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El abordaje del temor y el sufrimiento
Por Jiddu Krishnamurti
Quien les habla no está pronunciando una conferencia; no está
persuadiéndolos de algo ni instruyéndolos. Ésta es una conversación entre dos
amigos que sienten algún afecto, algún cariño el uno por el otro, que son
incapaces de traicionarse mutuamente y que tienen ciertos intereses profundos
en común. Por lo tanto, sentados bajo un árbol, están conversando
amistosamente, con un sentimiento mutuo de honda comunicación; la mañana es
encantadora y fresca, el rocío cubre los pastos, y ellos discuten juntos acerca
de las complejidades de la vida. Ésa es la relación que existe entre ustedes y
quien les habla; podemos no conocernos de hecho -somos demasiados- pero es como
si estuviéramos paseando por un camino, mirando los árboles, los pájaros, las
flores, respirando el perfume que impregna el aire, y discutiendo seriamente
acerca de nuestras vidas. No de manera superficial o casual, sino muy
interesados en resolver nuestros problemas. Quien les habla quiere decir
exactamente lo que dice, no hace mera retórica, no intenta causar impresión;
estamos abordando problemas de la vida que son demasiado serios para eso.
Habiendo establecido cierta comunicación entre nosotros
-infortunadamente tiene que ser una comunicación verbal, pero entre líneas,
entre el contenido de las palabras, si uno está por completo atento, hay una
relación más honda, más profunda -tenemos que considerar la naturaleza de
nuestros problemas. Todos tenemos problemas -sexuales, intelectuales, problemas
de relación, los problemas que la humanidad ha creado a través de las guerras,
del nacionalismo, de las llamadas religiones. ¿Qué es un problema? Un problema
es algo que nos lanzan, algo que estamos obligados a afrontar, un reto, mayor o
menor. Un problema que no hemos resuelto, exige de nosotros que le hagamos
frente, que lo comprendamos, que lo solucionemos y actuemos en consecuencia. Un
problema es algo que nos arrojan, a menudo de manera inesperada, tanto al nivel
consciente como al inconsciente; es un desafío superficial o profundo.
¿Cómo abordamos un problema? La manera en que lo abordamos es más
importante que el problema mismo. Generalmente, uno aborda un problema con
temor o con el deseo de resolverlo, de trascenderlo, de luchar contra él, de
evadirlo; o si no, lo descuida o lo tolera. El significado de esa palabra
‘abordar’ es el de llegar tan cerca como sea posible, aproximarse. Teniendo un
problema, ¿cómo lo abordaremos? ¿Nos aproximaremos al problema muy de cerca, o
escaparemos de él? ¿O tendremos el deseo de trascenderlo? En tanto uno tenga un
motivo, el motivo dicta el modo en que abordaremos el problema.
Si uno no aborda un problema libremente, está siempre dirigiendo la
solución conforme a su propio condicionamiento. Suponiendo que uno está
condicionado para suprimir cierto problema, entonces el modo en que lo aborda
también está condicionado, y el problema se distorsiona; mientras que si uno lo
aborda sin motivo alguno y se aproxima mucho a él, entonces el problema mismo
es la respuesta, una respuesta que no es algo que se halla fuera del problema.
Es muy importante ver cómo aborda uno un problema, ya sea un problema
político, un problema religioso o un problema de relación íntima. ¡Hay tantos
problemas! Uno está cargado de problemas. Incluso la meditación llega a ser un
problema. Jamás miramos realmente nuestros problemas. Sin embargo, ¿por qué
debe uno vivir cargado de problemas? Los problemas que no hemos comprendido y
disuelto, deforman toda nuestra vida. Importa mucho darse cuenta de cómo aborda
uno un problema, observándolo y sin tratar de aplicarle una solución; o sea,
viendo en el problema mismo la respuesta. Y eso depende de cómo uno lo encara,
de cómo lo mira. Cuando abordamos un problema, es muy importante que percibamos
nuestro condicionamiento y nos liberemos de ese condicionamiento.
¿Qué es la percepción, qué es el ver? ¿Cómo ven ustedes ese árbol? Mírenlo
por un momento. ¿Con qué visión lo ven? ¿Es solamente una observación óptica,
un mero mirar el árbol con la reacción de los ojos, observando la forma, el
contorno, la luz sobre el follaje? ¿O cuando observan un árbol, lo nombran
diciendo: “Ese es un roble”, y pasan de largo? Al nombrarlo, ya no están viendo
el árbol -la palabra niega la cosa. ¿Pueden mirarlo sin la palabra?
¿Perciben, pues, el modo en que abordan el árbol, el modo en que lo
miran? ¿Lo observan parcialmente, con un solo sentido, el sentido óptico? ¿O lo
ven, lo escuchan, lo huelen, lo sienten, captan el dibujo, abarcan la totalidad
del árbol? ¿O lo miran como si fueran diferentes de él? -por supuesto, cuando
miran el árbol, ustedes no son el árbol. Pero, ¿pueden mirarlo sin una sola
palabra, con todos los sentidos respondiendo a la totalidad de su belleza?
Así, la percepción significa no sólo observar con todos los sentidos,
sino también ver, percibir si existe una división entre uno mismo y eso que uno
observa. Probablemente nunca han pensado acerca de todo esto. Es importante
comprenderlo, porque enseguida vamos a discutir la manera de abordar el temor y
percibir todo cuanto el temor contiene. Es importante que nos demos cuenta de
cómo abordamos esta carga que el hombre ha estado arrastrando por milenios. Es
más fácil percibir algo exterior a nosotros, como un árbol, el río o el cielo
azul, sin nombrarlo -solamente observándolo. Pero, ¿pueden observarse a sí
mismos, mirar todo el contenido de la propia conciencia, el contenido total de
la mente, mirar el propio ser, la forma en que caminan, sus pensamientos, sus
sentimientos, sus depresiones, mirar de tal modo que no haya división alguna
entre todo eso y uno mismo?
Si no hay división, no hay conflicto. Dondequiera que haya división,
tiene que haber conflicto; ésa es una ley. ¿Hay, pues, una división en
nosotros, como la que existe entre el observador y lo observado? Si el
observador aborda el temor, la codicia o el dolor como si lo que tiene que
resolver, suprimir, comprender o trascender, fuera algo diferente de él mismo,
entonces intervienen en ello la división y todo el esfuerzo y la lucha consiguientes.
Entonces, ¿cómo abordan ustedes el temor? ¿Lo perciben sin ninguna
distorsión, sin reacción alguna para escapar de él, para reprimirlo, explicarlo
o aun analizarlo? Casi todos nosotros tenemos miedo de algo o de muchas cosas;
uno puede tenerle miedo a su esposa o a su marido, puede sentir miedo de perder
su empleo, de no tener seguridad en la vejez, miedo a la opinión pública -que
es la más tonta forma del miedo-miedo a tantísimas cosas -la oscuridad, la
muerte, etc. Y ahora nosotros vamos a examinar juntos, no qué es lo que nos
causa temor, sino qué es el temor en sí.
No estamos considerando el objeto del temor, sino la naturaleza del
temor, cómo éste surge, cómo uno lo aborda. ¿Hay algún motivo tras la manera en
que abordamos el problema del temor? Es obvio que comúnmente tenemos un motivo:
el motivo de trascenderlo, de reprimirlo, eludirlo o desdeñarlo. Y como hemos
estado acostumbrados al temor la mayor parte de nuestra vida, lo toleramos. Si
existe alguna clase de motivo, uno no puede ver claramente el temor, no puede
aproximársele. Y cuando uno mira el temor, ¿considera que ese temor se halla
separado de uno mismo, como si uno fuera alguien del exterior que mira hacia
adentro, o alguien de adentro que mira hacia el exterior? Pero el temor, ¿es diferente
de uno mismo? Obviamente no lo es, como tampoco lo es la ira. Sin embargo, la
educación, la religión, hacen que uno se sienta separado del temor, y entonces
debe uno combatirlo, superarlo. Nunca nos preguntamos si esa cosa llamada temor
está realmente separada de uno mismo. No lo está; y al comprender eso, uno
comprende que el observador es lo observado.
Supongamos que uno es envidioso. Puede pensar que la envidia es
diferente de uno mismo, pero el hecho real es que uno forma parte de ella. Uno
forma parte de la envidia, como forma parte de la codicia, de la ira, de la
angustia, del sufrimiento; de modo que la angustia, el sufrimiento, la codicia,
la envidia, la ansiedad o la soledad, son uno mismo. Uno es todo eso. Primero
vean que lógicamente es así. Y viéndolo lógicamente, ¿convierten ustedes eso
que ven en una abstracción, en una idea, en una mera apariencia del hecho? Uno
hace una abstracción, se forma una idea de que tiene que escapar, por ejemplo,
del temor, y entonces trabaja sobre la base de esa idea; y ello le impide a uno
observar muy de cerca qué es el temor. Pero si no hacemos una abstracción, sino
que vemos el temor como un hecho, entonces lo abordamos sin que en ello
intervenga motivo alguno -observamos el temor como algo que no es diferente de
nosotros mismos, comprendemos la combinación. O sea, que lo observamos como
formando parte de nosotros, vemos que somos eso, que no hay división entre
nosotros y eso. Por lo tanto, nuestra observación revela que el observador es
lo observado, que lo observado no es diferente de uno mismo.
¿Qué es, entonces, el temor? Abordémoslo bien de cerca. Porque uno
puede ver el temor claramente, sólo si se encuentra muy próximo a él. ¿Qué es
el temor? ¿Es tiempo, como movimiento del pasado que se modifica en el presente
y continúa? Uno es el pasado, el presente y también el futuro. Somos el
producto del pasado, mil años y más; también somos el presente con sus
impresiones, sus actuales condiciones sociales, su clima actual... somos todo
eso y también el futuro. Somos el pasado, que se modifica en el presente y
continúa en el futuro; ése es el tiempo interno. Y también está el tiempo
externo, el tiempo del reloj, de la salida y puesta del sol, la sucesión de la
mañana, la tarde, la noche. Nos toma tiempo externo aprender un idioma,
aprender la destreza para conducir un automóvil, para llegar a ser un
carpintero, un ingeniero, e incluso un político. Exteriormente, existe el
tiempo que se requiere para cubrir la distancia de aquí hasta allá; y también
está el tiempo como esperanza, el tiempo interno. Uno espera llegar a ser
no-violento -lo cual es absurdo. Espera progresar, o evitar el dolor o el
castigo, espera obtener una recompensa. De modo que no sólo hay tiempo
exteriormente, físicamente, sino que también hay tiempo internamente,
psicológicamente. Uno no es esto, pero llegará a ser aquello -lo cual significa
tiempo. El tiempo físico es real, está ahí, son las once o doce en este
momento. Pero uno da por sentado que existe el tiempo interno, psicológico; o sea,
“yo no soy bueno pero seré bueno”. Nosotros ahora estamos cuestionando ese
tiempo interno, ponemos en duda la necesidad de que haya semejante tiempo
interno. Cuando el tiempo existe internamente, hay temor. Uno tiene un empleo,
pero podría perder ese empleo -lo cual es el futuro, es tiempo. Uno ha sufrido,
y espera que nunca sufrirá así otra vez. Ése es el recuerdo del dolor, y es la
continuación de ese recuerdo en la esperanza de que no habrá dolor en el
futuro.
Así que uno se pregunta: ¿El tiempo no forma parte del temor? ¿No es
temor el tiempo interno? ¿Y no es otro factor de temor el pensamiento? Uno
piensa en el dolor que experimentó la semana pasada y que ahora se halla
registrado en el cerebro; piensa que ese dolor podría repetirse mañana. Existe,
pues, la operación del pensamiento que dice: “He tenido ese dolor, espero no
tenerlo de nuevo”. De modo que el pensamiento y el tiempo forman parte del
temor. El temor es un recuerdo, el cual es pensamiento, y también es tiempo, es
el futuro. Estoy seguro ahora, podría no estar seguro mañana -aparece el temor.
Por lo tanto, tiempo más pensamiento equivale a temor.
Ahora sólo vean la verdad de esto en ustedes mismos -no escuchando lo
que dice quien les habla, para recordarlo y verbalizarlo. Vean realmente que se
trata de un hecho, no de una abstracción a modo de idea. Son ustedes los que
tienen que darse cuenta si al oír esto han formado una idea, si han hecho una
abstracción de lo que han oído, convirtiéndolo en una idea, o si realmente
están enfrentándose al hecho del temor -que es tiempo y pensamiento.
Es, entonces, importante el modo en que perciben ustedes el movimiento
total del temor. O lo perciben negándolo, o lo perciben sin dividirlo como ‘yo
y el temor’, perciben que son el temor y, en consecuencia, permanecen con ese
temor.
Hay dos maneras de negar el temor: rechazándolo totalmente y diciendo,
“Yo no tengo miedo” -lo cual es absurdo-o negándolo mediante la percepción de
que el observador es lo observado, con lo cual hay no-acción. Normalmente,
queremos negar el temor, negarlo en el sentido de superarlo, de destruirlo, de
escapar de él, de encontrar alguna clase de consuelo contra el temor -son todas
formas de negación; una negación así actúa sobre el temor. Luego existe una
forma por completo diferente de negación, que es el principio de un movimiento
nuevo en el cual el observador es lo observado, el temor soy ‘yo’. El
observador es el temor. Por lo tanto, él no puede hacer nada con respecto al
temor; en consecuencia, hay una clase totalmente distinta de negación, que
implica un principio por completo diferente. ¿Se han dado cuenta de que cuando
actúan sobre el temor lo fortalecen? Escapar del temor, reprimirlo, analizarlo,
encontrar la causa, es actuar sobre el temor. Uno trata de negar algo como si
ese algo no fuera uno mismo. Pero cuando nos damos cuenta de que somos eso y
que, por lo tanto, no podemos actuar ni hacer nada al respecto, entonces hay
no-acción y tiene lugar un movimiento por completo diferente.
El placer, ¿es diferente del temor? ¿O el placer es temor? Son como dos
caras de la misma moneda cuando uno comprende la naturaleza del placer, el cual
también es tiempo y pensamiento. Uno ha experimentado algo muy bello en el
pasado y eso se registró como un recuerdo. Entonces uno desea que ese placer se
repita; lo mismo que cuando uno recuerda el temor de un suceso pasado y desea
evitarlo. De modo que ambos son movimientos de la misma clase, aunque llamamos
a uno placer y al otro temor.
¿Hay un cese para el sufrimiento? El hombre ha hecho todo lo posible
para trascender el sufrimiento. Le ha rendido culto, ha escapado de él, lo ha
sustentado en su corazón, ha tratado de buscar consuelo en el sufrimiento, ha
perseguido la senda de la felicidad, se ha aferrado, se ha adherido a ella con el
fin de evitar el sufrimiento. Aun así, el hombre ha sufrido, los seres humanos
han sufrido en todo el mundo a través de los tiempos. Han tenido diez mil
guerras -piensen en los hombres y mujeres que fueron mutilados y muertos, en
las lágrimas que se derramaron, en la agonía de las madres, de las esposas y de
todas esas personas que han perdido a sus hijos, a sus maridos, a sus amigos,
por motivo de las guerras que se han estado sucediendo milenios tras milenios y
que todavía continúan, multiplicando armamentos en vasta escala.
Existe este inmenso dolor de la humanidad. El hombre pobre que marcha
por ese camino, jamás conocerá un buen cuarto de baño, ni tendrá ropas limpias,
ni viajará en avión; todos los placeres que uno tiene, él jamás los conocerá. Y
está el dolor de un hombre que es muy ilustrado y el del hombre que no es
ilustrado. Está el dolor de la ignorancia; y está el dolor de la soledad. Casi
todos conocen el dolor de esa soledad; pueden tener muchos amigos, muchísimos
conocimientos, pero igualmente son personas muy solitarias. Si ustedes son bien
conscientes de sí mismos, saben lo que es esa soledad -una sensación de total
aislamiento. Uno puede tener esposa, hijos, muchísimos amigos, pero llega un
día o un acontecimiento que nos hace sentir totalmente aislados, solos. Ese es
un dolor tremendo. Luego está el dolor de la muerte, el dolor por alguien que
hemos perdido. Y está el dolor que ha ido aumentando, acumulándose a través de
milenios de existencia humana.
Y también está el dolor del propio deterioro personal, de la pérdida
personal, de nuestra personal falta de inteligencia, de capacidad. Y nos
preguntamos si ese dolor puede terminarse alguna vez. ¿O es que debe uno nacer
con el dolor y morir con el dolor? Desde el punto de vista lógico, racional,
intelectual, podemos encontrar muchas causas para el dolor; están todas las
innumerables explicaciones del budismo, del hinduismo, del cristianismo o del
Islam. Pero a pesar de las explicaciones, de las causas, de las autoridades que
buscan justificar todo esto, el dolor sigue acompañándonos siempre. ¿Es,
entonces, posible terminar con ese dolor? Porque si el dolor no se termina, no
hay amor, no hay compasión. Hemos de investigar esto muy profundamente y ver si
el dolor puede cesar alguna vez.
Quien les habla sostiene que hay un cese para el dolor, un cese total;
lo cual no significa que uno carezca de afecto, que sea duro o indiferente. El
cese del dolor, del sufrimiento, implica el comienzo del amor. Y ustedes,
naturalmente, preguntarán: ¿Cómo? ¿Cómo ha de cesar el dolor? Cuando preguntan
“¿cómo?”, lo que desean es un sistema, un método, un proceso. Por ese motivo es
que piden: “Dígame cómo lograrlo. Seguiré la senda, el camino”. Desean una
dirección cuando preguntan: ¿Cómo he de terminar con el dolor?” Esa pregunta,
ese requerimiento, esa indagación dice: “Muéstreme cómo hacerlo”.
Cuando ustedes preguntan “cómo”, están formulando la pregunta
incorrecta -si se me permite señalarlo-porque sólo se interesan en vencer al
dolor. La manera en que lo abordan es: “Díganos cómo superarlo”. Y así jamás se
acercan realmente al dolor. Si uno quiere mirar ese árbol, debe aproximarse a
él para ver su belleza, la sombra, el color de las hojas, si tiene o no tiene
flores -uno tiene que acercarse al árbol. Pero ustedes jamás se acercan al
dolor. Jamás se acercan porque siempre lo eluden, escapan de él. Así que el
modo en que abordan el dolor tiene mucha importancia; o lo abordan con el
motivo de escapar de él, de buscar consuelo en él y evitarlo, o lo abordan acercándose
al dolor lo más posible. Descubran ustedes si se acercan de este modo al dolor.
No pueden acercarse mucho al dolor si hay autocompasión o si existe de alguna
manera el deseo de encontrar la causa, la explicación; en ese caso lo eluden.
Importa, pues, muchísimo el modo como aborda uno el dolor, cómo se acerca a él
y cómo lo ve, cómo percibe el dolor.
¿Es la palabra ‘dolor’ la que a uno le hace sentir dolor? ¿O es un
hecho? Y si es un hecho, ¿desea uno acercarse a él de modo tal que uno sea el
dolor? Uno no es diferente del dolor. Eso es lo primero que hay que ver -que
uno no es diferente del dolor. Uno es el dolor. Uno es la ansiedad, la soledad,
el placer, la angustia, el miedo, la sensación de aislamiento. Uno es todo eso.
Por lo tanto, se acerca lo más que puede a eso, uno es eso y, en consecuencia,
permanece con eso.
Cuando queremos mirar ese árbol, nos acercamos a él, observamos cada
detalle, nos tomamos tiempo. Miramos, miramos, miramos, y el árbol nos revela
toda su belleza. No le contamos al árbol nuestra historia; si lo observamos, él
nos la cuenta a nosotros. Del mismo modo, si nos acercamos al dolor hasta
tocarlo, si lo miramos, si no escapamos de él, si vemos lo que trata de
revelarnos -su profundidad, su belleza, su inmensidad-entonces, si permanecemos
con el dolor enteramente, con ese solo movimiento el dolor llega a su fin. ¡No
recuerden meramente esto para después repetirlo! Eso es lo que acostumbran
hacer los cerebros de ustedes: memorizan lo que ha dicho quien les habla y
luego preguntan: “¿Cómo llevaré eso a la práctica?” Debido a que uno es el
dolor, es todo eso y, por consiguiente, no puede escapar de sí mismo. Uno mira
el dolor, y no hay división entre el observador y lo observado -uno es eso, no
hay división. Cuando no hay división, uno permanece totalmente con el dolor.
Ello requiere muchísima atención, una gran intensidad y claridad, la claridad
de la mente que ve instantáneamente la verdad.
Entonces, desde ese fin del sufrimiento, llega el amor. Me pregunto si
ustedes aman alguna cosa. ¿La aman? ¿Aman algo o a alguien? ¿A la esposa, a los
hijos, a lo que llaman su país; aman la tierra, aman la belleza de un árbol, la
belleza de una persona? ¿O son tan terriblemente egocéntricos que jamás
perciben nada en absoluto? El amor trae la compasión. La compasión no consiste
en realizar algún trabajo social. La compasión posee su propia inteligencia.
Pero ustedes no conocen nada de eso. Todo cuanto conocen son sus deseos, sus
ambiciones, sus engaños, su deshonestidad.
Cuando se les formulan preguntas muy profundas que deberían
estimularlos, se vuelven ustedes negligentes. Cuando yo les formulo una
pregunta de esa clase -si aman a alguien-sus rostros quedan sin expresión,
vacías. Y éste es el resultado de la religión que profesan, de la devoción que
sienten hacia sus absurdos gurús, hacia sus líderes -devoción no, lo que pasa
es que tienen miedo y por eso se vuelven seguidores. Y al final de todos estos
milenios, son ustedes lo que son ahora -¡piensen solamente en la tragedia que
ello implica! Esa es la tragedia de ustedes, ¿comprenden? Por lo tanto,
pregúntense a sí mismos -si se me permite sugerirlo como un amigo que camina
con ustedes a lo largo de ese sendero-pregúntense: ¿Sabemos lo que el amor
significa? El amor que no pide nada al otro. Pregúntenselo a sí mismos. El amor
que no reclama nada de la esposa, del marido -nada le reclama al otro, ni
física ni emocional ni intelectualmente. No sigue a otro, no tiene un concepto
para luego perseguir ese concepto. Porque el amor no es celos, el amor no tiene
poder en el sentido corriente de la palabra. El amor no busca posición, status,
prestigio. Pero posee su propia capacidad, su propia destreza, su propia
inteligencia.
Benarés, 26 de
noviembre de 1981
Extractado de "La llama de la atención". Editorial Edhasa.
Extractado de "La llama de la atención". Editorial Edhasa.
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