El videoclip* al final de este
texto corresponde a la disertación de la neuroanatomista Jill Bolte Taylor,
narrando los eventos posteriores a la ruptura de un aneurisma en su cerebro, en
el hemisferio izquierdo, y describiendo las percepciones posteriores de
fenómenos sorprendentes e inexplicables desde su entrenamiento profesional.
Después del accidente cerebrovascular –llamado popularmente derrame cerebral-,
ocurrido en diciembre de 1996, Jill tardó 8 años en recuperarse.
Seguidamente la transcripción al
español de su alocución “My stroke of insight” (Mi derrame de
iluminación”) presentada en febrero del 2008 en evento de la organización TED
en Estados Unidos:
“He dedicado mi vida a estudiar el cerebro
porque tengo un hermano que ha sido diagnosticado con un desorden cerebral:
esquizofrenia. Y como hermana y científica siempre he querido saber por qué yo
puedo cumplir mis sueños, conectarlos a mi realidad y realizarlos y él no, qué
ocurre con la esquizofrenia cuando el enfermo no puede conectarlos a ninguna
realidad compartida en lugar de convertirlos en delirios?
He dedicado mi vida al estudio de la enfermedad mental severa. Incluso me mudé
de Indiana a Boston para trabajar en el laboratorio del doctor Francine Benes,
en el Departamento de Psiquiatría de Harvard. En el laboratorio trabajamos para
responder a una pregunta: ¿Cuáles son las diferencias biológicas entre los
cerebros de personas que se diagnostican como el control normal, en comparación
con los cerebros de las personas diagnosticadas de esquizofrenia, trastorno
esquizoafectivo o trastorno bipolar?
Intentamos mapear los microcircuitos cerebrales, cuáles son las células que
están comunicándose con otras, mediante qué procedimientos químicos, con qué
cantidad de los mismos. En eso trabajo durante el día. Mi tiempo libre lo
dedicaba a actuar como defensora de NAMI, la Alianza Nacional de Enfermedades
Mentales.
El 10 de diciembre de 1996 me levanté
para descubrir que era yo quien tenía un desorden cerebral. Un vaso sanguíneo
explotó en la mitad izquierda de mi cerebro. Y durante horas viví y observé
cómo mi cerebro iba deteriorándose, mermando su capacidad para procesar la
información. Esa mañana no pude andar, hablar, leer, escribir ni recordar nada.
Me convertí en definitiva en un niño en el cuerpo de una mujer.
Si habéis visto alguna vez un cerebro humano sabréis que su morfología muestra
la separación entre dos hemisferios. Os he traído uno:
Esto es el lóbulo frontal, esto la
parte trasera, de la que cuelga la médula espinal y esta es la forma en que se
coloca en mi cráneo. Como veis, es evidente la separación entre dos
hemisferios.
Siguiendo una metáfora informática,
nuestro hemisferio derecho funciona como un procesador en paralelo. El
izquierdo como un procesador de serie. Ambos hemisferios se comunican a
través del cuerpo calloso, compuesto por unos 300 millones de fibras axonales.
Más allá de esto los dos hemisferios están completamente separados. Debido a
que procesan la información de forma diferenciada, cada hemisferio piensa en
cosas diferentes, se preocupa por cosas diferentes, y me atrevo a decir, que
tiene personalidades muy diferentes.
El hemisferio derecho trata sobre el
presente. Es el aquí y ahora. Piensa en imágenes y aprende a través del
movimiento de nuestros cuerpos. La información llega en forma de flujos de
energía de forma simultánea a través de todos nuestros sistemas sensoriales
para estallar en un enorme collage: la impresión sobre el momento presente
aparece. Es el responsable del olor, del sabor, el sonido, de lo que sentimos
ante el presente.
Soy energía que se conecta a la
energía del resto a través de la conciencia de mi hemisferio
derecho. Somos seres de energía conectada a través de la conciencia del
hemisferio derecho a la familia humana. Lo cual significa que somos hermanos y
hermanas en este planeta, que estamos aquí para hacer del mundo un lugar mejor.
Somos, en este momento, perfectos,
globales, parte del todo, bellos. Parte de un bello todo.
Mi hemisferio izquierdo es un lugar
muy distinto, que piensa lineal y metódicamente. Nuestro hemisferio izquierdo
tiene que ver con el pasado y el futuro. Nuestro hemisferio izquierdo está
diseñado para registrar ese enorme collage del momento presente. Analizando
detalles y más detalles, clasificando y organizando toda esa información. Está
asociado con todo lo que aprendimos en el pasado, con nuestros proyectos de
futuro. Es un hemisferio lingüístico. Su función es hablar continuamente,
establecer un diálogo constante entre mi mundo interior y mi mundo externo. Es
la vocecilla que me dice, “Hey, recuerda comprar plátanos antes de llegar a
casa, es la inteligencia que calcula a qué temperatura debo poner la
lavadora. Pero lo más importante es que es esa voz que me dice “Yo soy”.
Cuando lo dice, me convierte en un ser separado, me hago una sola persona
sólida separada del flujo de energía a mi alrededor y separada del resto.
Esa fue la parte de mi cerebro que
perdió sus funciones la mañana de mi accidente cerebrovascular.
La mañana del accidente me desperté
con un dolor que golpeaba justo detrás de mi ojo izquierdo. Era un dolor agudo,
similar al que produce morder hielo. No estoy acostumbrada a sentir dolor, así
que seguí mi habitual rutina. Al levantarme subí a mi máquina de cardio
training, una máquina para ejercitar todo el cuerpo. Empecé el ejercicio y
pronto me di cuenta de que mis manos parecían garras primitivas al agarrarse a
las barras. Pensé ‘es raro’ y miré el resto de mi cuerpo pensando ‘estoy rara,
me siento rara’. Fue como si mi conciencia se hubiera desplazado fuera de la
realidad habitual, a un espacio esotérico en el que me estuviera observando a
mí misma teniendo esa experiencia.
Era todo extraño y mi dolor de cabeza
iba a peor, así que dejé la máquina y me puse a dar vueltas por la sala. Era
como si mi cuerpo estuviera enlenteciéndose, mis pasos volviéndose rígidos,
deliberados. No había fluidez y mis percepciones no podían ir más allá de mi
misma, de mi propio espacio interior. En el cuarto de baño, de pie y camino a
la ducha escuchaba el diálogo en mi cuerpo: “Ok…músculos, contraeros,
relajaros”.
De golpe perdí equilibrio y quedé
contra la pared. Miré mi brazo y me di cuenta de que no podía delimitar los
límites de mi cuerpo. No podía definir dónde empezaba y dónde terminaba. De
alguna forma, los átomos y moléculas de mi brazo se mezclaban con los átomos y
moléculas de la pared. Sólo sentía esa energía. Energía….
Me preguntaba… ¿qué me pasa? Y mi
cerebro izquierdo no respondía, nada respondía. Era como si alguien, desde un
mando a distancia, hubiera pulsado el botón de silencio. Total….”
El relato de la experiencia sigue,
aunque creo que es suficiente para que os hagáis una idea de la importancia de
sus conclusiones “existenciales”, en mi opinión, tremendamente respetables (se
trata de alguien que ha dedicado su vida al estudio de la neurobiología):
“Aún sigo viva y he encontrado el Nirvana. Mi
imagen del mundo es ahora el de un lugar bello, pacífico, lleno de gente
adorable que sabe que vive en ese espacio, que puede elegir vivir conforme a
esa parte derecha del cerebro y encontrar esa paz. Esa ha sido mi motivación
para recuperarme. He tardado 8 años.
Somos el poder de la vida en el
universo, con habilidades manuales y 2 sistemas cognitivos. Tenemos el poder de
elegir, en cada momento, cómo estar en el mundo. Puedo centrarme en la conciencia
de mi hemisferio derecho, en el que soy fuerza vital, la pura energía que
generan mis más de 50 trillones de las bellas moléculas que me componen. Una
con todo.
O puedo elegir la guía consciente de
mi cerebro izquierdo y convertirme en un individuo único, separado del flujo,
separado de todos vosotros.”
[https://es.wikipedia.org/wiki/Hemisferio_cerebral]
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