero creer que sólo se ha juzgado mi trabajo artístico y no mi deformidad”.

 

Las grandes culminaciones de su vida han sido su embarazo y su maternidad. “Nunca pensé en ser madre. Al ser inconcebible para los demás, había terminado por serlo también para mí”. “Parys es un maravilloso accidente”, confiesa. “No es una revancha. Es sólo mi milagro”. Alison llevó a su hijo en su cuerpo de sólo unos cuantos centímetros y dio a luz a un niño entero y rubio. “Había un riesgo de herencia, pero no se sabía con exactitud. Los médicos vigilaron la evolución del feto y desde la semana 24 supe que sería normal. Estaba contenta por él, porque sé las dificultades vitales que uno tiene cuando es físicamente diferente. Pero, en cualquier caso, lo habría tenido igual. Pensar o decir lo contrario, ¿no sería rechazar mi propia existencia?”. ¿El padre del niño? No habla de él. “¡No se merece a Parys!”. Alison se desenvuelve sin él, como lo hizo desde niña sin sus padres.

 

“Mamá no tiene brazos”, dice Parys, como una explicación. Quizás todavía no se dé cuenta de las miradas que la gente lanza a su madre en la calle o en la guardería cuando va a buscarle todos los días. “Quizás un día se avergüence de mí. Parys tendrá su propia experiencia de mi minusvalía en los prejuicios de la gente. Sin duda se hundirá en sus miradas crueles. La única prueba de amor que puedo darle es proporcionarle todo el cariño y la autoestima que necesite. Eso es lo único que cuenta. La única riqueza”, subraya Alison.

 

No se lamenta de su diferencia, “lo pago muy caro, pero soy libre de ser como soy. ¿Quién puede decir lo mismo? No tengo una función que cumplir ni estoy sujeta a un papel determinado. Vivo sin obligaciones, al día”, afirma mientras Parys, con sus pequeñas manos, le da masajes en el cuello.

 

Desde hace cinco años vive en una casa que se compró en Shoreham Beach, en Sussex. “Es la primera vez que me quedo tanto tiempo en un lugar. Arreglé la casa, pero ya comienzo a aburrirme”, afirma. “Habría sido yo misma con o sin mi minusvalía. Habría sido alguien fuerte, de cualquier manera. Y quizás todavía más fuerte. Sin duda me habría permitido más locuras, más instantes de sinrazón. ¡Qué sé yo! Hay que estar ya loca para reconocer la diferencia y reírse. También hay que estarlo para alimentar, desde que nací, esta pulsión vital”.

 

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Otra información sobre Alison Lapper en:

 

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