sábado, 3 de diciembre de 2011

Dios dice "SI" - God says "YES"


Disertación de Neale Donald Walsh


Cita de "En casa con Dios", 
libro de Neale Donald Walsh:

"Me duele saber que hay tanta gente que se siente asustada cuando se acerca a su hora de pasar al otro mundo, por no hablar de cuando están en éste. Se suponía que la vida era un goce constante, y la muerte es un tiempo de goce aún más grande, donde sería maravilloso que toda la gente sólo conociera paz y feliz esperanza, como mi madre.

  Se sentía absolutamente en paz con su muerte. El joven sacerdote que vino a administrarle la Extremaunción salió meneando la cabeza. “Ella –susurró- me estaba confortando a mí”.

  Mi madre tenía una fe inquebrantable en que estaba yendo a los brazos de Dios. Ella sabía en qué consistía la vida y sabía en qué no consistía la muerte. La vida consistía en dar todo lo que tienes a todo lo que amas, sin dudas, sin preguntas, sin limitaciones. La muerte no consistía en que algo se cerrara, sino en que todo se abriera. Recuerdo que solía decir: “Cuando muera, no estén tristes. Bailen sobre mi tumba”. Mi madre sentía que Dios había estado a su lado durante toda su vida, y que ahí era exactamente donde Dios iba a estar cuando se muriera.

  Pero ¿Qué pasa con los que se imaginan que están viviendo y muriendo sin Dios? Eso podría significar una vida muy solitaria y una muerte aterradora. En un caso así, sería mejor morirse sin saber en absoluto que uno se está muriendo.

  Así es como murió mi padre. Se levantó de su sillón una tarde, dio un paso y se desplomó en el suelo. Los paramédicos llegaron en unos minutos, pero no hubo nada que hacer, y estoy seguro de que mi padre no tuvo la menor idea de que ésos iban a ser sus últimos momentos sobre la tierra.

  Mi madre sabía que se estaba muriendo y creo que se permitió a sí misma saber eso porque podía encararlo con serenidad y con alegría. Mi padre no podía y por eso eligió marcharse de forma abrupta. No hubo tiempo para pensar: “Oh Dios mío, me estoy muriendo. Me estoy muriendo realmente”. Del mismo modo, no creo que hubiera ningún momento durante sus ochenta y tres años en que se dijera a sí mismo: “Oh Dios mío, estoy realmente viviendo”. Mi madre sabía que estaba “realmente viviendo” cada minuto. Sabía sobre la maravilla y la magia de todo esto. Mi padre no.

  Mi padre era un tipo interesante, y sus pensamientos sobre Dios, sobre la vida y sobre la muerte eran una contradicción en los términos. Más de una vez compartió conmigo su total desconcierto sobre acontecimientos de todos los días, así como su completa incredulidad de que pasara algo después de la muerte.

  Recuerdo un sorprendente intercambio, dos años antes de que se muriera, en el que él estaba reflexionando sobre su existencia. No fue una discusión  muy larga. Yo le había preguntado cuál pensaba que era el significado de la vida. Me miró casi sin expresión y dijo: “No la entiendo en absoluto”. Y cuando le pregunté que creía que pasaba después de la muerte, respondió: “Nada”.

   Lo presioné para que me diera una respuesta de más de una palabra.

   “Oscuridad. Un final. Eso es todo. Te quedas dormido y no te despiertas”.

   Yo estaba desolado. Siguió un extraño silencio, y después yo me apresuré a llenar el vacío con todo tipo de afirmaciones tranquilizadoras, asegurándole que estaba equivocado, que tenía que haber una experiencia extraordinaria esperándonos a todos nosotros “al otro lado”. Yo había empezado a describirle cómo me lo imaginaba yo todo, cuando me cortó con un impaciente movimiento de su mano.

   “Tonterías”, murmuró. Y eso fue todo.

   Yo estaba asombrado, porque sabía que mi padre era un hombre que, incluso a sus ochenta y tantos años, se ponía de rodillas y rezaba cada noche. ¿A quién rezaba, me preguntaba, si no creía en una vida que fuera santa y en una muerte que fuera sólo el principio? ¿Y por qué cosa qué rezaba? Quizás rezaba porque él, él mismo, no tuviera razón. Quizás estaba esperando contra toda esperanza."


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