jueves, 12 de enero de 2012

Charles Chaplin: Discurso antibélico

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     Los seres humanos van a los campos de batalla a destruir las vidas de otros o a dejar las suyas allí. En la mayoría de las ocasiones son esbirros o peones al servicio de líderes u organizaciones que solo verán las contiendas que han declarado desde lejos, donde se sienten seguros.

     No hay seguridad ni garantías de salir ilesos, una vez los bandos han lanzado sus ataques.

     Algunas guerras parecen justas, inevitables e inaplazables, porque son una replica de supervivencia contra la violencia desatada y destructivamente progresiva que debe ser contenida, neutralizada o vencida.

     Una vez pasadas las batallas, los vencedores y los vencidos abandonan los campos donde midieron sus fuerzas, con sus heridas y sus deudas. Son premiados con medallas y condecoraciones que solo sirven para sustentar su orgullo ulterior y mitigar los procesos de entendimiento y conciencia de sus mentes. Las insignias púrpura con que reconocieron sus servicios posiblemente no les darán vidas felices en adelante -muchos de sus poseedores seguirán siendo lisiados ilustres y relegados al olvido.

     Son recibidos y celebrados transitoriamente por los instigadores de las guerras que buscaban su propia ganancia y la imposición de sus intereses particulares.

    Las guerras siguen siendo una deuda en las mentes de los supervivientes y de las generaciones que crecen después. Los vencidos trasmiten su mensaje dolido por haber sido subyugados y los vencedores trasmiten su mensaje jactancioso por haber triunfado. Los allegados de uno y otro bando perciben la exageración de esos relatos y la destructividad de las guerras que sus antepasados emprendieron, con las justificaciones pertinentes.

   Es adecuado que recordemos que un idiota carismático llevó a la humanidad al sacrificio de cuarenta millones de vidas en la segunda guerra mundial, como consecuencia de su sueño subjetivo de gloria e imperio que arrastró a la tumba y al horror también a muchos de sus compatriotas. (Y claro, ese esbirro alucinado tenía tras de sí a los instigadores interesados que lo lanzaron a su frenética aventura.)
H. B.

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