LO QUE
NO PUDO SER;
LO QUE FUE.
Por Hugo Betancur
Nuestros
pensamientos son expresiones del movimiento de nuestras mentes y provienen de
un archivo de datos e impresiones que hemos asumido. Interpretamos los procesos
de la existencia según nuestras experiencias y según las de otros limitados al
estado de nuestra personalidad.
Cuando
meditamos seriamente sobre nuestras acciones y relaciones con la visión del
corazón –la disposición a comprender-, podemos conocernos y conocer a otros, si
ese es nuestro propósito. Los enfoques racionales son solo una fragmentación de
lo que llamamos realidad porque provienen de nuestras creencias particulares.
Si logramos mirar el mundo desde la posición de los demás, tendremos su perspectiva
y sus percepciones, distintas a las nuestras.
Podemos ser
atentos observadores mientras debutamos en los escenarios de la vida e
interactuamos según las condiciones del presente o podemos ser actores
distraídos empeñados en representar los papeles aprendidos en el pasado y en
recitar una y otra vez los guiones memorizados –nuestro programa y nuestros
fijos proyectos de vida.
Si nos
desempeñamos como actores que repetimos nuestros libretos, nuestros procesos de
reacción serán monótonos y previsibles: el engranaje mecánico puesto en marcha
y controlado por nuestras mentes estancadas, y funcionando con nuestra energía
y una precaria información para desempeñarnos en nuestras relaciones de todos
los días.
Nuestras
mentes fluyen construyendo ideas e imágenes adecuadas a lo que somos. Otros
pueden tomarse una impresión de cada uno de nosotros cuando observan nuestros
comportamientos por las emociones y sentimientos que expresamos en nuestras
relaciones.
Muchas
veces nos quedamos pasmados cavilando sobre lo que no pudo ser. Revisamos
nuestros viejos planes y expectativas y repasamos los dramas en que fuimos
protagonistas infortunados, llevados a la deriva por un cruel destino que nos
dejó su huella de amargura y sufrimiento.
Cargamos
esos recuerdos como una valiosa posesión durante largas jornadas a través del
tiempo de nuestras vidas y hacemos recuentos minuciosos que terminan por
aburrir o abrumar a nuestros amigos y parientes; sin embargo, no obtenemos
alegría ni satisfacción con esa representación psicológica de mártires: las
historias tristes solo nos atraen evocaciones autocompasivas y grises; los
cementerios solo guardan despojos y los museos solo conservan retazos de
situaciones ya transcurridas y evanescentes.
Todo lo que
fue dejó alguna evidencia que podemos relacionar con eventos y personajes. Lo
que no pudo ser lo podemos explicar como no sucedido: faltan las evidencias
porque no lo experimentamos y no fue posible: un gran amor, la adquisición de
algo material, la ejecución de alguna acción o la conquista de algún objetivo
perseguido.
Ante
nuestras vivencias decidimos nuestras actitudes y sentimientos para asimilar
los acontecimientos en que participamos: elegimos la aceptación inteligente y
fluida o elegimos el rechazo y la resistencia.
La
aceptación nos lleva a la paz y al entendimiento de que todo lo que pasa tiene
una causa y un propósito.
El rechazo
nos lleva al conflicto y al sufrimiento, lo que no modifica los sucesos
atravesados y nos convierte en viajeros tormentosos y quejumbrosos.
La vida es
un conjunto de circunstancias que nos permiten experimentar todas las opciones
de la dualidad bajo identidades diferentes. En algún instante del tiempo los
cuerpos han de morir. El altivo monarca abandona su trono inevitablemente para
regresar vestido de mendigo a confundirse con la gente menuda que hizo posible
su reinado; y el mendigo se despoja de su atuendo andrajoso para ponerse los
trajes suntuosos de soberano y recorrer a su antojo las dependencias del
palacio –todo esto ocurre para que cada uno conozca los papeles cumplidos
por los otros y la manera como se sintió sacudido por los procesos de su
efímera existencia.
El
sufrimiento es un yugo que asumimos. Cuando nos damos cuenta que no es grato ni
útil y que llena de confusión nuestras vidas, podemos dejarlo atrás junto con
nuestras interpretaciones particulares, nuestras recriminaciones, nuestras
culpas, nuestras condenas, nuestros odios y nuestros sentimientos de
separación. Dejamos entonces de sentirnos víctimas de otros y asumimos nuestra
autonomía; nos liberamos de nuestros juicios extremos y de sus consecuencias.
Desde
nuestras creencias, cada uno de nosotros decide qué sucesos van a afectarnos y
cómo nos van a afectar. En cualquier momento podemos cambiar de elección cuando
alcanzamos una visión consciente sobre la inevitabilidad de los hechos
vivenciados.
Nuestro
mayor obstáculo para cambiar el enfoque sobre los eventos proviene de nuestro
ego caprichoso con sus presunciones de orgullo, de “dignidad herida” y de
dominio o control sobre las acciones y decisiones de los demás.
Como
escribí antes, la comprensión nos permite modificar nuestra mentalidad y
nuestras creencias: al unísono, nuestro corazón busca las razones de nuestra
mente y nuestra mente busca las razones del corazón, lo que nos permite ver “lo
que es” y lo que fue, y dejar a un lado “lo que no pudo ser”, para que las
tramas de la crónica vivida nos muestren su coherencia y sus intrincados nexos
de aprendizaje y de libre albedrío.
Hugo
Betancur (Colombia)
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