domingo, 29 de enero de 2012

Meditar: observar nuestras mentes


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Acerca de la MEDITACIÓN

Extractos de “El estado creativo de la mente”, de Jiddu Krishnamurti.


Interlocutor: ¿Puede adquirirse la mente religiosa por la meditación?

Krishnamurti: Lo primero que hay que comprender es que no podéis adquirirla, no podéis obtenerla, no puede ella producirse por medio de la meditación. Ninguna virtud, ningún sacrificio, ninguna meditación, nada del mundo puede comprar esto. Para que eso sea, tiene que cesar totalmente este sentido de alcanzar, de realizar, de ganar, de comprar. No podéis utilizar la meditación. Aquello de que he estado hablando es meditación. La meditación no es un medio para algo. Descubrir en todos los momentos de la vida cotidiana qué es verdadero y qué es falso, es meditación. La meditación no es algo por cuyo medio escapáis, algo en lo que conseguís visiones y toda clase de grandes emociones ‑eso es autohipnosis, cosa sin madurez, pueril. Mas el vigilar todos los momentos del día, ver cómo opera vuestro pensamiento, ver funcionar el mecanismo de la defensa, ver los temores, las ambiciones, las codicias y envidias, vigilar todo esto, indagarlo todo el tiempo, eso es meditación, o parte de la meditación. Sin poner el buen cimiento no hay meditación, y poner el buen cimiento es estar libre de ambición, de codicia, de envidia y todas las cosas que hemos creado para nuestra autodefensa. No tenéis que acudir a nadie para que os diga qué es la meditación o para que os dé un método. Lo puedo descubrir muy sencillamente vigilándome, lo ambicioso que soy o que no soy. No me lo tiene que decir otro; lo sé. Arrancar la raíz, el tronco, el fruto de la ambición, verla y destruirla totalmente es absolutamente necesario. Como veis, queremos llegar muy lejos sin dar el primer paso. Y hallaréis que si dais el primer paso, ese es el último. No hay otro paso.


La meditación, que me propongo indagar con vosotros, tiene para mí una enorme importancia, mientras que tal vez para vosotros sea una palabra de esas que utiliza uno más bien ocasionalmente. Quizá para vosotros signifique un método para lograr un resultado, para llegar a alguna parte; y puede implicar la repetición de palabras y frases para calmar la mente, y la actitud de la súplica. Mas, para mí, la palabra ‘meditación’ tiene un significado extraordinario; y para penetrar en él plenamente, que es lo que pienso hacer, tenemos primero que comprender, creo, el poder que crea ilusión.

La mayoría de nosotros vivimos en un mundo de meras apariencias. Todas nuestras creencias son ilusiones; carecen de toda validez. Y para desnudar la mente de toda clase de ilusión y del poder de crearla, hace falta una percepción realmente clara, aguda, la capacidad de razonar bien, sin ninguna evasión, ninguna desviación.

Un cerebro que no tenga temor, que no se oculte tras secretos deseos, un cerebro que esté muy quieto, sin ningún conflicto, una mente así es capaz de descubrir lo verdadero, de descubrir si hay Dios. No me refiero a la palabra ‘Dios’, sino a lo que esa palabra representa, algo no medible en términos de palabras o de tiempo, si es que existe tal cosa. Para descubrir, por cierto tiene que terminar toda forma de ilusión y el poder de crearla. Y el despejar la mente de toda ilusión es, para mí, la vía de la meditación.

Creo que por la meditación se llega a un vasto campo de inmenso descubrimiento: no invención, no visiones, sino algo enteramente distinto que está de hecho más allá del tiempo, más allá de las cosas que han sido concebidas por la mente del hombre a través de siglos de búsqueda.

Si uno quiere realmente descubrir eso por sí mismo, tiene que poner la adecuada fundación, y el poner la acertada base es la meditación. Copiar un modelo, ir tras un sistema, seguir un método de meditación, todo eso es demasiado infantil, demasiado falto de madurez, es tan sólo imitación y no conduce a ninguna parte, aunque produzca visiones.

La correcta base para descubrir si existe una realidad detrás de las creencias que la propaganda ha impuesto sobre la mente de cada uno, solo se produce por el autoconocerse. El propio hecho de conocer acerca de uno mismo es meditación. Saber sobre sí mismo no es saber lo que uno debería ser; eso no tiene validez ni realidad, es simplemente una idea, un ideal. Pero comprender lo que es, el hecho efectivo de lo que uno es, de instante en instante, eso requiere que la mente se libere del condicionamiento.

Entiendo por ‘condicionamiento’, todas las imposiciones que ha hecho sobre nosotros la sociedad, la religión, a través de la propaganda, de la insistencia, de la creencia, del miedo, del cielo y el infierno. Incluye el condicionamiento de la nacionalidad, del clima, de la costumbre, de la tradición, de la cultura como francés, hindú o ruso, y las innumerables creencias, supersticiones, experiencias, que forman todo el trasfondo en que vive la conciencia y que se ha establecido por el propio deseo de estar seguro. Y la investigación de ese trasfondo y su destrucción es lo que constituye la colocación de la correcta base para la meditación.

Sin libertad, no podemos ir muy lejos; sólo deambulamos dentro de la ilusión, que no tiene sentido alguno. Si queremos descubrir si hay o no realidad, si queremos de veras ir hasta el fin mismo de ese descubrimiento ‑no meramente jugar con ideas, por muy agradables, intelectuales, razonables o aparentemente sanas que sean- tiene que haber primero libertad, liberación del conflicto. Y eso es sumamente difícil. Es bastante fácil eludir el conflicto; podemos seguir algún método, tomar una píldora, un sedante, una bebida, y ya no somos conscientes del conflicto. Pero para entrar a fondo en toda la cuestión del conflicto, hace falta atención.

Atención y concentración son dos cosas diferentes. La concentración es exclusión, estrechar la mente o el cerebro para enfocar aquello que se desea estudias, observar. Eso se comprende con bastante facilidad. Y la concentración excluyente crea distracciones ¿no es así? Cuando deseo concentrarme y la mente divaga sobre alguna otra cosa, esa otra cosa es una distracción, y por tanto hay un conflicto. Toda concentración implica distracción, conflicto y esfuerzo. Por favor, no os limitéis a seguir mis palabras, mis explicaciones, sino seguid en realidad vuestros propios conflictos, vuestras distracciones, vuestros esfuerzos. El esfuerzo implica conflicto ¿no es así?; y sólo hay esfuerzo cuando queréis ganar, alcanzar, evitar, seguir o negar.

Este, si puedo decirlo así, es un punto muy importante que hay que comprender: que la concentración es exclusión, resistencia, reducción del poder del pensamiento. La atención no es en absoluto el mismo proceso. La atención es inclusiva. Sólo podemos atender cuando la mente no tiene barreras. Es decir, puedo ver ahora los muchos rostros que tengo enfrente, escuchar las voces de afuera, oír el funcionamiento o no funcionamiento del ventilador eléctrico, ver las sonrisas, las cabezas que se mueven asintiendo; la atención incluye socio eso y más. Mientras que si meramente os concentráis, no podéis incluir todo eso; ello se convierte en distracción. En la atención no hay distracción; en ella puede haber concentración, pero ésta no es excluyente. En cambio la concentración excluye la atención. Quizá esto pueda ser algo nuevo para vosotros; pero si queréis experimentara por vosotros mismos, hallaréis que existe una cualidad de atención que puede escuchar, ver, observar, sin ningún sentido de identificación; hay un ver, un observar completo, y por lo tanto sin exclusión.

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Ayudar en vez de castigar

Por Thich Nhat Hanh 

…después de diez o quince minutos de meditar caminando y de observar de manera consciente, descubres que [la persona iracunda y enojada] en vez de castigo lo que necesita es ayuda. Y ésa es una buena percepción. Esa persona puede ser muy cercana a ti, quizá tu cónyuge o un miembro de tu familia. Si tú no la ayudas, ¿quién va a hacerlo?

Cuando alguien no sabe cómo manejar su propio sufrimiento, deja que se extienda a la gente de su alrededor. Cuando tú sufres, haces sufrir a la gente que te rodea. Es algo muy natural. Por eso, debemos aprender a manejar nuestro sufrimiento, para que no lo vayamos repartiendo por ahí. Cuando eres líder familiar, por ejemplo, sabes que el bienestar de los miembros de tu familia es muy importante. Como tienes compasión, no dejas que tu sufrimiento haga daño a los que te rodean. Practicas el aprendizaje de manejar tu sufrimiento, porque sabes que no es una cuestión individual; y que tu felicidad  tampoco lo es.

Cuando alguien está enojado y no sabe cómo manejar su ira, se siente impotente y sufre. Y también hace sufrir a los que le rodean. Al principio podemos sentir que la persona que se enoja se merece un castigo. Deseamos castigarla porque nos ha hecho sufrir. Pero después de diez o quince minutos de meditar caminando y de observar de manera consciente, descubrimos que en vez de castigo lo que necesita es ayuda. Y ésa es una buena percepción. Esa persona puede ser muy cercana a ti, quizá tu cónyuge o un miembro de tu familia. Si tú no la ayudas, ¿quién va a hacerlo?

Como sabes abrazar tu ira, ahora te sientes mucho mejor, pero ves que la otra persona sigue sufriendo. Ésta percepción te mueve a acercarte a ella de nuevo. Nadie más puede ayudarla, excepto tú. Ahora sientes un gran deseo de volver y ayudarla. Es una actitud totalmente distinta a la que antes tenías, ya no deseas castigarla. Tú ira se ha transformado en compasión. La práctica de ser consciente, conduce a la atención y a la percepción interior. 

La percepción es el fruto de la práctica; y puede ayudarnos a perdonar y a amar  a los demás. Practicar durante quince minutos o media hora el ser consciente; observando atentamente nuestras percepciones interiores, puede liberarnos de la ira y convertirnos en  persona afectuosas. Ésa es la fuerza del Dharma*, el milagro del Dharma.


*Dharma: Según la denominada “Ley de la causalidad” o de “causa y efecto” quiere decir que cosechamos lo que hemos sembrado y que lo que nos sucede tiene relación con los méritos de nuestras vidas.

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