El
concepto de enfermedad mental
Por Adolfo Vásquez Rocca, psiquiatra*.
La teoría de la enfermedad mental es científicamente imprecisa y
su estatuto está aún por definirse. La psiquiatría como institución represora
es incompatible con los principios de una sociedad democrática y libre, y debe
ser abolida. Al negar la validez científica de la teoría de la enfermedad no se
está negando la realidad de las enfermedades neurológicas, la locura, el
crimen, el consumo de drogas y los conflictos sociales.
El concepto de enfermedad mental tuvo su utilidad histórica pero
en la actualidad, es científica médica y jurídicamente inapropiado, así como
moral y políticamente incorrecto por las razones que veremos en este artículo.
El
mito de la enfermedad mental y la fabricación de la locura.
En 1961, Thomas Szasz, médico psiquiatra, psicoanalista y
actualmente Profesor Emérito de la Universidad del Estado de New York, publicó
El mito de la enfermedad mental, que inició un debate mundial sobre los
denominados trastornos mentales. Szasz anota que la mente no es un órgano
anatómico como el corazón o el hígado; por lo tanto, no puede haber,
literalmente hablando, enfermedad mental.
Cuando hablamos de enfermedad mental
estamos hablando en sentido figurado, como cuando alguien declara que la
economía del país está enferma. Los diagnósticos psiquiátricos son etiquetas
estigmatizadoras aplicadas a personas cuyas conductas molestan o ofenden a la
sociedad. Si no hay enfermedad mental, tampoco puede haber hospitalización o
tratamiento para ella. Desde luego, las personas pueden cambiar de
comportamiento, y si el cambio va en la dirección aprobada por la sociedad es
llamado cura o recuperación.
Así pues, lo que la gente llama enfermedad mental como tal, no
existe. Lo que hay son conductas, conductas anormales. Enfermedades son cosas
como el cáncer y la hipertensión, por ejemplo.
n la mayoría de las así llamadas enfermedades mentales, no hay
un correlato orgánico, una lesión neurológica, un trastorno químico, no hay un
gen de la locura. ; salvo en situaciones excepcionales como la depresión
endógena, donde hay un problema a nivel de neurotransmisores (serotonina), pero
si es una enfermedad es una como cualquier otra, no constituye una categoría aparte,
ella -como cualquier otra- puede ser medicada, lo que es distinto a ser sedada,
mantener en un estado de semi-inconsciencia; y si puede ser tratada aún cuando
sea crónica, como la diabetes, no se justifica que existan Hospitales
especiales -segregados- como el Psiquiátrico, la Clínica, etc. , la locura no
es contagiosa.
Existen diferencias político-religiosas entre ayudar a alguien
con su consentimiento y tratar a alguien con drogas a la fuerza. El psiquiatra
dice que el paciente está enfermo y que está sufriendo, mientras el enfermo
pide que lo dejen en paz.
Thomas Szasz dirige pues el combate contra los internamientos
psiquiátricos- señala, como se ha anotado que la enfermedad mental no existe y
que los “locos” tratan de decirnos cosas incómodas, lo que no queremos oír. La
sociedad cuenta con los psiquiatras para silenciarlos. Esta conspiración de
silencio es lo que denuncia Szasz.
Lo que se denomina enfermedades mentales son
los comportamientos de individuos que nos perturban. La esencia de la locura es
el disturbio social y el tratamiento que se aplica a aquellos que la “padecen”
se asimila al de un cargo político en el marco de un Estado totalitario, el de
disidencia.
Así la psiquiatría es también un emplazamiento de lo que se ha dado
en denominar el Estado Terapéutico, caracterizado por una excesiva sociedad
excesivamente medicalizada y una cultura que tiene como correlato el
crecimiento desmedido de la industria farmacéutica y sus obscenas ganancias,
llegando a constituir una de las áreas de actividad económica más rentables y
pujantes.
Si la esquizofrenia es una enfermedad del cerebro como, digamos, la enfermedad
de Parkinson, o la enfermedad de Alzheimer, o la esclerosis múltiple, ¿cómo es
que en muchos países hay leyes especiales de salud mental que obligan al
internamiento o al tratamiento forzado de los llamados esquizofrénicos? Pero se
sabe que no hay leyes especiales para el tratamiento coercitivo de las
pacientes con Parkinson, Alzheimer y esclerosis múltiple.
Al señalar que la esquizofrenia es parte del mito moderno de la
enfermedad mental, no se intenta negar la existencia de la locura. De hecho, la
locura abunda dentro y fuera de los manicomios (ahora llamados hospitales
mentales). Lo que estoy cuestionando es la veracidad científica de categorizar
lay tratarla como una enfermedad legítima tan curable como una apendicitis o
una neumonía. La locura, en su sentido clásico y literario, es más bien un
asunto personal (anormalidad) o político (desacato o disidencia).
La Psiquiatría Institucional comprende todas las intervenciones
impuestas a las personas por los demás. Estas intervenciones se caracterizan
por la completa pérdida, por parte del denominado paciente, del control de la
relación con el psiquiatra. Su aspecto económico más importante es que el
psiquiatra es un empleado pagado por una entidad privada o pública. Su
característica social más destacada es el uso de la fuerza o del engaño.
Ahora bien, Szasz no es el único, pero ha sido uno de los
primeros en denunciar la represión de la locura con su cortejo de camisas de
fuerza, encierros, electroshocks, lobotomías y embrutecimientos químicos.
Michel Foucault lo hizo en Francia con su célebre Historia de la locura, y
Ronald Laing prosigue un combate parecido en Gran Bretaña. “Estoy al lado de
Foucault -dice- en cuanto a denunciar la opresión psiquiátrica, pero me separo
totalmente de él en el análisis y las soluciones. ”Foucault veía en los asilos
un instrumento de represión de la burguesía contra las “clases peligrosas”.
Esto es históricamente falso, señala Szasz.
Los primeros asilos fueron creados en Gran Bretaña por la
aristocracia para impedir que sus miembros “desviados” disiparan su fortuna. El
diagnostico de locura ha sido, y sigue siendo, un medio para desembarazarse de
los que molestan. El loco es el que perturba, cuestiona, acusa. La locura no
puede, por otra parte, ser definida con ningún criterio objetivo.
Tomemos la esquizofrenia: es el diagnóstico de “locura” más
corriente. Los psiquiatras tratan de hacernos creer que existe con el mismo
título que el cáncer o una úlcera. En la mayoría de casos, lo que se llama
esquizofrenia no se corresponde con ningún desarreglo orgánico. Debe dejarse de
afirmar que, detrás de cada pensamiento torcido, hay una neurona torcida. Si
éste fuera el caso, precisa Szasz, habría que tratar la esquizofrenia como
cualquier otra.
Otros exigían medidas más drásticas, especialmente los
paladines de lo que se llamó “movimiento antipsiquiátrico”, el cual tuvo mucho
reconocimiento en las décadas de 1960 y 1970. Sus principios eran variados y
controvertidos: la enfermedad mental no era una realidad objetiva de
comportamiento o bioquímica sino una etiqueta negativa o una estrategia para
lidiar con un mundo loco; la locura tenía su propia verdad y la psicosis, en tanto
que proceso de curación, no debería ser suprimida farmacológicamente.
No existe siquiera un método objetivo para describir o dar a
conocer los descubrimientos clínicos sin recurrir a la interpretación subjetiva
y tampoco se cuenta con una terminología uniforme y precisa que comunique
exactamente lo mismo a todos. Por consiguiente, se tienen profundas
divergencias en el diagnóstico, hay un influjo continuo de nuevos términos y
una nomenclatura que no deja de cambiar, así como un exceso de hipótesis que tienden
a ser presentadas como hechos. Además, la etiología sigue siendo especulativa,
la patogénesis sumamente oscura, las clasificaciones predominantemente
sintomáticas y, por tal, arbitrarias o posiblemente efímeras; el tratamiento
físico es empírico y está sujeto a modas mientras que la psicoterapia se halla
aún en pañales y suele ser doctrinaria e ideológica.
Antipsiquiatría y derecho
La
psiquiatrización del crimen y la humanización de la pena.
Esta psiquiatrización del crimen ha dado origen al mito del paciente
mental peligroso: con bastante frecuencia los medios masivos de comunicación
informan sobre un crimen al que, enseguida y tras la entrevista a un psiquiatra
o psicólogo, se le endilga el calificativo de trastorno mental. Aunque no hay
ninguna evidencia de que los llamados pacientes psiquiátricos son más
peligrosos que los normales (la situación actual apunta más bien a todo lo
contrario), el mito del paciente mental peligroso se resiste a morir.
El consumo de drogas legales e ilegales. Aunque la humanidad ha
usado (y abusado de) drogas tales como el alcohol, la coca, la marihuana, el
opio y sus derivados, y el tabaco durante siglos, el llamado problema de la
droga, o drogadicción, o farmacodependencia, o abuso de drogas fue una creación
del siglo XX con la promulgación de las primeras leyes antidrogas , y la
inclusión del uso de ciertas drogas en la lista oficial de trastornos mentales
de la Asociación Psiquiátrica Americana. Hasta ese entonces, no teníamos el
llamado problema de la droga, ni la palabra drogadicción tenía la connotación
peyorativa que hoy tiene.
Décadas más tarde, la guerra antidrogas, supuestamente ejecutada para erradicar
el consumo, es llevada a cabo con tanta insensatez y ferocidad que sus
terribles consecuencias (un ambiente de persecución inquisitorial,
criminalidad, corrupción, daño ecológico y toxicidad agregada por la impureza)
han terminado por afectar a toda la sociedad.
La historia de la ciencia está llena de teorías y modelos que
fueron descartados una vez que se lograron avances que permitieron un
conocimiento preciso de los fenómenos. No veo por qué no va a ocurrir lo mismo
con la teoría de la enfermedad mental. Nos corresponde a los científicos la
responsabilidad social de revisar crítica y constantemente el estado de nuestros
conocimientos para así ponernos al día en nuestra labor.
La teoría de la enfermedad mental tuvo, pues, su utilidad
histórica hasta el siglo pasado pero es, en la actualidad, científica y
médicamente anticuada pues permite diagnosticar y tratar como enfermos mentales
a pacientes con enfermedades cerebrales o de otro tipo que cursan con
trastornos involuntarios de conducta; y es moral y políticamente dañina porque
se ha vuelto una cortina de humo para toda una serie de problemas económicos,
existenciales, morales y políticos que, estrictamente hablando, no requieren
terapias médicas sino alternativas económicas, existenciales, morales y
políticas.
En Gran Bretaña el líder de la antipsiquiatría fue el igualmente
carismático Ronald Laing (1027-1989), un psiquiatra de Glasgow inspirado por la
filosofía existencialista de Sartre. Éste advierte, con un aforismo típico, que
“la locura no es necesariamente sólo colapso sino también descubrimiento. Es
una liberación potencial y una renovación lo mismo que esclavitud y muerte
existencial”. En 1965 fundó el Kingsley Hall, una comunidad (se evitaba el
término “hospital”) en un barrio obrero al este de Londres donde los residentes
y los psiquiatras vivían bajo el mismo techo, estos últimos estaban allí para
“ayudar” a los pacientes a superar las largas regresiones que caracterizan a la
esquizofrenia.
Laing fue un brillante escritor que se granjeó un circulo de
seguidores durante el tiempo de la contracultura y las protestas estudiantiles
contra la guerra de Vietnam. Películas como Family Life (1971) y Atrapado sin
salida (One Flew Over the Cuckoos Nest, 1975) suscitaron opiniones en contra de
los asilos crueles y el papel policíaco y normativo de la psiquiatría.
Se ha hablado de una “fabricación de locura” para designar
aquella práctica que consiste en asignar etiquetas psiquiátricas -rotular- a
personas que son extrañas, que plantean un desafío o que representan una
supuesta plaga social. En este desenfreno estigmatizador, los psiquiatras
orgánicos no son menos culpables que Freud y sus seguidores, cuya invención del
inconsciente -según alega Szasz- prestó nuevos bríos a difuntas metafísicas de
la mente y teologías del alma.
La antipsiquiatría, asociada fundamentalmente con políticas de izquierda,
reclamaba la desinstitucionalización de las prácticas psiquiátricas. Al mismo
tiempo y desde un ángulo totalmente diferente, los políticos de la extrema
derecha, incluyendo a Ronald Reagan en los Estados Unidos y Margaret Tatcher en
el Reino Unido, dieron su apoyo a la “asistencia comunitaria” ya que se oponían
a la idea de un Estado benefactor y les interesaba eliminar esas costosas camas
de los hospitales psiquiátricos. Enfermedad, y no hacer de los enfermos
mentales una categoría aparte, a los que se encierra y se cuida de manera
imperativa.
El
psiquiatra es el inquisidor del siglo XX
“Para comprender el papel de la enfermedad mental en nuestra
sociedad, conviene saber que nos encontramos en presencia de un fenómeno
religioso, no científico. ” El diagnóstico de “locura”, añade Szasz, ha
sucedido, en nuestra civilización occidental, a la “posesión”. La bruja, los
poseídos, molestaban, y eran, por tanto, eliminados por los inquisidores en
nombre de la verdadera fe. Hoy, los psiquiatras son los nuevos inquisidores, y
proceden a una eliminación semejante, pero ahora en nombre de la “verdadera”
ciencia. Antaño se creía en la religión; hoy en la ciencia.
Una prueba adicional, según Szasz, del carácter
pseudo-científico de la enfermedad mental es la evolución de los diagnósticos
según las costumbres y las variantes culturales. A fines del siglo XIX, los
psiquiatras trataban sobre todo a los histéricos y epilépticos. La histérica,
como la bruja de la Edad Media, era generalmente una joven. De hecho, explica
Szasz, la histeria no es otra cosa que una categoría verbal inventada por
Charcot, el maestro de Freud, para medicalizar los conflictos que surgen entre
las mujeres jóvenes y su entorno.
Hoy, la histeria ha desaparecido
prácticamente -y sin tratamiento-, como diagnóstico a caído en desuso. Ha sido
reemplazada por la esquizofrenia y la paranoia. La conclusión de Szasz es que
“lo que nos molesta ha evolucionado”. Ahora bien, los pretendidos enfermos
mentales buscan precisamente incomodarnos: “La enfermedad mental es la mayoría
de las veces una representación destinada al público.” La esencia de la locura
es el disturbio social. Pero los “locos” hacen algo más que molestarnos. A
pesar suyo, nos prestan también eminentes servicios. El concepto de “enfermedad
mental” nos permite acomodar comportamientos que nos cuesta aceptar que puedan
ser normales y ello porque atentan contra nuestro narcisismo primario.
Conductas como, por ejemplo, el “crimen”. Hoy “los criminales ya no son
ejecutados; sino son tratados” , este es uno de los alegatos de la antipsiquiatría.
El concepto de “enfermedad mental” puede llegar a ser útil,
-para gente interesada-/ nos presta eminentes servicios. El concepto de
“enfermedad mental” nos permite acomodar comportamientos que nos cuesta aceptar
que puedan ser normales. Por ejemplo, el “crimen”.
Un ejemplo: En el estado de Florida, un condenado a muerte no
puede ser ejecutado porque los psiquiatras de la prisión lo encuentran
demasiado loco para sufrir su pena ¿Hay que curarle, para poder ejecutarlo?
pregunta Szasz
Los criminales ya no son ejecutados, sino que son tratados. La gente busca la
enfermedad mental o la locura detrás del crimen; pero en la mayoría de los
casos el criminal es normal y lo bastante inteligente para hacer crímenes
complejos.
¿Por qué no aceptar que en el hombre hay, como dirá Freud, pulsiones
Thanaticas; destructivas y autodestructivas; y que puede ser un animal asesino.
La resistencia a reconocer todo esto responde a nuestro narcisismo primario,
como a la excesiva medicalización de nuestra sociedad, la que ha conducido a
considerar la apelación a la locura como un atenuante en lo que se ha dado en
llamar la humanización de la pena.
Pero lo cierto es que en la historia han existido muchos asesinos y nadie ha dicho que eran “enfermos”, nadie dijo que Caín estaba enfermo cuando mató a Abel. Hitler que mató a millones de judíos, era de hecho un personaje popular, el líder de Alemania, aclamado en los mítines; después, mucho más tarde, se dijo que estaba loco; lo cual vendría a ser un atenuante para tanta atrocidad.
A este respecto consideremos el caso de un condenado a muerte,
en Florida, no puede ser ejecutado porque los psiquiatras de la prisión lo
encuentran demasiado loco para sufrir su pena. ¿Hay que curarle, para poder
ejecutarlo?, pregunta Szasz. El tribunal Supremo de los Estados Unidos tiene la
palabra.
Pero ¿por qué se obstina hoy la gente en buscar la enfermedad
mental detrás del crimen?¿Es por humanidad? Todo lo contrario, responde Szasz.
Si reconocemos que un hombre es capaz de cometer a sabiendas un crimen
espantoso, es porque la naturaleza humana puede ser absolutamente malvada. Y
ocurre que lo que deseamos es que la naturaleza humana sea buena. No queremos
admitir que el libre albedrío pueda conducir al crimen. Por tanto, el crimen no
debe ser el resultado del libre albedrío, sino el de la enfermedad mental.
Hasta el siglo XVIII, el Mal era interpretado como una posesión
por el diablo. Hoy, el Mal es necesariamente el signo de un trastorno genético
y químico. Todo esto, según Szasz, tiene relación con el pensamiento mítico, no
con la ciencia. Por otra parte, añade, si verdaderamente el comportamiento
puede analizarse a partir de la observación del cerebro, ¿por qué no tratamos
de averiguar las causas químicas de una buena acción, y nos interesamos sólo
por las malas?“ En realidad, la mayor parte de los criminales es normal, e
incluso suficientemente inteligente para llevar a cabo crímenes muy complejos.”
Una de las conclusiones de la antipsiquiatría es que nada, según
el conocimiento actual del funcionamiento del cerebro, permite explicar
nuestras elecciones. El libre albedrío no es un fenómeno químico o eléctrico.
Es imposible leer nuestros pensamientos en el cerebro. Si bien es exacto que ciertos
pensamientos desencadenan ciertas reacciones químicas, la causa de la reacción
es el pensamiento libre.
Pero, precisa Szasz, la transformación de los criminales en
enfermos mentales no es más que la punta del iceberg. Es sólo la expresión
caricaturesca de un profundo movimiento de medicalización de la sociedad
moderna, así como de la negativa a considerar al hombre como un individuo libre
y responsable.
Por tanto, el psicoanálisis, como la psiquiatría, sólo serviría
para negar el libre albedrío y para disminuir la responsabilidad individual.
¿Por ejemplo? Los ladrones, explica Szasz, eran antaño considerados responsablesde
sus actos, y castigados como tales. Pero a partir del momento en que el ladrón
se convierte en un “cleptómano”, ya no es responsable del robo; es “operado”
desde el exterior por pulsiones que escapan a su voluntad y que él ignora. Este
razonamiento se aplica actualmente al incendiario, que se ha transformado en un
pirómano, al violador, al jugador, al juerguista o al fumador. La ilustración
más reciente citada por Szasz es la del fumador inveterado que, ante los
tribunales, acaba de obtener indemnización económica de un fabricante de
cigarrillos americano. La agresiva publicidad del fabricante le habría incitado
inconscientemente a fumar y arruinar su salud.
Ahora bien, las intervenciones psiquiátricas deben ser definidas
con claridad como voluntarias o involuntarias (este es un criterio de
demarcación con una importancia política, ética y religiosa). En las
voluntarias, la persona busca la ayuda del profesional movida por sus
problemas. Típicamente, el individuo es un beneficiario de la intervención del
psiquiatra. En las involuntarias, la sociedad impone la intervención.
Típicamente, el individuo es una víctima de la acción del psiquiatra, en tanto
que la sociedad (la familia) es la beneficiaria. La psiquiatría involuntaria es
incompatible con los principios de una sociedad democrática y libre, y debe ser
abolida.
En 1970, Szasz publicó La fabricación de la locura: Estudio
comparado de la Inquisición y el Movimiento de la Salud Mental, un monumental
estudio histórico dedicado a demostrar que-con el declinar de la cosmovisión
teológica y del poder del Estado Teocrático(la alianza del Estado y la
Religión), y el ascenso de la cosmovisión científica y del poder del Estado Terapéutico(la
alianza del Estado y la Medicina y, en particular, la Psiquiatría-, el mito
teológico de la herejía fue remplazado por el mito científico de la enfermedad
mental, la persecución de brujas y herejes por la persecución de pacientes
mentales y drogadictos, y la poderosa burocracia papal de la Inquisición por la
poderosa burocracia estatal de la Psiquiatría Institucional.
En esta obra, que dio inicio a la nueva disciplina de la
historia crítica de la psiquiatría (junto con la Historia de la locura en la
Era Clásica, de Michel Foucault), Szasz define también los dos tipos de
psiquiatría: la institucional y la contractual.
La Psiquiatría Institucional comprende todas las intervenciones
impuestas a las personas por los demás. Estas intervenciones se caracterizan
por la completa pérdida, por parte del denominado paciente, del control de la
relación con el psiquiatra. Su aspecto económico más importante es que el
psiquiatra es un empleado pagado por una entidad privada o pública. Su
característica social más destacada es el uso de la fuerza o del engaño.
La Psiquiatría Contractual comprende todas las intervenciones
psiquiátricas buscadas por las personas, motivadas por sus dificultades o
problemas. Estas intervenciones se caracterizan por la completa retención, por
parte del llamado paciente, del control de la relación con el psiquiatra. Su
aspecto económico más importante es que el psiquiatra es un profesional privado
pagado por la propia persona (en nuestros días, la situación se complica por la
existencia de los seguros médicos). Su característica social más notoria es la
evitación de la coacción o del engaño.
Al señalar que la esquizofrenia es parte del mito moderno de la
enfermedad mental, tampoco se está negando la existencia de la locura. De
hecho, la locura abunda dentro y fuera de los manicomios (ahora llamados
hospitales mentales). Lo que estoy cuestionando es la veracidad científica de
categorizarla y tratarla como una enfermedad legítima tan curable como una
apendicitis o una neumonía. La locura, en su sentido clásico y literario, es
más bien un asunto personal (locura individual) o político (locura colectiva).
El concepto psiquiátrico del crimen surgió en el siglo XX con la
publicación de El criminal, el juez y el público (1929), de F. Alexander y H.
Staub. Para estos autores, había dos clases de criminales: el normal y el
anormal. Para el normal la penalidad tradicional era suficiente, en tanto que,
para el anormal, Alexander y Staub recomendaban la abolición de los castigos y
la implantación de tratamientos psiquiátricos.
Es importante tener en cuenta que esta tesis nació en la época
del ascenso al poder de las ideologías totalitarias de la Italia fascista, la
Alemania nazi y la Unión Soviética comunista, en las que los psiquiatras
estaban dispuestos a cooperar con gobiernos dictatoriales en la represión de
los ciudadanos.
Por su parte, Thomas Szasz, desde la publicación de El derecho,
la libertad y la psiquiatría (1963), ha advertido que la Psiquiatría
Institucional se ha convertido en una agencia represiva de control social.
Las metáforas de la enfermedad
¿Qué
entendemos por enfermedad mental?
Esta psiquiatrización del crimen ha dado origen al mito del
paciente mental peligroso: con bastante frecuencia los medios masivos de
comunicación informan sobre un crimen al que, enseguida y tras la entrevista a
un psiquiatra o psicólogo, se le endilga el calificativo de trastorno mental.
Aunque no hay ninguna evidencia de que los llamados pacientes psiquiátricos son
más peligrosos que los normales (la situación actual apunta más bien a todo lo
contrario), el mito del paciente mental peligroso se resiste a morir.
Por último, cuando seguimos hablando de trastornos mentales,
tenemos en mente otro tipo de hechos: los conflictos personales e
interpersonales tales como la angustia, la ambición, las dificultades o
desviaciones sexuales, la desavenencias familiares, las fobias, las
inhibiciones y demás problemas propios de la fragilidad humana.
Se piensa
entonces que la vida es armónica y que los conflictos son causados por
psicopatologías subyacentes que es preciso curar para ser felices. Esta es la
versión pseudocientífica actual de la psiquiatría y la psicología clínica
convencionales. No obstante, parece más realista aceptar que la vida es, en sí,
una ardua construcción, y que lo que llamamos salud mental es-con más
propiedad- la virtud o sanidad espiritual, la que no se logra mediante un arduo
y tortuoso camino de aprendizaje, sino más bien con aquella higiene del alma
que es la fe, la cual opera mediante la renovación del espíritu de nuestra
mente.
La historia de la ciencia está llena de teorías y modelos que
fueron descartados una vez que se lograron avances que permitieron un
conocimiento preciso de los fenómenos. No hay razón para pensar que no va a
ocurrir lo mismo con la teoría de la enfermedad mental. Aquí cabe una gran
responsabilidad social y espiritual a los científicos y profesionales médicos,
a saber, la de revisar su concepción del hombre para promover no sólo estilos de
vida y de pensar saludables, sino también de aspirar a una salud integral que
abarque al hombre interior y exterior, aquello que desde el entronque de la
antropología hebrea y la moderna medicina psicosomática aparece como el
verdadero ser del hombre, su unidad psico-biológica indisociable.
La teoría de la enfermedad mental tuvo, pues, su utilidad
histórica hasta el siglo pasado pero en la actualidad se encuentra científica y
médicamente desfasada pues arriesga diagnosticar y tratar como enfermos
mentales a pacientes con enfermedades cerebrales o de otro tipo que padecen
trastornos involuntarios de conducta; y es moral y políticamente nociva porque
ha pretendido ser explicación de la infelicidad humana, cuyas manifestaciones
fenoménicas pueden aparecer -biográficamente- bajo la forma de problemas
económicos, existenciales, morales o políticos, pero que, estrictamente
hablando, no requieren terapias médicas ni sólo alternativas económicas o
políticas, sino una respuesta a la radical separatividad humana , a nuestra
tristeza de no ser santos.
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