martes, 13 de marzo de 2012

Krishnamurti: Egoismo como la raíz del temor. Partes 2 y 3.


 

Jiddu Krishnamurti

CONVERSACIONES CON ESTUDIANTES*


Una de tres pláticas en la Universidad de Puerto Rico
SAN JUAN, Puerto Rico

1. - 10 de septiembre de 1968

1

CASI TODOS NOSOTROS en este mundo confuso y brutal, tratamos de labrarnos nuestra propia vida privada, una vida en la que podamos estar felices y tranquilos y, no obstante, vivir con las cosas de este mundo. Parecemos pensar que la vida cotidiana que llevamos, la vida de lucha, conflicto, pena y dolor, es algo separado del mundo externo de desdicha y confusión. Al parecer, creemos que el individuo, el “uno”, es distinto del resto del mundo con todas sus atrocidades, guerras y disturbios, con su desigualdad y su injusticia, y que esto es algo por completo diferente de nuestra vida particular de individuos. Cuando uno mira un poco más atentamente, no sólo su propia vida sino también el mundo, ve que lo que uno es ‑su existencia diaria, lo que piensa, lo que siente- es el mundo externo, el mundo que a uno lo rodea. Uno es el mundo, es el ser humano que ha creado este mundo de desorden total, el mundo que llora impotentemente en medio de un gran dolor. Ese mundo es uno mismo, el ser humano que lo ha construido. Por lo tanto, el mundo exterior a nosotros no es diferente del mundo en el que cada cual vive su vida privada.

Esta división entre el individuo y la sociedad realmente no existe en absoluto. Cuando uno trata de labrarse su propia vida, el individuo no es diferente de la comunidad en que vive. Porque es el individuo, el ser humano, el que ha construido la comunidad, la sociedad. Creo que debemos tener muy en claro desde el principio, que esta división es artificial, completamente irreal.

Al producir un cambio radical en el ser humano, en uno mismo, uno está dando origen a un cambio radical en la naturaleza y estructura de la sociedad. Pienso que es necesario comprender muy claramente que la mente humana, con toda su complejidad, su intrincado mecanismo, forma parte de este mundo exterior. El “uno” es el mundo y, al generar una revolución fundamental ‑ni comunista ni socialista, sino una clase por completo diferente de revolución dentro de la propia estructura y naturaleza de la psique-, uno producirá una revolución social. Ésta tiene que empezar, no por lo externo sino internamente, porque lo externo es el resultado de nuestra vida privada, interna.

Cuando haya una revolución radical en la estructura misma del pensamiento, del sentimiento y de la acción, entonces, obviamente, habrá un cambio en la estructura de la sociedad. Este cambio completo en la estructura de la sociedad tiene que producirse. La moralidad social no es moral. Para ser completamente moral uno ha de negar la moralidad social. Esto significa que el individuo, el “uno”, tiene que investigar toda la estructura de sí mismo, tiene que comprenderse a sí mismo no conforme a algún filósofo, sacerdote o analista, quienquiera que pueda ser. Tiene que comprenderse a sí mismo tal como es, no de acuerdo con algún otro. Cuando nos comprendemos a nosotros mismos, la autoridad de cualquier especialista, psicológico, sociológico o de otra clase, llega a su fin. Siento que cada uno de nosotros tiene que comprender esto antes de que avancemos más. Porque casi todos nosotros, desafortunadamente, somos esclavos de las ideas de otras personas. Nos persuaden muy fácilmente, somos influidos por el especialista, por la autoridad. Especialmente cuando vamos a investigar esta cuestión de comprendernos a nosotros mismos, que es de primordial importancia, no hay ninguna clase de autoridad, porque ustedes tienen que comprenderse a sí mismos y no a algún otro o lo que algún otro dice acerca de ustedes. Pienso que es realmente muy importante que capten esto porque, como acabo de decir, aceptamos y obedecemos muy fácilmente, nos amoldamos a la autoridad y la consentimos, tanto si es la autoridad de la iglesia como la de algún líder espiritual o especialista analítico. Pienso que uno tiene que descartar completamente todo eso, porque la autoridad ejercida por algunos y la obediencia, por parte de cada uno de nosotros, a un ideal conceptual, han ocasionado muchísima desdicha en el mundo.

No sé si han observado cómo el mundo está dividido en nacionalidades, grupos religiosos, diversas categorías de razas, prejuicios, con una religión en contra de otra, un Dios opuesto a otro Dios. Tienen que haber observado esto. Sin embargo, habiéndolo observado, sabiendo cómo esto crea desdicha, conflicto y división en todo el mundo, siguen adhiriéndose a sus nacionalidades particulares, a sus particulares conceptos religiosos, a sus creencias, todo lo cual engendra división entre hombre y hombre. Infortunadamente, aceptamos la autoridad establecida por la tradición de la sociedad o de la iglesia, los dictados de las jerarquías autoritarias de la religión organizada. Pero rehusamos aceptar la tiranía política; no aceptamos que alguien pueda negarnos el derecho de hablar libremente o de pensar lo que queramos pensar. Por desgracia, no ejercitamos la misma libertad con respecto a las cuestiones espirituales. Esto ha conducido en todo el mundo a indecible desdicha y división entre la gente.

Si queremos comprendernos a nosotros mismos, lo cual es absolutamente esencial (porque sin comprendernos a nosotros mismos no tenemos una base para pensar o para percibir claramente), si queremos pensar de una manera racional, cuerda, tenemos que conocernos, tenemos que buscar las causas que nos hacen pensar y hacer ciertas cosas, tenemos que descubrir por qué somos agresivos, brutales, codiciosos, dominadores, posesivos, ya que todas estas características son causas de conflicto entre los seres humanos Y cuando anhelamos producir un cambio social, el cual tiene que ocurrir, éste debe comenzar, sin duda, en la mente humana, no en la estructura externa de la sociedad. Una vez más, ha de comprenderse claramente que para dar origen a un cambio radical en la estructura social ‑de modo que los seres humanos puedan ser libres, que no haya más guerras ni más división entre las personas como cristianos, hindúes, musulmanes, etcétera-, tiene que haber una verdadera comprensión propia mediante el conocimiento de nosotros mismos, de cómo estamos hechos, tanto biológica como psicológicamente. Entonces; en el propio proceso de comprendernos a nosotros mismos, daremos origen a un cambio radical que será natural, no una revolución sangrienta. Todas las revoluciones políticas, religiosas y económicas han producido gran desdicha y confusión en el mundo. Ustedes ven lo que está sucediendo en el mundo comunista, la represión y el retorno al estado burgués.

Viendo todo esto, las guerras, la tiranía, la opresión, la injusticia social, la inanición en Oriente contrastando con las extremas riquezas, observando todo esto, no intelectualmente sino de manera real, observándolo en nosotros mismos, en nuestra vida cotidiana, debemos ver inevitablemente que tiene que haber una revolución radical en la actividad misma de nuestra existencia diaria. Y para producir un cambio semejante tiene que haber conocimiento propio, tenemos que conocernos tal como somos, las causas de nuestras acciones, por qué somos agresivos, brutales, envidiosos y estamos llenos de odio, el cual se expresa en el mundo externo. Espero que esto esté claro, no sólo lógicamente, verbalmente, racionalmente, sino también porque lo perciben. Si no perciben agudamente, con gran intensidad el estado actual del mundo, el estado real de la propia vida de cada uno de ustedes, entonces lo que hacen es escapar por medio de ideologías y teorías.

¿Saben?, las ideologías no tienen absolutamente ningún sentido, ya sean comunistas, capitalistas o religiosas. Las ideologías ‑el pensar conceptual con sus palabras- han separado al hombre del hombre. Todos ustedes tienen diferentes ideologías y no ven claramente por sí mismos la necedad que implica tener ideologías. Estas impiden ver lo que realmente ocurre, lo que realmente es. ¿Por qué debemos tener ideologías de cualquier clase sabiendo cómo han dividido al hombre contra el hombre, ya fueran ideologías cristianas, hindúes, musulmanas o de cualquier otra religión, cada cual aferrándose desesperadamente a su creencia? ¿Por qué? Jamás cuestionamos las ideologías, las aceptamos. Si uno cuestiona e investiga profundamente este problema de las ideologías, verá que existen a fin de que podamos escapar de lo real.

Tomemos, por ejemplo, toda la cuestión de la violencia que se está extendiendo por el mundo a una velocidad asombrosa. Somos violentos: los seres humanos en todo el mundo son violentos, agresivos, brutales. Ese es un hecho derivado, heredado del mundo animal. Somos personas violentas. No abordamos esa violencia, no averiguamos por qué somos violentos y vamos más allá de la violencia. Pero tenemos al respecto ideas, ideologías. Decimos que debemos ser no violentos, que debemos ser amables, gentiles, tiernos y demás. Esto es meramente un pensar conceptual que nos impide entrar en contacto con nosotros mismos cuando somos violentos. Eso es bastante claro, ¿no es así?

Nos estamos preguntando por qué los seres humanos se complacen en ideales y por qué pensamos que es una cosa de lo más extraordinaria no tener ideales. Ustedes piensan que vivir sin un principio ‑por favor, escuchen cuidadosamente esto-, que vivir sin principios, sin creencias, sin ideales, es muy mundano, muy materialista. Por el contrario, aquellos de ustedes que tienen ideales, creencias, principios, son las personas más materialistas del mundo porque no tratan con la realidad, no tratan con la violencia, no tratan con los hechos tal como son. Estoy seguro de que muchos de ustedes creen en Dios, aunque algunos tal vez no crean. Podrán decir que son ateos, lo cual es otra forma de creencia. Jamás se preguntan por qué creen en Dios, lo aceptan porque esto forma parte de la tradición, de la autoridad ejercida por la propaganda. Tienen este ideal y dicen: “Su Dios y mi Dios, su particular forma de ritual y la mía”. Estas creencias y rituales han dividido al hombre. Para encontrar la realidad, para descubrir si existe una cosa como Dios, para encontrar, para descubrir eso, para experimentarlo, para dar con este estado extraordinario, uno debe dejar completamente de lado cualquier forma de creencia. De lo contrario, no está libre para descubrir, y es sólo una mente que está libre para investigar, para observar, la que puede dar con esa realidad que no es creada por la mente temerosa.

¿Por qué debemos tener estos múltiples ideales y principios conforme a los cuales tratamos de vivir? En los tiempos modernos la gente no se preocupa mucho acerca de principios y creencias. En el mundo moderno lo que a uno le interesa es divertirse mucho, lograr cosas, tener éxito y demás. Pero cuando ustedes examinen la cosa más profundamente, verán que en el fondo de todo esto está el miedo. El miedo es el que nos torna agresivos, el que nos exige que escapemos a través de ideales. Y es el miedo el que hace que nos aferremos a nuestra particular forma de seguridad en la creencia. Si un hombre no tiene miedo, si vive completamente, totalmente, sin ninguna contradicción interna, observando dentro de sí mismo al mundo con todas sus contradicciones, con toda su brutalidad, penetrando de ese modo dentro de sí mismo y librándose del miedo, entonces puede vivir sin una sola creencia, sin un solo pensamiento conceptual. Creo que ése es el aspecto principal de nuestra vida: el miedo. No sólo el miedo a cosas tales como perder un empleo, sino el miedo a estar psicológicamente, internamente inseguro.

Ahora quiero decir algo que considero fundamental: importa mucho cómo escuchan ustedes. O bien escuchan las palabras concordando o discrepando intelectualmente, o escuchan con una mente que interpreta lo que oye traduciéndolo según sus propios prejuicios particulares. Escuchan comparativamente, o sea, que comparan lo que oyen con lo que ya conocen. Todo escuchar de esta clase les impide, obviamente, escuchar. ¿No es así? Si dicen: “¡Buenos, eso de que usted habla es un disparate!”, no están escuchando. Después de todo, han venido aquí y yo he venido aquí para que escuchemos, para que discutamos juntos las cosas. Si ustedes tienen sus propios prejuicios particulares, sus conclusiones, sus opiniones definidas, todo lo cual les impide escuchar a quien les habla, entonces se Irán de aquí con un montón de palabras que no tienen absolutamente ningún sentido. Mientras que si escuchan sin aceptar ni condenar, si escuchan con cierta calidad de atención, tal como escuchan el viento entre los árboles, si escuchan con todo el ser, con el corazón y con la mente, entonces quizá podamos establecer una comunicación entre nosotros. Entonces nos comprenderemos uno a otro de manera muy simple y directa, aunque estemos tratando con un problema humano muy complejo. Estamos interesados en la estructura total de nuestra vida cotidiana, la cual incluye nuestro sufrimiento, nuestra desdicha, nuestras luchas y pesares. Y si saben cómo escuchar, no sólo ahora a quien les habla sino cuando vuelvan a sus casas, entonces estarán escuchando realmente a la esposa, al marido, a los hijos o a cualquier otra persona, entonces comenzarán a descubrir la verdad al respecto. La mente se vuelve entonces muy sencilla y clara, una mente muy clara que puede observar y aprender, que no está confundida ni atemorizada. Los problemas que tenemos son muy complejos, nuestra vida es muy compleja. Para comprender esta estructura nuestra tan compleja, necesitamos observarnos muy atentamente a nosotros mismos, ver por qué creemos, por qué odiamos, por qué somos agresivos, por qué nos separamos en nacionalidades.

Por lo tanto, como dije, si escucharan con cuidado, con esa calidad de afecto que es atención, verían que aquello de que uno les habla es del descubrimiento de ustedes mismos. Uno está pintando meramente un cuadro de lo que ustedes son. Para observar ese cuadro tienen que concederle atención, cuidado; no condenar ni justificar lo que ven ni avergonzarse de ello. Es sólo viendo lo que realmente ocurre en sus vidas y observándolo muy detenidamente sin condenarlo ni evaluarlo, que lo verán tal como es. Ver es el más grande de los milagros. Por favor, entiendan eso. No vemos porque nos miramos a nosotros mismos siempre condenando, comparando, evaluando; por lo tanto, nunca nos vemos como somos. Vernos como somos es dar origen a un cambio radical en nosotros mismos y, por consiguiente, en el origen y en la estructura social.

En nuestro fuero interno estamos muy confundidos y somos muy desordenados. No hay orden dentro de nosotros. No me refiero al orden aparente que obtenemos imitando y amoldándonos; esto es desorden y ustedes pueden ver por sí mismos que la vida es fragmentaria, que está dividida. Somos un hombre de negocios, un marido, una esposa, esto o aquello, nuestra vida está dividida en fragmentos. Cada fragmento tiene su propio deseo, su propio propósito, su motivo, uno en oposición al otro, y así hay contradicción. Nuestra vida es una contradicción, un deseo se opone a otro deseo, un placer nos empuja en una dirección y otro placer en otra, haciendo que nuestra vida sea contradictoria, confusa y desordenada. Ése es un hecho obvio. Y tenemos que producir orden, no conforme a algún programa previo o a alguna teoría, sino de acuerdo con ese orden que surge cuando observamos las causas del desorden en nosotros mismos. Espero estar poniendo esto en claro. No es cuestión de retórica ni de teorías, estamos interesados en lo que realmente ocurre dentro de nosotros mismos. Porque en nosotros está el mundo. No podemos separarnos a nosotros mismos del mundo. Somos el mundo. Para cambiar el mundo ‑y tiene que haber un cambio- es uno mismo el que ha de cambiar. A fin de que ese cambio sea ordenado, tenemos que comprender las causas del desorden que existe en nosotros; eso es todo. No tenemos que hacer nada más que observar las causas del desorden en nosotros mismos.

Para observar tiene que haber libertad. Ustedes saben, casi todos nosotros estamos muy densamente condicionados por la sociedad en que vivimos, por la cultura en que hemos crecido. La sociedad en que vivimos es el producto de nuestra vida, de nuestra manera de pensar. La cultura es la que nosotros hemos hecho. La sociedad nos ha condicionado, nos ha dicho qué debemos pensar y cómo debemos pensar, cuáles deben ser nuestras creencias y cómo debemos comportarnos. Estamos fuertemente condicionados y, en consecuencia, no somos libres. Esto es un hecho real, evidente. Con una mente condicionada es obvio que carecemos de libertad para observar. Y, al estar condicionados, cuando observamos el verdadero estado interno en que nos encontramos, sentimos temor. No sabemos qué hacer. La pregunta es, entonces, si hay posibilidad alguna de que la mente humana se desembarace ella misma de su condicionamiento ‑por favor, escuchen esto-, que la mente humana se desembarace ella misma de su condicionamiento a fin de que pueda ser una mente libre. Si dicen que es imposible, que la mente humana jamás podrá librarse de su condicionamiento, se han bloqueado a sí mismos, han impedido una investigación ulterior del problema. Y si dicen que es posible, eso también los bloquea, les impide examinar el problema.

Por lo tanto, es preciso comprender este condicionamiento. Está claro qué es lo que entendemos por esa palabra “condicionamiento”: ustedes están condicionados como cristianos, se han educado en una cultura particular, una cultura que acepta la guerra, que persigue un patrón particular de existencia, etcétera. Ése es el condicionamiento de ustedes, del mismo modo que la gente de la India está condicionada por su propia cultura, su religión y superstición, su estilo de vida. Y esa palabra “condicionamiento” es una palabra muy clara y simple que contiene una gran profundidad de significado.

Ahora bien, ¿es posible eliminar ese condicionamiento de modo que nuestra mente sea una mente libre? ¿Saben?, la libertad es una de las cosas más peligrosas que hay, porque para casi todos nosotros implica que podemos hacer lo que se nos antoje. Para la mayoría de la gente es un ideal, algo que está muy lejos, que no podemos tener. Y están los que dicen que para ser libre uno tiene que disciplinarse muchísimo. Pero la libertad no se encuentra al final; la libertad está en el primer paso. Si ustedes no son libres, no pueden observar las nubes, las aguas centelleantes, no pueden observar la relación que tienen con la propia esposa, el marido, el vecino. La mayoría de nosotros no quiere observar, porque a casi todos nos asusta lo que podría pasar si observáramos muy atentamente.

No sé si alguna vez han observado sus relaciones, por ejemplo, la relación que cada uno tiene con su esposa, con su marido. Éste es un tema muy peligroso. Porque si observamos con gran atención vemos que tiene que haber una clase diferente de vida que nunca observamos. Lo que observamos es la imagen que hemos formado el uno del otro y esa imagen establece cierta relación entre el hombre y la mujer. Esa relación entre las imágenes es lo que contemplamos como estando en contacto, en relación con el otro. Por lo tanto, cuando investigamos esta cuestión de liberar a la mente de su propio condicionamiento, en primer lugar queremos saber si esto es posible. Si no es posible, entonces somos esclavos para siempre. Si no es posible, inventamos un cielo, un Dios. Sólo en el cielo podemos ser libres, pero no aquí. Para liberar a la mente de su condicionamiento ‑y yo digo que esto es posible, que puede hacerse tenemos que volvernos conscientes, darnos cuenta de cómo pensamos, por qué pensamos y qué son nuestros pensamientos. Darnos cuenta, no condenar, no juzgar sino sólo observar, como uno observa una flor. Eso está frente a nosotros ‑no es bueno que lo condenemos, de nada sirve que digamos “me gusta” o “me disgusta”-, eso está ahí para que lo miremos. Y si tenemos ojos para ver, veremos la belleza de esa flor. Del mismo modo, si estamos atentos a nosotros mismos sin condenar, sin juzgar, veremos toda la estructura y la causa de nuestro condicionamiento. Si proseguimos con eso profundamente, entonces descubriremos por nosotros mismos que la mente puede ser libre.

Esto saca a relucir otro problema: estamos acostumbrados a pensar en términos de tiempo, o sea, que estamos acostumbrados al proceso gradual de cambio, al proceso gradual de realización; cambiar de esto a aquello implica tiempo, es tiempo. Existe no sólo el tiempo del reloj, el cronológico, sino que también está el tiempo psicológico, el tiempo interno que dice: “Soy iracundo, celoso, y gradualmente superaré esto”. Eso constituye la gradación, el lento proceso de cambio, pero psicológicamente, internamente no existe tal cosa como lo gradual. O uno cambia inmediatamente o no cambia en absoluto. Cambiar gradualmente de la violencia a la no-violencia implica que uno está sembrando la semilla de la violencia todo el tiempo, ¿no es así? Si me digo que siendo violento, gradualmente, algún día, llegaré a ser no violento, en ello está involucrado el tiempo. En este intervalo de tiempo estoy sembrando continuamente las semillas de la violencia; esto es muy obvio.

Por lo tanto, el problema es ‑hablando muy seriamente en un mundo que está desorganizado, que se destroza a sí mismo y se distrae mediante las diversiones-, este problema no es sólo el del tiempo sino el de todo el conflicto que implica el esfuerzo. Espero que esto no se esté volviendo demasiado difícil. Tal vez lo sea si no estamos habituados a esta clase de pensar y sentir intensivos. Pero el problema está ahí y les incumbe a ustedes. Vean, cuando una casa se está quemando, como nuestra casa ‑nuestro mundo‑ se está quemando, uno no discute acerca de teorías, no pregunta quién le puso fuego (si los comunistas, los capitalistas, los socialistas, los católicos o los que fueren). Uno se interesa en apagar el fuego y en ver de construir una casa que nunca más se pueda incendiar. Y eso exige gran seriedad e intensidad, no comprometerse meramente en una acción por la acción misma o en hacer algún bien o en cambiar de una religión a otra o de un concepto a otro.

De modo que uno tiene que ser serio y esto significa estar libre para observar la vida, para observar el modo como vivimos, para observar nuestra relación con los demás y ver claramente lo que sucede. ¿Saben?, uno no puede observar si entre uno mismo y la cosa observada hay espacio. ¿Tiene esto algún sentido para ustedes? Les mostraré lo que quiero decir. Para observar, para ver muy claramente, uno tiene que estar en contacto muy estrecho con la cosa que observa. Debe ser capaz de tocarla, de sentirla, de estar completamente en contacto con ella. Y si hay un espacio entre uno mismo, el observador, y la cosa observada, entonces uno no está en contacto. Por consiguiente, para observarnos a nosotros mismos tal como somos ‑por favor, escuchen esto, sólo escuchen-, para observarnos a nosotros mismos no tiene que haber división entre el observador y lo observado. ¿Tiene sentido esto? Lo verán. Si me miro a mí mismo y hay una separación entre yo y lo que observo, y veo que soy celoso, iracundo, violento, el observador y lo observado son dos cosas diferentes, ¿verdad? Está la violencia y el observador que dice: “yo soy violento”. Son dos cosas diferentes. Esta separación entre el observador y lo observado origina conflicto. Obsérvenlo realmente dentro de ustedes mismos y lo comprenderán de manera muy sencilla. Si uno se separa a sí mismo del temor, entonces tiene que superarlo, tiene que pelear con él, luchar contra él, escapar de él. Pero cuando uno ve que es el temor, que el observador es lo observado, el conflicto entre ambos se termina. Y cuando el observador es lo observado, entonces el tiempo llega a su fin.

Lo que estamos diciendo es esto: El hombre ha viajado por muchísimo tiempo, su vida es un campo de batalla no sólo dentro de sí mismo sino externamente. Todas sus relaciones están en conflicto, ya sea en la fábrica, en la oficina o en el hogar, todo es una lucha constante, una batalla. Y estamos diciendo que una vida semejante no es vida en absoluto. Ustedes podrán tener sus dioses, sus riquezas, podrán tener una capacidad extraordinaria, pero no están viviendo, no son personas dichosas. No hay felicidad, no hay bendición en esa vida. A fin de dar con esta felicidad, con esta bendición, tenemos que comprendernos a nosotros mismos y para comprendernos a nosotros mismos debemos tener libertad para mirar. Para que podamos mirar debidamente, no tiene que haber división entre el observador y lo observado. Y cuando ello ocurre, todo este sentido de luchar para llegar a ser, para ser algo o alguien, desaparece. Somos lo que somos. Al observar esto, adviene un cambio radical, inmediato, el cual pone fin a la idea del tiempo y de lo gradual.

10 de septiembre de 1968

2

DECÍAMOS el otro día que toda nuestra relación con otros seres humanos debe experimentar un cambio radical. Por todo el mundo se está extendiendo una violencia muy alarmante. Las guerras, los disturbios raciales y los conflictos existen fuera y dentro de nosotros mismos. Nuestra vida es un campo de batalla, una lucha constante desde el instante en que nacemos hasta que morimos, y en alguna parte de este campo de batalla esperamos encontrar cierta clase de paz, algún lugar donde refugiarnos. Eso es más o menos lo que el hombre está buscando todo el tiempo, cierto refugio externamente en la sociedad y alguna seguridad en lo interno. Ésta es una de las principales causas de conflicto, esta exigencia por parte de cada ser humano de encontrar alguna clase de sitio para descansar, alguna clase de relación en la que ya no haya ningún conflicto, alguna clase de ideología segura y perdurable. Así el hombre empieza a inventar una ideología de la religión, de la creencia organizada, del dogma, la cual habrá de darle una esperanza profunda, satisfactoria. Pero como puede verse por todo el mundo, la religión organizada, al igual que la nacionalidad, divide a la gente. Ha habido innumerables guerras en el nombre de Dios, en el nombre de la religión, de la paz, de la libertad. Y pienso que debemos darnos cuenta de que cualquier forma de relación, si se basa en el pensar conceptual, debe inevitablemente conducir al caos y al conflicto. Examinamos eso la última vez que nos reunimos aquí. El hombre ha tratado de encontrar alguna clase de realidad que fuera completamente genuina ‑que no fuera una invención de la mente‑, algo que diera significación a la vida, un sentido a la monotonía de la existencia cotidiana. Creo que eso es lo que la mayoría de las personas, tanto los intelectuales como la gente así llamada religiosa, está siempre tratando de encontrar: un sentido a la vida. Porque la vida, tal como es ahora, resulta bastante opaca y carente de sentido, con pequeños placeres, pequeñas satisfacciones, sexuales y de otro tipo. Pero el hombre exige mucho más, algo más verdadero, más profundo, algo que tenga mayor significación.

De ese modo comienza a inventar o a “darle” una significación a la vida, ya sea intelectual o conceptualmente. Esto también fracasa, porque es meramente una invención, una teoría, una posibilidad. No es bueno este tratar de encontrar algo que sea realmente verdadero, no una invención, no un concepto sino una realidad, una realidad que nunca pueda ser destruida por el pensamiento. Para dar con eso, uno debe establecer una correcta relación con este mundo, una correcta relación humana, una sociedad correcta, una estructura social, una cultura que brinde al hombre la oportunidad de vivir aquí plenamente, que haga la vida agradable, dichosa, una vida en la que no haya conflicto, una vida que sea verdaderamente moral. Sólo entonces están echados apropiadamente los cimientos y existe una posibilidad de descubrir por uno mismo qué es la verdad.

Nuestro interés debe estar en vivir en este mundo completa y totalmente, vivir de modo que la relación con nuestros vecinos ‑ya sea que vivan al lado o a miles de millas de distancia- no engendre conflicto. Tendrá que haber una sociedad que no sea competitiva, brutal, agresiva, destructiva, una sociedad que no engendre guerras. La sociedad es el resultado de nuestra vida cotidiana ‑cualquier cosa que seamos en esa vida-, del modo como actuamos, de las cosas a las que asignamos valor, del modo como nos comportamos, de nuestra conducta diaria; todo esto engendra una sociedad en la cual tienen que haber guerras, odio, antagonismo. Por lo tanto, tenemos que descubrir por nosotros mismos (no de acuerdo con algún moralista) el modo de vivir tan completamente y al mismo tiempo moralmente, de vivir tan libremente como seres humanos ‑en completa paz interior- que de ello surja una sociedad en la que desaparezcan todos los choques de las diferencias raciales y económicas y pueda haber igual oportunidad para todos los seres humanos. Eso sólo será posible si cada uno de nosotros, como ser humano, siente la completa necesidad de vivir de manera tal que su vida sea una expresión de paz y libertad. Ése es el verdadero problema: ver si podemos, viviendo en esta sociedad, cambiarla (no por medios violentos, porque eso jamás ha producido una sociedad basada en la libertad y la paz), convertirla en una sociedad que ofrezca al hombre libertad, de modo que sea una luz para sí mismo.

Nuestro problema es, entonces, que la sociedad tal como existe tiene que ser cambiada Eso es obvio. Los comunistas no han podido hacerlo, aunque hayan asesinado a miles, millones de personas. Los capitalistas tampoco han sido capaces de hacerlo. Por lo tanto, uno debe encontrar una forma diferente de vivir, no un sistema, socialista o cualquier otra clase de sistema, sino una manera diferente de vivir. Y eso sólo puede acaecer, como dijimos el otro día, cuando nos comprendemos a nosotros mismos, no meramente como individuos sino en relación con la sociedad. Porque nosotros somos la sociedad, somos el mundo, éste no es diferente de nosotros. La cultura que nos condiciona, la sociedad que nos ata, que nos moldea, es nuestra lucha, nuestro estilo de vida. De modo que nuestro problema consiste en ver si es posible cambiar nuestra vida cotidiana de manera tan radical, tan fundamental que todo nuestro proceso del pensar sea diferente. Por naturaleza, a causa de nuestra herencia, de nuestro instinto, somos personas violentas. Somos muy egocéntricos: primero yo y después todos los demás; mi seguridad, mi posición, mi prestigio son mucho más importantes que los de cualquier otro. Y esto engendra el espíritu competitivo, el cual ha producido la sociedad con todas sus divisiones raciales y económicas. A menos, pues, que haya un cambio profundo en la psique misma, las meras reformas externas mediante derramamientos de sangre y legislación, no producirán finalmente un modo de vida en el cual el hombre esté internamente en paz y le sea posible vivir virtuosamente una existencia en la que pueda buscar y encontrar la realidad.

De hecho, todos estamos buscando la felicidad. Pero la felicidad es un subproducto, un resultado, no un fin en sí misma. Nuestro problema es: ¿Cómo se puede cambiar al hombre? ¿Mediante un proceso analítico, examinando la causa de su conducta, de su violencia, de su agresión, analizando muy, muy cuidadosamente las causas y después, a través del tiempo, de un proceso gradual que dure muchos años, producir un cambio? ¿Es ése el camino? ¿Comprenden la pregunta? O sea: cada uno de nosotros, como ser humano, ¿cambiará totalmente sus modos de vida mediante la comprensión de las causas de nuestra conducta, tanto la pública como la privada, tanto la secreta como la evidente, descubriendo por qué somos agresivos, competitivos, violentos? Si analizamos muy cuidadosamente, paso a paso, de modo que no haya equivocaciones, ¿producirá eso un cambio? Ese proceso analítico implica tiempo, ¿no es así? Tomará muchos días, tal vez muchos años analizar muy, muy detenidamente. Y quizás deseándolo, podamos cambiar. Pero lo pongo en duda. El hombre jamás ha cambiado a pesar de que conoce la causa de la violencia, a pesar de que ha experimentado miles de guerras; nunca ha dejado de matar. Mata animales para su comida y mata a personas por motivos de ideologías.

Si empleamos tiempo, tomará muchos años cambiar. Tengan la bondad de investigar esto conmigo, no escuchen meramente lo que digo como si fuera una serie de ideas, no estamos interesados en las ideas; lo que nos interesa es el vivir cotidiano y cómo dar origen a un cambio radical en ese vivir. Así que, por favor, no se limiten a concordar o discrepar, a refutar o aceptar. Como dijimos el otro día, tienen que escuchar muy atentamente, no a quien les habla, sino que deben usar a quien les habla como un espejo en el que se vean a sí mismos y así se vuelvan lúcidamente conscientes de sí mismos. Nuestra pregunta es, entonces: ¿Liberará a la mente el proceso analítico? Éste implica tiempo. Cronológicamente, puede tomar muchos días, muchos años. Eso es lo que sucederá si ustedes examinan esto analíticamente. Y, como ello toma muchos años, estarán contribuyendo a producir caos en el mundo, más guerras, más agresión. Por lo tanto, ése no es el camino. El proceso analítico, basado en el descubrimiento de las causas de la conducta humana, implica tiempo Y nosotros no tenemos tiempo cuando la casa está ardiendo, cuando hay una existencia tan brutal, cuando hay tanto odio; cuando la casa se está incendiando ustedes no disponen de tiempo, tienen que cambiar inmediatamente. Ese es el verdadero problema. El proceso intelectual, que es el proceso analítico, no es el camino. Las personas religiosas de todo el mundo dicen, en su propia fraseología, que uno debe esperar la gracia de Dios, lo cual es nuevamente absurdo Tiene que haber, entonces, para el hombre un camino por completo diferente que consiste en percatarse de la condición del mundo, en observar lo que realmente está sucediendo, no de manera teórica o intelectual sino viendo la violencia, la brutalidad, el odio, las guerras, las matanzas de las que él mismo es responsable. Miren la guerra que se desarrolla en Vietnam; cada uno de nosotros es responsable de ella. Cada uno de nosotros es responsable también por los disturbios y los prejuicios raciales. Ustedes viven en esta isla feliz con sus verdes colinas y el mar azul, aparentemente aislados, pero no lo están, forman parte del mundo, parte de esta terrible desdicha que padecemos. Cuando uno ve eso, ve también que entregarse al proceso analítico utilizando el sistema intelectual de examinar las cosas, no resuelve el problema en absoluto. Tampoco lo resuelven el punto de vista religioso ni la revolución sangrienta, que originan anarquía en el mundo.

Tiene que haber, pues, una manera distinta de producir un cambio inmediato en la mente. Tal vez dirán ustedes que eso no es posible. Dirán: “Estoy tan condicionado por la sociedad, por la cultura en que vivo, estoy tan fuertemente atado que para mí es imposible cambiar instantáneamente”. Dejar de fumar, por ejemplo, es algo que ustedes encuentran muy difícil. Y abandonar, dejar de lado el complejo condicionamiento ideológico, es inmensamente más difícil. Por eso dicen que no es posible liberar a la mente de manera instantánea y estar libres de toda clase de antagonismo, brutalidad y violencia. Creo que eso es posible, no como una idea, no como una teoría utópica, sino realmente.

¿Es posible para la mente humana, condicionada por millones de años, cambiar radicalmente, instantáneamente? Ahora les mostraré lo que quiero decir. Lo discutiremos. En primer lugar, todo pensamiento, todo el pensar es producto del pasado, tal como lo es el conocimiento. Todo el pensar es la respuesta de la memoria y la memoria pertenece siempre al ayer. Pueden ver esto por sí mismos, no es ninguna insensatez mística, es un hecho científico que pueden observar por ustedes mismos cuando se les formula una pregunta. La mente examina dentro de lo que ya conoce, busca en la memoria y entonces, de acuerdo con esa memoria, responde. Lo estoy exponiendo muy rápida y brevemente, pero es un problema muy complejo. El pensamiento está siempre condicionado y el pensamiento es siempre viejo. Y aquí hay un problema nuevo, un reto nuevo que dice que deben cambiar inmediatamente, de lo contrario van a destruirse a sí mismos. Y la respuesta a ese reto, naturalmente, procede de lo viejo. Si uno responde conforme a los viejos sistemas de pensamiento, entonces no está actuando de manera adecuada a ese reto. Espero que esto esté claro.

Por lo tanto, este reto nuevo nos exige que cambiemos instantáneamente, porque la alternativa es que vamos a destruirnos a nosotros mismos, porque sabemos que se preparan más guerras, más brutalidad, más represiones, que la extrema izquierda se está volviendo agresiva y la extrema derecha se está fortaleciendo y que esto conducirá a un derramamiento de sangre, a más guerras, a más odio; viendo todo esto objetivamente, uno llega a la inevitable conclusión de que la mente humana tiene que cambiar íntegramente, totalmente, inmediatamente. El pensamiento no puede hacer esto porque el pensamiento es la respuesta del pasado. Y cuando uno responde a algo nuevo de acuerdo con lo viejo, no hay comunicación entre el reto nuevo y uno mismo. No sé si está claro.

El nuevo reto para los seres humanos que han vivido por tanto tiempo en semejante desdicha, se incrementa ahora con los temibles instrumentos destructivos. El reto es que debemos cambiar instantáneamente. Y si nuestra respuesta no es nueva, estaremos en gran conflicto, contribuiremos a mayores sufrimientos para los hombres. Por consiguiente, al reto nuevo debemos responder de una manera nueva. Y eso sólo es posible cuando comprendemos toda la estructura y naturaleza del pensamiento. Si respondemos intelectualmente, verbalmente, conceptualmente, entonces eso es la operación y el enfoque de lo viejo. ¿Es, entonces, posible ‑por favor, escuchen esto por absurdo que pueda sonar, escúchenlo primero-, es posible responder sin el pensamiento, responder con todo el ser y no con una parte del ser? El pensamiento o intelecto es un fragmento de nuestro ser total, obviamente, y cuando una parte fragmentaria, parcial responde a un reto inmenso, ello crea más conflicto. De modo que el pensamiento, el intelecto, como es un fragmento del ser humano total, no producirá un cambio radical, no es el medio apto para abordar este reto. Sólo cuando la totalidad de la mente humana ‑siendo la mente las respuestas nerviosas, las emociones, todo lo que uno es- responde completamente, sin fragmentación alguna en esa respuesta, está teniendo lugar una acción nueva. Si responde a este reto de manera intelectual, verbal, ésa será solamente una respuesta fragmentaria, no será una total respuesta humana. La respuesta humana total sólo es posible cuando dedico a ella por completo mi mente y mi corazón. O sea, que la respuesta al reto nuevo, si ha de ser la adecuada, si ha de ser completa, es una única respuesta no intelectual, no verbal ni teórica; y esa respuesta (si se me permite usar una palabra que ha sido tan estropeada), es el amor.

Ustedes saben, esa palabra ha sido muy deteriorada por nosotros, por los sacerdotes, por los políticos, por el marido y la esposa, estropeada de tal manera que cuando decimos que amamos a Dios, no lo amarnos. Hablamos de amor al país, amor al ideal, y esa palabra se ha vuelto una fea palabra. Si podemos despojarla de toda su fealdad, entonces podremos ver lo que esa palabra significa. Porque cuando uno ama, ama totalmente, completamente con todo su ser. Y el amor no es placer. Para la mayoría de nosotros, para la mayoría de los seres humanos, el amor implica placer, sexual o de otra clase. Y hemos estropeado esa palabra al caracterizarla como amor divino y no divino. Pero el amor es algo que debe ser captado, comprendido, sentido y vivido sin fragmentarse en intelecto, emoción, amor físico y demás. Es una respuesta total. Es sólo esa respuesta la que da origen a una revolución radical en la mente. Pienso que por ahora es suficiente para mí, de modo que, ¿desean formular preguntas? ¿Hablaremos de ello?

Pero antes de que formulen las preguntas, ¿puedo pedirles que las hagan breves y al grano? Porque yo debo repetir las preguntas de ustedes. Si me equivoco al repetirlas, por favor díganmelo. Si ustedes hablan italiano, francés, español y, desde luego, inglés, puedo entenderlas. Así que tengan la bondad de hacerlas breves y concisas, con referencia a lo que hemos estado hablando; no formulen preguntas teóricas sino con respecto a cómo producir un cambio fundamental en el hombre. ¿Señor?

Interlocutor: ¿Cómo puede uno comunicar a otros este sentimiento o esta palabra amor, este significado que está detrás de la palabra amor?

KRISHNAMURTI: ¿Cómo puede usted comunicarse con el mundo, con los demás del grupo? ¿Es ésa la pregunta, señor? No se preocupe por comunicarse con otros. Tenga esa cosa. ¿Sabe?, estamos muy ansiosos de comunicar nuestros hallazgos a otros, deseamos convencer a otros, revelarlo a los demás. Esta no es una cuestión de propaganda, no es una cosa que usted pueda meramente propagar mediante las palabras; solo puede revelarla a otros a través de su vida, a través del modo como vive su existencia diaria. Si un centenar de personas en este lugar comprendieran realmente eso, si lo vivieran, ¡Dios mío! Señor, una flor que está llena de néctar, plena de belleza y color, no se molesta en propagarse a sí misma, no se preocupa de nada, es lo que es. Y si uno es sensible y vital y es capaz de mirar esa flor, es suficiente. De modo que lo que importa no es el otro, la persona que no está aquí, lo que importa es la persona que está aquí.

Interlocutor: ¿Qué es lo que hace que el amor sea verdadero para los seres humanos?

KRISHNAMURTI: Es bastante simple, ¿no? Si usted es celoso, eso obviamente no es amor. Si hay miedo, obviamente no hay amor. Si usted ejerce dominio sobre algún otro, eso no es amor. Si habla de amor y va a la oficina y causa daño a otros, eso no es amor. Así, cuando uno sabe lo que no es amor y lo deja de lado, no teóricamente sino realmente, en su propia vida, y cuando no hay en uno odio ni temor, entonces existe lo otro.

Interlocutor: ¿No deberíamos primero amarnos a nosotros mismos?

KRISHNAMURTI: Me temo que lo hacemos. (Risas) Y ésa es nuestra perdición. ¡El amor que sentimos por nosotros mismos es tan grande, somos tan egocéntricos! Amamos a nuestro país, a nuestro Dios, amamos nuestras creencias, nuestros dogmas, nuestras posesiones... todo eso somos nosotros mismos. Mire la confusión que eso ha producido en el mundo. Yo no creo que veamos la gravedad o seriedad de lo que está ocurriendo en el mundo ni parecemos estar conscientes de nuestras propias vidas. Las vivimos de un modo rutinario, en medio del hastío y del temor a la soledad y a no ser amados. Así nuestras acciones producen odio y antagonismo. No nos damos cuenta de todo esto. Y las religiones con sus creencias organizadas nos han ayudado meramente a escapar de nuestra existencia cotidiana impidiéndonos mirar lo que ocurre. El amor es algo de lo que usted no puede hablar. Uno sabe lo que el amor no es. Y cuando investiga eso y descarta dentro de sí mismo lo que no es amor, entonces el amor está ahí.

Interlocutor: Existe el miedo a la difamación (...) los budistas zen dice que uno debe morir cada día y entonces, quizá, pueda encontrar la realidad.

KRISHNAMURTI: Me pregunto por qué se molestan ustedes en repetir lo que dicen otras personas, lo que dicen los budistas zen o lo que dicen los hindúes o lo que dice la Biblia cristiana o lo que dicen los especialistas. ¿Deben ustedes tener esta autoridad? Por favor, piénselo. Somos personas de segunda mano, repetimos lo que dicen otros, lo que enseñan el zen, el Vedanta, el yoga y demás. Nunca somos luz para nosotros mismos. ¡Somos gente tan mediocre! El interlocutor dice, pues, que si uno muere cada día da con la realidad. ¿Sabe lo que eso significa? ¿Sabe lo que significa morir a todas las cosas, morir a algún placer que usted estima? ¿Lo ha intentado alguna vez? Vea, uno tiene que investigar bien a fondo esta cuestión, es muy compleja. Una mente que es continua, que repite, que está presa en hábitos, que funciona como una mente condicionada, al igual que cualquier cosa que tenga continuidad no puede ver nada nuevo. Es sólo cuando hay un final, una terminación total, que puede percibirse algo nuevo. Y morir al propio placer, a alguna forma particular de recuerdo, es casi imposible para la mayoría de los seres humanos.

¿Sabe?, esta cuestión introduce una mucho más amplia, que es la cuestión de la muerte. No sé si éste es el momento o la ocasión para hablar de eso, porque nos han quedado muy pocos minutos. Pero cuando nos encontremos nuevamente quizá podríamos investigarlo. Para comprender qué es la muerte, uno hiena que comprender qué es el vivir. No comprendemos qué es el vivir; para nosotros, el vivir es un campo de batalla, de brutalidad, de conflicto, con algún destello, a veces, de dicha y felicidad. Eso es lo que llamamos vivir. Si no comprendemos qué es el vivir, ¿cómo podemos comprender qué es el morir? El zen, o sea, cierta forma de meditación, dice que uno debe morir cada día. Por supuesto que uno debe morir cada día y en ello hay una gran belleza porque entonces todo es nuevo. Eso significa morir para toda la experiencia. Tampoco tenemos tiempo para examinar eso ahora y espero que no les importe. Quizá lo investiguemos en nuestro próximo encuentro.

Interlocutor: ¿Participa Dios en nuestras vidas? Si no es así, ¿qué podemos hacer al respecto?

KRISHNAMURTI: Bien, ésta es nuevamente una de las cuestiones más complejas. Como todo problema humano, es algo muy complejo. Vea, usted cree fuertemente en Dios. Alguien dice: “Yo soy Dios”. Hay aquí dos cosas, ¿no es cierto? Una, ¿por qué cree usted en Dios? Y otra, si dice: “Yo soy Dios”, ¿quiere usted decir eso o sólo se trata de una idea? Sólo mírelo. Descubra cuál es la verdad de ello, no lo que cree usted o lo que creo yo. Frente a la verdad, la creencia no tiene realidad alguna. Para descubrir lo que verdaderamente es Dios (o lo que sea que esté ahí), no tiene que haber temor, ningún sentido de posesión, de afán adquisitivo, de envidia, ¿entiende?, tiene que haber completa virtud. La base es un florecimiento de la bondad, no lo que usted cree ni cuál es su religión ni lo que su condicionamiento o la propaganda le dicen que existe o que no existe. Si piensa en decir “yo soy Dios, no lo diga, porque no sabe lo que está diciendo. Esa es una de las cosas que dicen los hindúes en la India, que ellos son Dios, sólo que está cubierto por la materia, por la manifestación de este mundo; esto es demasiado complejo. Para descubrir si la realidad existe no afirme nada, no pertenezca a ningún grupo, a ninguna creencia. Uno tiene que estar libre para descubrir, tal como lo está un científico realmente bueno, no uno que usa meramente su capacidad para causar más daño sino el verdadero hombre de ciencia El verdadero hombre de ciencia está libre para examinar sin prejuicio alguno, sin ningún condicionamiento; está libre para mirar. Si abordamos de este modo las cosas y si somos afortunados, podremos descubrir qué es la realidad. En ello no interviene afirmación conceptual alguna de que la realidad existe o de que no existe. Eso requiere gran amor y belleza; exige humildad. Y cuando decimos que Dios existe o que Dios no existe, ésta es una completa falta de humildad.

Interlocutor: El temor y la evasión, ¿son la misma cosa?

KRISHNAMURTI: Él está diciendo: “Uno tiene una imagen del temor y una imagen de la psique, del 'yo'; está la imagen de mí mismo y la imagen que tengo acerca del temor”. Ahora bien, ¿son diferentes ambas cosas? ¿Comprende la pregunta? Tengo la imagen de mí mismo: “debo ser bueno” o “no soy bueno, estoy avergonzado, tengo miedo”, todo eso, y fabrico otra imagen en la cual hay diversos atributos de mí mismo. Mire, pongámoslo muy sencillamente. Tenemos una imagen respecto de nuestra esposa o de nuestro marido, ¿no es así? Debemos tenerla, obviamente. La imagen que el marido tiene de la esposa, o la que la esposa tiene de su marido, ¿son diferentes de ellos mismos? Tenga la bondad de seguir esto.

La imagen que tenemos de nosotros mismos ha sido formada a través de la experiencia, y la imagen que tenemos de nuestra esposa o de nuestro marido se ha formado del mismo modo. Por lo tanto, la experiencia es la hacedora de la imagen. ¿Lo está siguiendo? ¿Me expreso con suficiente claridad? Por lo tanto, la experiencia es el factor que construye mis imágenes acerca de mi esposa, y mi esposa hace lo mismo con respecto a mí. Esta formación de imágenes se produce merced a la experiencia. Pero estar relacionados con otro ser humano implica tener una relación en la que no exista una imagen, y la ausencia de la imagen significa la ausencia de experiencia. Es la experiencia la que ha formado, producido la imagen que tengo de mi esposa y la que ella tiene de mí. Estar verdaderamente en relación con seres humanos es no tener imágenes. Esto no es una teoría, véalo como ve este micrófono, de manera objetiva, factual. Esto significa que cualquier cosa que mi mujer diga de mí como producto de la ira, del placer o del afecto, no debe dejar residuos, no debe dejar huellas, de lo contrario se convierte en una experiencia. Me pregunto si capta esto. Si ella me dice algo agradable, eso me gusta. Es una experiencia que aprecio y me aferra a dicha experiencia. Eso crea una imagen acerca de mi esposa. Y crea también una imagen de mi propio deleite.

Ahora bien, si mi esposa me dice algo feo, eso también crea una imagen. La pregunta, es, entonces: ¿Es posible, cuando ella me dice algo agradable, mirarlo de manera tan completa, tan plena que no deje experiencia en absoluto? ¿Está siguiendo todo esto? Vivir de ese modo exige gran atención y percepción alerta, ya sea que ella me insulte o me halague, me regañe o me domine (o que sea yo quien la domina a ella). Así, mi relación es siempre fresca, siempre nueva; de otro modo no es una verdadera relación, es sólo una relación entre dos imágenes. Y esto carece por completo de validez. En tal caso, las imágenes son símbolos y una relación entre dos símbolos no tiene sentido. Pero así es como vivimos, en una relación sin sentido ‑lamento tener que exponerlo tan brutalmente-, una relación en la que falta el amor. El amor es algo siempre fresco, nuevo, joven, inocente.

Interlocutor: Cuando una persona establece una meta para sí misma y la persigue, ¿cómo puede no estar condicionada?

KRISHNAMURTI: No sé por qué necesitan ustedes metas. Una meta implica distancia, algo en el futuro. Han establecido una meta y un propósito y adaptan toda su vida a una batalla consigo mismos a fin de ajustarse a ese patrón. Eso es lo que ustedes entienden por meta, ¿verdad?, una finalidad, un propósito. Una meta es algo distante que uno ha establecido para sí mismo; puede ser una imagen, puede ser una idea, puede ser una ideología, para colmo una ideología noble. Pero, ante todo, ¿para qué quiere usted metas en absoluto? Ya ve, no puede responder a eso. ¡Espere!, tengo que terminar con esta pregunta, señor.

Interlocutor: ¿No necesitamos metas?

KRISHNAMURTI: Sí, señor, correcto. Necesitamos metas porque estamos condicionados, porque tenemos que aspirar a algo. ¿Por qué hacemos eso? Sé que estoy condicionado, pero ¿por qué? ¿No puede profundizar esto un poquito más?

Interlocutor: A causa de que no somos perfectos, convertimos la perfección en una meta.

KRISHNAMURTI: ¡Mírelo, por favor, mírelo! Usted tiene una imagen de la perfección, la cual le dice que es imperfecto. Entonces, ¿para qué quiere una imagen en absoluto? Usted es imperfecto, ¿no es cierto? Y desea cambiar esto. ¿Por qué quiere una meta? “Soy imperfecto”, ¿qué significa eso? Soy iracundo, brutal, envidioso, tengo miedo. ¿Por qué quiero una meta, un objetivo, una perfección? Aquí hay un hecho: tengo miedo. ¿Por qué no puedo librarme yo mismo del miedo? Pero queremos un ideal. La perfección es meramente un escape de lo imperfecto. Lo imperfecto es también una imagen, como lo es la perfección. Ustedes no ven todo esto. Por consiguiente, vivir implica vivir con “lo que es” y dar origen a un cambio radical en lo que es. Y eso no es posible si tenemos un principio, una meta, una imagen de perfección. Eso es romanticismo, no es espiritual en absoluto. Lo espiritual es ver el hecho tal como es y cambiarlo. Si soy violento me doy cuenta de ello, conozco su naturaleza, su estructura, el “por qué”. Y el mismo verlo es, instantáneamente, la terminación de ello.

Interlocutor: ¿Puede el cambio ser una meta en sí mismo?

KRISHNAMURTI: No, señor, mire: cuando usted tiene un dolor de muelas quiere terminar con él, ¿no es así? No tiene la idea o la imagen de la salud perfecta, de no tener ningún dolor; siente el dolor. Ése es el factor principal, no la meta.

12 de septiembre de 3968

*Extracto de libro publicado por Editorial Kier S.A., Argentina

Título original en inglés:  “Talks With American Students”

En la última página leemos:

“CASI TODOS NOSOTROS en este mundo confuso y brutal, tratamos de labrarnos nuestra propia vida privada, una vida en la que podamos ser felices y pacíficos y, no obstante, vivir con las cosas de este mundo.
Al parecer, pensamos que la vida cotidiana que llevamos, la vida de lucha, conflicto, pena y dolor, es algo separado del mundo exterior de desdicha y confusión, que el individuo, el “yo”, es diferente del resto de la humanidad... Cuando miremos un poco más detenidamente, no sólo nuestra propia vida privada sino también el mundo, veremos que lo que somos ‑nuestra existencia cotidiana, lo que pensamos, lo que sentimos- es el mundo exterior, el mundo que nos rodea.

Cada uno de nosotros es el mundo, es el ser humano que ha hecho este mundo de completo desorden, el mundo que llora impotentemente en medio de un gran dolor...”

J.Krishnamurti
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En 1968, época en que las juventudes estaban cuestionando intensamente los valores de la sociedad, Krishnamurti ofreció varias series de pláticas para estudiantes de Estados Unidos y Puerto Rico, en las que exploró el verdadero significado de la libertad y de la rebelión.

Recogidas en este libro “CONVERSACIONES CON ESTUDIANTES”, tales pláticas son quizá más apremiantes aún en la actualidad, cuando tanto los adultos como los jóvenes están buscando la clave para un cambio genuino en nuestro mundo.



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