La educación y la paz mundial*
Jiddu Krishnamurti
Para descubrir qué papel puede desempeñar la
educación en la presente crisis mundial, debemos entender cómo se ha generado
esta crisis: obviamente, su origen está en los falsos valores que rigen
nuestras relaciones con las personas, con la propiedad y con las ideas. Si
nuestras relaciones con otros se basan en el engrandecimiento personal, y
nuestra relación con la propiedad está marcada por la ambición, la estructura
de la sociedad forzosamente ha de ser competitiva y aisladora; si en nuestra
relación con las ideas justificamos una ideología en oposición a otra, los
resultados inevitables son la desconfianza mutua y el rencor.
Otra causa del presente caos es nuestra dependencia
de la autoridad, de los líderes, tanto en los asuntos cotidianos como en una pequeña
escuela o en la universidad. Los líderes y su autoridad son factores de
deterioro en cualquier cultura. Cuando seguimos a otro, no hay comprensión,
sino sólo temor y sometimiento, que en última instancia dan pie a la crueldad
del Estado totalitario y al dogmatismo de la religión organizada.
Depositar toda nuestra confianza en los gobiernos y
confiar en que las organizaciones y autoridades nos traerán la paz, cuando está
claro que la paz sólo puede empezar por la comprensión de quienes somos, es crear
mayores y más complicados, conflictos. Y no puede haber felicidad duradera
mientras aceptemos un orden social en el que hay lucha sin fin y antagonismo
entre los seres humanos. Si queremos cambiar las condiciones existentes,
tenemos que empezar por transformarnos nosotros mismos, lo cual significa que
debemos comprender nuestras acciones, pensamientos y sentimientos en la vida
diaria.
Pero en realidad no queremos la paz, no queremos
poner fin a la explotación, no estamos dispuestos a permitir que nadie
interfiera en nuestra avaricia, ni que se alteren los cimientos de la
estructura social del presente. Queremos que las cosas continúen como están,
que las modificaciones sean sólo superficiales; y, como consecuencia
inevitable, los poderosos, los astutos, gobiernan nuestras vidas.
La paz no se alcanza por medio de ninguna ideología
ni depende de ninguna legislación; habrá paz sólo cuando nosotros, como
individuos, empecemos a comprender nuestros propios procesos psicológicos. Si
eludimos la responsabilidad de actuar como individuos y esperamos que algún
nuevo sistema establezca la paz, nos convertiremos simplemente en esclavos de
ese sistema.
Cuando los gobiernos, los dictadores, las grandes
empresas y el poder clerical comiencen a ver que este creciente antagonismo
entre los seres humanos sólo conduce a la destrucción general, y no resulta ya
por tanto provechoso, quizá nos obliguen entonces, mediante leyes u otros
métodos de coerción, a reprimir nuestros anhelos y ambiciones personales y a
cooperar para el bienestar de la humanidad. Así como ahora nos educan y
estimulan para competir unos con otros sin misericordia, nos obligarán luego al
respeto mutuo y a trabajar juntos por un mundo global. Y entonces, aunque
lleguemos a estar todos bien nutridos, vestidos y alojados, no estaremos libres
de nuestros conflictos y antagonismos, que únicamente habrán cambiado de plano,
y que serán todavía más diabólicos y devastadores. La única acción moral o
justa es la acción voluntaria, y sólo la comprensión puede traer paz y
felicidad al ser humano.
Las creencias, las ideologías y las religiones
organizadas nos enfrentan a nuestros semejantes. Hay conflicto no sólo entre
las distintas sociedades, sino también entre distintos grupos dentro de una
misma sociedad. Debemos darnos cuenta de que mientras nos identifiquemos con un
país, mientras nos aferremos a la seguridad, mientras estemos condicionados por
los dogmas, habrá lucha y miseria dentro de nosotros y en el mundo.
Tenemos luego el inmenso problema del patriotismo.
¿Cuándo nos sentimos patriotas? Está claro que no se trata de una emoción
cotidiana. Pero se nos alienta hábilmente a ser patriotas a través de los
libros de texto, de los periódicos y de otros canales de propaganda, que
estimulan el egoísmo racial mediante el elogio de los héroes nacionales y la
noción exaltada de que nuestro país y nuestro modo de vida son mejores que los
demás. Como consecuencia, este espíritu patriótico nutre nuestra vanidad desde
la infancia hasta la vejez.
La aseveración, constantemente repetida, de que
pertenecemos a un determinado grupo político o religioso, de que somos de esta
nación o de aquélla halaga a nuestro pequeño “yo”, lo hincha como a la vela de
un barco, hasta que nos sentimos dispuestos a matar o morir por nuestro país,
nuestra raza o nuestra ideología. ¡Es todo tan insensato y antinatural! Los
seres humanos son, indiscutiblemente, más importantes que las fronteras
nacionales o ideológicas. El espíritu separatista del nacionalismo corre ya
como la pólvora por todo el mundo. El patriotismo se cultiva y se explota,
astutamente alentado por quienes buscan mayor expansión y poderío, mayores
riquezas; y cada uno de nosotros participa de este proceso, pues ésas son cosas
que también nosotros deseamos. La conquista de otras tierras y de otros pueblos
provee nuevos mercados para el comercio, así como para las ideologías políticas
y religiosas. Uno debe ver todas estas expresiones de violencia y antagonismo
con una mente libre de prejuicios, es decir, con una mente que no se identifica
con ningún país, con ninguna raza o ideología, sino que intenta descubrir lo
que es verdad. Ver algo con claridad, sin dejarse influir por las ideas o
instrucciones de otros –ya se trate del gobierno, de los especialistas o de los
grandes intelectuales–, es una gran dicha. Cuando veamos realmente que el
patriotismo es un obstáculo para la felicidad humana, no tendremos ya que
luchar contra esta falsa emoción que surge dentro de nosotros, pues nos habrá
abandonado para siempre.
El nacionalismo, el espíritu patriótico, la
conciencia de clase y raza son meras expresiones del “yo”, y por lo tanto
separativas. Al fin y al cabo, ¿qué es una nación, sino un grupo de individuos
que viven juntos por razones económicas y de autoprotección? El miedo y la ambiciosa
defensa de los propios intereses dan origen a la idea de «mi país», con sus
fronteras y barreras arancelarias que hacen imposible la hermandad y la unidad
de los seres humanos.
El afán de lucro y de posesión y el anhelo de
identificarnos con algo más grande que nosotros crean el espíritu del
nacionalismo; y el nacionalismo engendra la guerra. En todos los países, el
gobierno, estimulado por la religión organizada, sostiene el nacionalismo y el
espíritu separatista. El nacionalismo es una enfermedad y jamás logrará la
unidad mundial. No podemos alcanzar la salud mediante la enfermedad; tenemos
que librarnos de la enfermedad primero. Es el hecho de ser nacionalistas, de
estar siempre dispuestos a defender nuestros Estados soberanos, nuestras creencias
y posesiones, lo que nos obliga a estar perpetuamente armados. La propiedad y
las ideas se han vuelto para nosotros más importantes que la vida humana, y a
ello se deben el antagonismo y la violencia constantes entre nosotros y el
resto de la humanidad. Al mantener la soberanía de nuestro país, destruimos a
nuestros hijos; al rendir culto al Estado –que es una mera proyección de
nosotros mismos–, sacrificamos a nuestros hijos a cambio de una satisfacción
egoísta. El nacionalismo y los gobiernos soberanos son las causas y los
instrumentos de la guerra.
Nuestras actuales instituciones sociales no pueden
evolucionar hacia una federación mundial, pues sus cimientos mismos son
erróneos. Los parlamentos y los sistemas educativos que defienden la soberanía
nacional y enfatizan la importancia del grupo jamás pondrán fin a la guerra.
Cada grupo separado de personas, con sus gobernantes y gobernados, es germen de
guerra. A menos que alteremos fundamentalmente las presentes relaciones entre
los individuos, la industria inevitablemente nos llevará a la confusión y será
un instrumento de destrucción y sufrimiento; mientras haya violencia y tiranía,
engaño y propaganda, la fraternidad del género humano no puede hacerse
realidad.
Educar a las personas simplemente para que lleguen
a ser maravillosos ingenieros, brillantes científicos, hábiles ejecutivos o
buenos trabajadores nunca unirá a opresores y oprimidos; y es obvio que nuestro
actual sistema educativo, instigador de las innumerables causas que provocan
enemistad y odio entre los seres humanos, no ha impedido el asesinato en masa
en nombre de la patria o en nombre de Dios.
Las religiones organizadas, con su autoridad
temporal y espiritual, son asimismo incapaces de traer la paz al hombre, puesto
que son también el resultado de nuestra ignorancia y nuestro miedo, de nuestras
mentiras y nuestro egoísmo.
Llevados por nuestro anhelo de seguridad –aquí o en
el más allá–, creamos instituciones e ideologías que garanticen esa seguridad;
pero mientras más luchemos por la seguridad, menos la tendremos. El deseo de
seguridad crea divisiones y aumenta el antagonismo. Si sentimos y comprendemos
profundamente la verdad de esto –no sólo verbal o intelectualmente, sino con
todo nuestro ser–, empezaremos a cambiar de un modo sustancial la relación con
nuestros semejantes en el mundo inmediato que nos rodea; y sólo entonces habrá
una posibilidad de lograr unidad y fraternidad. La mayoría de nosotros vivimos
consumidos por toda clase de temores, y estamos terriblemente preocupados por
nuestra propia seguridad. Esperamos que, por algún milagro, no haya más
guerras; y, entre tanto, acusamos a otros grupos nacionales de ser los
instigadores de las guerras, y ellos a su vez nos culpan del desastre a
nosotros. Aunque la guerra es un factor tan indiscutiblemente perjudicial para
la sociedad, nos preparamos para la guerra, e imbuimos de espíritu militar a
los jóvenes. Pero ¿acaso tiene cabida en la educación el entrenamiento militar?
Todo depende de la clase de seres humanos que queramos que sean nuestros hijos.
Si queremos que sean eficientes guerreros, entonces el entrenamiento militar es
necesario; si queremos disciplinarlos y reglamentar sus mentes y nuestro
propósito es hacerlos nacionalistas –y por lo tanto irresponsables con la
sociedad como un todo–, entonces el entrenamiento militar es un buen medio para
conseguirlo; si nos complacen la muerte y la destrucción, el entrenamiento
militar es sin ninguna duda importante. La función de los generales es planear
y hacer la guerra; y si nuestra intención es estar en batalla constante con
nuestros vecinos, entonces, por supuesto, tengamos más generales.
Si vivimos sólo para entablar luchas interminables
dentro de nosotros y con los demás, si nuestro deseo es perpetuar el
derramamiento de sangre y la miseria, entonces debe haber más soldados, más
políticos, más enemistad. Y eso es lo que está sucediendo actualmente: la
civilización moderna tiene sus bases en la violencia, y está, así pues,
cortejando a la muerte. Mientras veneremos la fuerza, la violencia será nuestro
medio de vida. Pero si queremos paz, si queremos una verdadera relación entre
los seres humanos, ya sean cristianos, hindúes, rusos o americanos, si queremos
que nuestros hijos sean individuos integrados, entonces el entrenamiento
militar es un absoluto impedimento; es el camino erróneo para lograr lo que
queremos.
Una de las principales causas de odio y lucha es la
creencia de que una raza o clase particular es superior a otra. El niño no tiene
conciencia de raza ni de clase; son el hogar o el ambiente escolar, o ambos,
los que le hacen proclive al separatismo. Al niño no le importa que su
compañero de juegos sea negro, judío, brahmán o no brahmán; pero la influencia
de la estructura social entera ejerce una constante influencia en su mente,
afectándola y modelándola. El problema, una vez más, no está en el niño sino en
los adultos, que han creado un ambiente absurdo de separación y falsos valores.
¿Existe algún verdadero fundamento para establecer
diferencias entre los seres humanos? Puede que nuestros cuerpos sean diferentes
en cuanto a estructura y color, que nuestros rostros sean distintos; sin
embargo, bajo la piel, somos todos bastante parecidos: orgullosos, codiciosos,
envidiosos, violentos, lujuriosos, ambiciosos de poder... Quitémonos el rótulo,
y quedaremos bien desnudos. Pero no queremos afrontar nuestra desnudez, y por
eso insistimos en la etiqueta, lo cual indica cuán inmaduros e infantiles somos
en realidad.
Para que el niño crezca libre de prejuicios,
tenemos que destruir primero todo prejuicio dentro de nosotros, y luego en
nuestro entorno, lo cual significa destruir completamente la estructura de esta
sociedad insensata que hemos creado. Es posible que en casa expliquemos al niño
lo absurdo que es tener conciencia de clase o de raza, y él probablemente esté
de acuerdo con nosotros; pero cuando vaya a la escuela y juegue con otros
niños, se contagiará del espíritu separatista. O puede suceder lo contrario:
que viva en un hogar tradicional, estrecho de miras, y que la influencia de la
escuela sea liberal. De cualquier manera, siempre hay una batalla en pie entre
el ambiente del hogar y el de la escuela, y el niño se ve atrapado entre ambos.
Para criar al niño con cordura, para
ayudarle a ser perceptivo a fin de que no se deje engañar e influir por estos
estúpidos prejuicios, tenemos que estar en íntimo contacto con él. Tenemos que
hablar con él de estas cosas, y dejarle que escuche conversaciones
inteligentes; tenemos que avivarle el espíritu de investigación y de rebeldía
que ya existen en él, para así ayudarle a descubrir por sí mismo lo que es
verdadero y lo que es falso. Es la investigación constante, la verdadera
insatisfacción, lo que despierta la inteligencia creadora; pero mantener
despierto el espíritu de investigación y descontento es extremadamente difícil,
y la mayor parte de la gente no quiere que sus hijos tengan esa clase de
inteligencia, pues es terriblemente incómodo vivir con alguien que
constantemente cuestiona los valores aceptados por la mayoría. Todos estamos
descontentos cuando somos jóvenes; sin embargo, desgraciadamente ese
descontento pronto se desvanece, asfixiado por nuestras tendencias imitativas y
nuestro culto a la autoridad. A medida que nos hacemos mayores, nos vamos
volviendo seres cristalizados, satisfechos y recelosos. Nos hacemos ejecutivos,
sacerdotes, empleados de banco, directores de fábrica, técnicos, y empezamos
poco a poco a deteriorarnos. Puesto que deseamos conservar nuestros puestos,
defendemos la sociedad destructiva que nos ha colocado en ellos y nos ha dado
seguridad en alguna medida.
Que el control de la educación esté en manos del
gobierno es una calamidad. No hay esperanza de paz ni de orden en el mundo
mientras la educación sea la servidora del Estado o de las religiones
organizadas. El caso es que son cada vez más los gobiernos que expresamente se
hacen cargo del niño y su futuro; y si no es el gobierno, son las
organizaciones religiosas las que intentan ejercer control sobre la educación.
El condicionar así la mente del niño para que se
ajuste a una particular ideología, política o religiosa, engendra enemistad
entre los individuos. En una sociedad donde existe la competencia, no puede
haber confraternidad; y ninguna reforma, ninguna dictadura ni método educativo
podrá improvisarla.
Mientras usted sea neozelandés y yo hindú, es
absurdo hablar de una humanidad unida. ¿Cómo vamos a unirnos como seres humanos
si, usted en su país y yo en el mío, conservamos cada uno nuestros respectivos
prejuicios religiosos y modelos económicos? ¿Cómo puede haber fraternidad
mientras el patriotismo separa a las personas entre sí, y millones de seres
viven coartados por condiciones económicas deplorables mientras otros gozan de
la abundancia? ¿Cómo puede haber unidad entre los seres humanos cuando las
creencias nos dividen, cuando un grupo domina a otro, cuando los ricos son
poderosos y los pobres tratan de alcanzar ese mismo poder, cuando hay una
desastrosa distribución de las tierras, cuando una minoría está bien alimentada
mientras millones de personas se mueren de hambre?
Uno de nuestros problemas es que no nos tomamos
nada de esto en serio, porque no queremos que nada nos perturbe. Preferimos
alterar las cosas sólo de un modo que nos resulte personalmente ventajoso; por
eso no nos interesa tampoco reflexionar sobre nuestra propia vacuidad y
crueldad.
¿Hay posibilidad alguna de alcanzar la paz por
medios violentos? ¿Es la paz algo que pueda conseguirse gradualmente, a través
de un lento proceso de tiempo? Con toda certeza, el amor no es cuestión de
adiestramiento ni de tiempo. Las dos últimas guerras, según creo, se libraron
para defender la democracia; y ahora nos preparamos para otra guerra aún mayor
y más destructiva, y la gente es menos libre. ¿Qué sucedería si despejáramos
nuestro camino de obstáculos para el entendimiento tan evidentes como son la
autoridad, las creencias, el nacionalismo y toda clase de espíritu jerárquico?
Seríamos individuos sin autoridad, seres humanos en relación directa unos con
otros, y entonces, tal vez, habría amor y compasión. Lo esencial en la
educación, como en cualquier otro campo, es contar con personas comprensivas y
afectuosas, cuyos corazones no estén llenos de frases huecas, llenos de los
intereses de la mente.
Si queremos ser felices en esta vida, que tiene
todos los ingredientes para ello, y vivir con consideración, con cuidado, con
afecto, es muy importante que nos entendamos; y, si deseamos construir una
sociedad de verdad inteligente, debemos tener educadores que entiendan los
procesos de la integración y que sean por tanto capaces de impartir ese
entendimiento a sus alumnos.
Esta clase de educadores serían un peligro para la
actual estructura social; porque en realidad no queremos construir una sociedad
inteligente, y cualquier maestro que, percibiendo la plena significación de la
paz, comenzara a señalar las auténticas implicaciones del nacionalismo y la
insensatez de la guerra perdería muy pronto su empleo. Sabiendo esto, la
mayoría de los maestros transigen y, al hacerlo, ayudan a mantener el actual
sistema de explotación y violencia.
Evidentemente, para descubrir la verdad debemos
estar libres de toda lucha con nosotros mismos y, por consiguiente, con nuestros
semejantes. Cuando no estamos en conflicto con nosotros mismos, no estamos en
conflicto con los demás. Es la lucha interna, proyectada en el exterior, la que
se convierte en conflicto mundial.
La guerra es una proyección espectacular y
sangrienta de nuestro vivir cotidiano. Precipitamos la guerra con nuestra
manera de vivir; luego, sin una transformación interna de cada uno de nosotros,
forzosamente seguirán existiendo los antagonismos raciales y nacionales, las
infantiles disputas a causa de nuestras ideologías, la multiplicación de
soldados, los saludos a las banderas, y todas las numerosas brutalidades que
contribuyen a crear el asesinato organizado.
La educación ha fracasado en todos los ámbitos del
mundo; ha aumentado la destrucción y la infelicidad. Los gobiernos adiestran a
los jóvenes para que sean los soldados y técnicos eficientes que necesitan; se
cultivan y se imponen la reglamentación y el prejuicio. Tomando estos hechos en
consideración, tenemos que investigar el sentido de la existencia y el
significado y la finalidad de nuestras vidas. Tenemos que descubrir formas
benéficas de crear un nuevo entorno social, porque el entorno puede hacer de un
niño un bruto, un especialista insensible, o ayudarle a convertirse en un ser
humano sensible e inteligente. Tenemos que crear un gobierno mundial que sea
radicalmente diferente, que no esté cimentado en la fuerza, en el nacionalismo
ni en ninguna ideología. Todo esto implica comprender nuestra responsabilidad
en las relaciones de unos con otros; ahora bien, para entender nuestra
responsabilidad, debe haber amor en nuestros corazones, no solamente ciencia y
conocimiento. Cuanto más intenso sea nuestro amor, más profunda será su
influencia en la sociedad. Pero nosotros somos todo cerebro; no hay corazón.
Cultivamos el intelecto y despreciamos la humildad. Si amáramos realmente a
nuestros hijos, querríamos que estuvieran a salvo, los protegeríamos, y no
permitiríamos que fuesen sacrificados en las guerras. Creo que en realidad
queremos que siga habiendo armas; nos gusta la ostentación del poder militar,
los uniformes, los ritos, las francachelas, el ruido, la violencia. Nuestra
vida diaria es un reflejo en miniatura de esa misma superficialidad brutal, y
nos estamos destruyendo unos a otros con nuestra envidia y nuestra irreflexión.
Queremos ser ricos; y cuanto más ricos somos, más crueles nos volvemos, por
mucho que donemos grandes sumas a las entidades benéficas y a la educación.
Después de haberle robado a la víctima, le devolvemos un poco de los despojos,
y a esto lo llamemos filantropía. Creo que no nos damos cuenta de las
catástrofes que estamos forjando. La mayor parte de nosotros vivimos cada día
tan rápida e irreflexivamente como nos es posible, y dejamos en manos del
gobierno y de astutos políticos la dirección de nuestras vidas.
Todos los gobiernos soberanos necesitan estar
preparados para la guerra, y el gobierno de nuestro propio país no es una
excepción. Y para que los ciudadanos sean eficientes en la guerra, para que
estén bien instruidos y sean capaces de cumplir eficazmente con sus deberes, es
obvio que los gobiernos tienen que dirigirlos y dominarlos: tienen que
entrenarlos para que actúen como máquinas, para que sean desalmadamente
eficientes. Si el objetivo y el fin de la vida es destruir o ser destruido,
entonces la educación debe estimular la crueldad; y no estoy del todo seguro de
que en realidad no sea esto lo que en nuestro fuero interno deseamos, pues la
crueldad corre pareja con el culto del éxito.
El Estado soberano no quiere que sus ciudadanos
sean libres ni que piensen por sí mismos, y los dirige, por medio de
propaganda, de la interpretación errónea de la historia y otros medios. Por eso
la educación ha empezado a convertirse cada vez más en un procedimiento para
enseñar qué pensar, y no cómo pensar. Si pensáramos con criterio independiente
del sistema político imperante, seríamos peligrosos: las instituciones libres
podrían resultar pacifistas, o contrarias al régimen existente.
La verdadera educación es indiscutiblemente un
peligro para los gobiernos soberanos, y por eso se emplean sutiles o severos
medios para impedirla. La educación y la alimentación, en manos de una minoría,
se han convertido en medios para dominar al individuo; y a los gobiernos, ya
sean de izquierdas o de derechas, la educación les trae sin cuidado mientras
sigamos siendo máquinas eficaces para producir mercancías y balas.
Ahora bien, el hecho de que esto esté ocurriendo en
todo el mundo significa que a nosotros, los ciudadanos y educadores que somos
responsables de los gobiernos actuales, no nos importa de un modo fundamental
si el ser humano tiene libertad o esclavitud, paz o guerra, bienestar o
miseria. Aceptamos una pequeña reforma ocasional, pero la mayoría tememos
destruir esta sociedad y edificar una estructura completamente nueva, ya que
eso necesariamente conllevaría una transformación radical de cada uno de
nosotros.
Por otra parte, hay quienes ponen todo su empeño en
provocar una revolución violenta. Tras haber contribuido a establecer el orden
social del presente, con sus correspondientes conflictos, su confusión y su
desdicha, quieren ahora organizar una sociedad perfecta. Pero ¿puede alguno de
nosotros organizar una sociedad perfecta, cuando hemos sido nosotros los
artífices de la sociedad existente? Creer que la paz puede alcanzarse por
medios violentos es sacrificar el presente por un ideal futuro; y esta búsqueda
del objetivo correcto por medios erróneos es una de las causas del desastre
actual. La expansión y el predominio de los valores sensuales crean
necesariamente el veneno del nacionalismo, de las fronteras económicas, de los
gobiernos soberanos y del espíritu patriótico, todo lo cual excluye la
cooperación entre las personas y corrompe las relaciones humanas, que
constituyen la sociedad. La sociedad es la relación que une a los seres humanos
entre sí; y, sin entender profundamente esta relación, no en un determinado
nivel, sino integralmente, como un proceso total, está claro que volveremos a
crear la misma clase de estructura social, por mucho que superficialmente la
modifiquemos.
Si queremos cambiar radicalmente nuestras
relaciones humanas actuales, que han traído indecible miseria al mundo, nuestra
única e inmediata tarea es transformarnos nosotros mismos a través del
conocimiento propio. Lo cual nos trae de vuelta a la cuestión central, que es
uno mismo; pero éste es un punto que esquivamos hábilmente cediendo la
responsabilidad a los gobiernos, a las religiones y a las ideologías. El
gobierno es lo que nosotros somos; las religiones y las ideologías no son sino
proyecciones de nosotros; y, a menos que cambiemos fundamentalmente, no puede
haber ni verdadera educación ni un mundo de paz. La seguridad física de todos
los seres humanos será una realidad cuando haya amor e inteligencia; y puesto
que hemos creado un mundo de conflictos y de miseria, en el que la seguridad
externa es cada vez más una imposibilidad para cualquier individuo, ¿no indica
esto la completa inutilidad de la educación pasada y presente? Nuestra
responsabilidad directa como padres y maestros es abandonar la forma de pensar
tradicional, y no depender meramente de los expertos y sus descubrimientos. La
eficiencia técnica nos ha dado cierto grado de comodidad y capacidad para ganar
dinero, y por eso la mayoría estamos satisfechos con la estructura social del
presente; pero al verdadero educador sólo le importan la forma correcta de
vivir, la verdadera educación y los medios correctos de ganarse la vida.
Cuanto más irresponsables seamos en estas
cuestiones, más asumirá el Estado toda responsabilidad. Nos estamos
enfrentando, no con una crisis política o religiosa, sino con una crisis de
deterioro humano que ningún partido político ni sistema económico puede impedir.
Otro desastre aún mayor se aproxima peligrosamente,
y la mayoría no hacemos nada por evitarlo. Seguimos adelante, día tras día,
como lo hemos hecho hasta ahora: no queremos despojarnos de nuestros falsos
valores y empezar de nuevo. Queremos hacer una reforma de retazos, que sólo nos
conducirá a ulteriores problemas, y que a su vez requerirán sucesivas reformas.
Pero el edificio se nos está desmoronando; las paredes han empezado a ceder, y
el fuego lo consume. Debemos abandonar el edificio y comenzar a construir sobre
un solar nuevo con diferentes cimientos y con diferentes valores.
No podemos desechar el conocimiento técnico, pero
podemos empezar a darnos cuenta de nuestra sordidez interior, de nuestra
crueldad, de nuestros engaños e indignidades, de nuestra completa falta de
amor. Sólo cuando utilicemos la inteligencia y nos liberemos del espíritu del
nacionalismo, de la envidia y de la sed de poder, podremos establecer un nuevo
orden social. La paz no se conseguirá jamás con reformas parciales ni con una
mera reorganización de las viejas ideas y supersticiones. Sólo habrá paz cuando
comprendamos lo que está más allá de la superficie y detengamos así esta ola de
destrucción que se ha desatado a causa de nuestra agresividad y de nuestros
temores; y sólo entonces habrá esperanza para nuestros hijos y salvación para
el mundo.
*La Educación y el significado de la Vida
Anexo aportes encontrados en Internet para ver, leer y descargar. Están en:
Fundación Krishnamurti Latinoamericana
https://es.wikipedia.org/wiki/Jiddu_Krishnamurti
Libros:
"A LOS PIES DEL MAESTRO" J.Krishnamurti:
https://biblioteca-autoayuda.com/a-los-pies-del-maestro/
Libérese del Pasado – Descargar
El Arte de Vivir – Descargar
La Raíz del Conflicto – Descargar
Principios del Aprender – Descargar
El-conocimiento-de-uno-mismo.pdf
El-estado-creativo-de-la-mente.pdf
La-libertad-primera-y-ultima.pdf
El-camino-de-la-inteligencia.pdf
Videoclips sobre Krishnamurti, para ver y/o descargar de:
Canal de la Fundación Krishnamurti Latinoamericana
También reflexiones de Krishnamurti en blog:
http://seaunaluzparaustedmismo.blogspot.com/
un espacio que expone sus ideas.
Un breve recuento biográfico sobre Jiddu Krishnamurti en:
https://psicologiaymente.com/biografias/jiddu-krishnamurti
(Para leerlo hay que sortear abundante publicidad).
_____________________________________________
Otras
ideas de vida en:
http://hugobetancur.blogspot.com/
http://pazenlasmentes.blogspot.com/
http://es.scribd.com/hugo_betancur_3
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