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El Último Diario 1983 - 1984
Martes, 27
de marzo, 1984
Ojai [9],
California
En ese viaje desde el aeropuerto a través de la vulgaridad de las
grandes poblaciones que se extendían por muchas, muchas millas, con luces
deslumbrantes y muchísimo ruido, al tomar después la autopista y pasar por un
corto túnel, súbitamente dimos con el Pacífico. Era un día claro sin un solo
soplo de viento, pero como era muy temprano en la mañana, había una gran pureza
antes de que la contaminación del gas monóxido llenara el aire.
El mar se veía
muy tranquilo, casi como un inmenso lago. El sol acababa de asomar sobre el
cerro, y las aguas profundas del Pacifico tenían el color del Nilo, pero en los
bordes eran de un azul claro y lamían suavemente las orillas. Había muchos
pájaros, y en la distancia uno alcanzó a divisar una ballena.
Siguiendo la carretera de la costa había muy pocos automóviles esa
mañana, pero sí se veían casas en todas partes; probablemente vivía gente muy
rica ahí. Y cuando uno llegaba al Pacífico, estaban los agradables cerros a la
izquierda. En medio de estos cerros, bien en lo alto, había casas, y la
carretera que seguía el mar, serpenteaba entrando y saliendo; y nuevamente nos
encontramos con otra ciudad, pero afortunadamente la carretera no la
atravesaba.
Había ahí un centro naval con sus modernos medios de matar a la
humanidad. Pasamos de largo y doblamos hacia la derecha, dejando el mar atrás;
y después de los pozos de petróleo, alejándonos aún más del mar, atravesamos
por naranjales, pasamos un campo de golf hasta llegar a un pequeño poblado
donde otra vez la carretera serpenteaba atravesando huertos de naranjos, con el
aire impregnado del perfume de azahar. Y todas las hojas de los árboles se
veían relucientes. Parecía haber una gran paz en este valle, tan quieto, tan
alejado de todas las multitudes, de los ruidos la vulgaridad. Este país es
hermoso tan vasto ‑con sus desiertos, con las montañas coronadas de nieve, los
poblados, las grandes ciudades y los ríos más grandes aún. La tierra es
maravillosamente bella, vasta, global.
Y llegamos a esta casa que era aún más tranquila y bella,
relucientemente construida y con la limpieza que no tienen las casas en las
ciudades. Había muchísimas flores, rosas y otras. Un lugar para estar
tranquilo, no precisamente para vegetar, sino para estar realmente,
profundamente tranquilo en lo interno. El silencio es una gran bendición,
purifica el cerebro, le da vitalidad, y este silencio desarrolla una gran
energía, no la energía del pensamiento o la energía de las máquinas, sino una
energía incontaminada que no ha sido tocada por el pensamiento. Es la energía
que posee una capacidad y destreza incalculables. Y éste es un lugar donde el
cerebro, hallándose muy activo, puede estar en silencio. Esa misma actividad
intensa del cerebro, tiene la cualidad y profundidad y belleza del silencio.
Aunque uno ha repetido esto a menudo, la educación es el cultivo de la
totalidad del cerebro, no de una parte de él; es el cultivo balístico del ser
humano. Una escuela de estudios secundarios debería enseñar tanto ciencia como
religión. La ciencia significa realmente el cultivo del conocimiento. La
ciencia es la que ha originado el presente estado de tensión en el mundo, porque
mediante el conocimiento ha producido los instrumentos más destructivos que el
hombre haya inventado jamás. Pueden borrar de un soplo ciudades enteras,
millones de seres humanos pueden ser destruidos, vaporizados en un segundo. Y
la ciencia nos ha dado también muchísimas cosas útiles ‑en comunicación,
medicina, cirugía, e innumerables cosas menores para la comodidad del hombre,
para un modo más fácil de vida en el cual los seres humanos no tengan necesidad
de luchar incesantemente para adquirir su alimento, etc. Y nos ha dado la
deidad moderna, la computadora. Uno puede enumerar las muchas, muchas cosas que
la ciencia ha producido para ayudar al hombre y también para destruir al
hombre, para destruir completamente el mundo de la humanidad y la inmensa
belleza del mundo natural.
Los gobiernos están utilizando a los científicos, y
los científicos gustan de ser utilizados por los gobiernos, porque esto les
permite gozar de una posición, tener dinero, reconocimiento y todas esas cosas.
Los seres humanos también acuden a la ciencia para que traiga paz al mundo,
pero la ciencia ha fracasado, tal como la política ha fracasado en dar a los
hombres seguridad total, paz para vivir y para cultivar no sólo los campos,
sino el cerebro, el corazón, el estilo de vida, lo cual constituye el arte
supremo.
Y las religiones ‑las superficiales tradicionales religiones aceptadas,
los credos y los dogmas- han causado un gran perjuicio al mundo.
Históricamente, han sido las responsables de las guerras al dividir al hombre
contra el hombre todo un continente con muy fuertes creencias, dogmas y
rituales, contra otro continente que no cree en las mismas cosas, que no tiene
los mismos símbolos, los mismos rituales. Esto no es religión, es sólo una
tradición que se repite con sus interminables ritos que han perdido toda
significación, excepto la de brindar cierta clase de estímulo; todo eso se ha
convertido en un gran entretenimiento.
La religión es algo por completo
diferente. A menudo hemos hablado de la religión. La esencia de la religión es
la libertad ‑no libertad de hacer lo que a uno le plazca, eso es demasiado
infantil, inmaduro y contradictorio; genera gran conflicto, desdicha y
confusión. La libertad, como la religión, es algo por completo diferente.
Significa ausencia de conflicto interno, psicológico. Y con la libertad, el
cerebro se vuelve holístico, no está fragmentado en sí mismo La libertad
implica también amor, compasión; y no hay libertad si no hay inteligencia. La
inteligencia es inherente a la compasión y al amor. Uno puede ahondar en esto
infinitamente, no de manera verbal o intelectual, sino viviendo internamente
esa índole de vida.
Y en una escuela secundaria común o de más alta graduación, la ciencia
es conocimiento. El conocimiento puede expandirse sin cesar, pero el
conocimiento es siempre limitado porque se basa en la experiencia, y esa
experiencia puede ser un resultado teórico, hipotético. El conocimiento es
necesario, pero en tanto la ciencia sea la actividad de un grupo separado, o de
una nación separada ‑lo cual es una actividad tribal- ese conocimiento sólo
puede generar más conflicto, un desastre mayor en el mundo, cosa que está
ocurriendo actualmente.
La ciencia con su conocimiento no es para destruir a
los seres humanos, porque los científicos, después de todo, son en primer lugar
seres humanos, no sólo especialistas; son ambiciosos, codiciosos, buscan su
propia seguridad personal como todos los demás seres humanos en el mundo. Los
científicos son como cualquiera de nosotros. Pero su especialización, al mismo
tiempo que produce ciertos beneficios, causa una gran destrucción. Lo han
demostrado las dos últimas grandes guerras. La humanidad parece hallarse en un
perpetuo movimiento de destruirse y volver a construirse de nuevo ‑destrucción
y construcción; destruir a seres humanos y dar origen a una población mayor.
Pero si todos los científicos del mundo abandonaran sus herramientas y dijeran:
«No contribuiremos a la guerra, a la destrucción de la humanidad», entonces
podrían volver su atención, su destreza, su compromiso, a producir una relación
mejor entre la naturaleza, el medio y los seres humanos.
Si hubiera cierta paz entre unos pocos, entonces esos pocos ‑ no
necesariamente la élite - emplearían toda su habilidad para dar origen a un
mundo diferente. Entonces la religión y la ciencia podrían marchar juntas.
La religión es una forma de ciencia. O sea, conocer e ir más allá de
todo conocimiento, comprender la naturaleza e inmensidad del universo, no a
través de un telescopio, sino de la inmensidad de la mente y el corazón. Y esta
inmensidad no tiene absolutamente nada que ver con ninguna religión organizada.
¡Con cuánta facilidad se convierte el hombre en un instrumento de sus propias
creencias, de su propio fanatismo, comprometido con alguna clase de dogma que
carece de realidad! Ningún templo, iglesia o mezquita contiene la verdad. Son
tal vez símbolos, pero los símbolos no son lo real. Al adorar un símbolo, uno
pierde contacto con lo real, con la verdad. Pero por desgracia, al símbolo se
le ha dado una importancia mucho mayor que a la verdad. Uno le rinde culto al
símbolo. Todas las religiones se basan en ciertas conclusiones y creencias, y
todas las creencias son divisivas, tanto las creencias políticas como las
religiosas.
Donde hay división tiene que haber conflicto. Y una escuela secundaria
superior no es lugar para el conflicto. Es un lugar para aprender el arte de
vivir. Este arte es el más grande de todos, sobrepasa a todas las demás artes
porque afecta la totalidad del ser humano, no sólo una parte de él por grata
que ésta pueda ser. Y en una escuela de esta clase, si el educador se
compromete con esto, no como un ideal sino como una realidad en la vida
cotidiana ‑compromiso, vale la pena repetirlo, no con algún ideal, alguna
utopía, alguna noble conclusión- entonces puede realmente tratar de descubrir,
en el cerebro humano, un modo de vivir que no esté atrapado en problemas,
luchas conflictos y sufrimientos. El amor no es un movimiento de pesar,
angustia y soledad; es intemporal. Y el educador, si se atuviera a esto podría
introducir gradualmente en la adquisición de conocimientos de los estudiantes,
este verdadero espíritu religioso que está mucho más allá de todos los
conocimientos, que es quizá la terminación misma del conocimiento ‑no quizás-
es la terminación del conocimiento. Porque es preciso estar libres del
conocimiento para comprender aquello que es eterno, intemporal. El conocimiento
pertenece al tiempo, y la religión está libre de la esclavitud del tiempo.
Parece muy urgente e importante que demos origen a una generación nueva;
incluso media docena de personas así en el mundo harían una diferencia inmensa.
Pero el educador necesita educación. La de educador es la más grande vocación
del mundo.
[9]
El 6 de junio de 1983, Dorothy Simmons, la directora de la Escuela de Brockwood
Park, sufrió un ataque cardíaco. Después de eso Krishnamurti estuvo demasiado
ocupado en los asuntos de la escuela como para seguir con más dictados. El 1°
de julio viajó a Saanen Suiza, para la reunión internacional de todos los años.
El 15 de agosto regresó a Brockwood para una reunión que debía realizarse ahí,
y el 22 de octubre voló a Delhi. No regresó a Ojai hasta el 22 de febrero de
1984. Desafortunadamente, sólo dictó tres días más.
Jiddu Krishnamurti en español:
El Último Diario 1983 - 1984
Martes, 27 de marzo, 1984
Ojai, California
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