Jiddu Krishnamurti:
ENCUENTRO CON LA VIDA
Primera Parte - Piezas Cortas
Morir para todo lo de ayer
La muerte es sólo para los que tienen un
lugar de descanso. La vida es un movimiento en la relación y el afecto; la
negación de este movimiento es muerte. No tengan refugio en lo externo ni en lo
interno; posean una habitación o una casa o una familia, pero no permitan que
ello se convierta en un escondite, en un escape de sí mismos.
El puerto seguro que nuestra mente ha
fabricado mediante el cultivo de la virtud, de la superstición o la creencia,
mediante la ingeniosa capacidad o las actividades, traerá inevitablemente la
muerte. Uno no puede escapar de la muerte si pertenece a este mundo, a la
sociedad de la que forma parte. El hombre que murió en la casa de al lado o a
miles de millas de distancia, es uno mismo. Al igual que uno, durante años se
ha estado preparando con gran cuidado para morir. Al igual que uno, llamaba
vivir a una lucha, a la desdicha o a un buen espectáculo divertido. Pero la muerte
está siempre ahí, vigilando, aguardando. Sólo aquel que muere cada día, está
más allá de la muerte.
Morir es amar. La belleza del amor no se
encuentra en los recuerdos del pasado ni en las imágenes del mañana. El amor no
tiene pasado ni futuro; la que los tiene es la memoria, que no es amor. El amor
con su pasión está más allá del orden de la sociedad que somos cada uno de
nosotros. “Uno” muere, y el amor está ahí.
La meditación es un movimiento en lo
desconocido y de lo desconocido. Uno no existe, sólo está el movimiento. Uno es
demasiado pequeño o demasiado grande para este movimiento que no tiene nada
detrás ni delante de sí. Es esa energía que el pensamiento-materia no puede
alcanzar. El pensamiento es perversión porque es producto del ayer; está preso
en las redes de los siglos y por eso es confuso, carente de claridad. Hagamos
lo que hagamos, lo conocido no puede alcanzar lo desconocido. La meditación es
un morir para lo conocido.
Uno ha de mirar y escuchar desde el silencio... El silencio no es la terminación del ruido; el incesante clamor de la mente y el corazón no concluye en el silencio; éste no es un producto ni un resultado del deseo o de la voluntad. La totalidad de la conciencia es un inquieto, ruidoso movimiento dentro de las fronteras de su propia hechura. Dentro de estas fronteras, el silencio o la quietud no son más que la momentánea cesación del parloteo; ése es el silencio tocado por el tiempo. El tiempo es memoria y para él el silencio es corto o largo, puede medirlo, darle espacio y continuidad, y entonces se convierte en un juguete más. Pero esto no es el silencio. Todo lo que está compuesto por el pensamiento se encuentra dentro del área del ruido, y el pensamiento no puede en modo alguno callarse. Puede construir una imagen del silencio y ajustarse a ella rindiéndole culto como a tantas otras imágenes que ha fabricado, pero su fórmula del silencio es la negación misma de éste, sus símbolos son la negación de la realidad. El propio pensamiento debe callar para que el silencio sea. El silencio existe siempre en el presente, lo cual no ocurre con el pensamiento. Este, siendo siempre viejo, no puede penetrar en el silencio, que es siempre nuevo. Lo nuevo se convierte en lo viejo cuando es tocado por el pensamiento. Uno ha de hablar y mirar desde este silencio. Lo verdaderamente anónimo surge de este silencio, y no hay otra humildad que ésa. Los vanidosos son siempre vanidosos, aunque se pongan las vestiduras de la humildad, con lo cual se vuelven duros y susceptibles. Pero desde este silencio la palabra “amor” tiene un significado por completo diferente. Este silencio no está ahí afuera, sino que se encuentra donde no existe el ruido del pensamiento.
Sólo la inocencia puede ser apasionada. Los
inocentes no tienen penas ni sufrimientos, aunque hayan tenido un millar de
experiencias. No son las experiencias las que corrompen la mente, sino lo que
dejan tras de sí, el residuo, las cicatrices, los recuerdos. Estos se acumulan,
se amontonan unos sobre otros y entonces empieza el dolor. Este dolor es
tiempo. Donde existe el tiempo no hay inocencia. La pasión no nace del dolor.
El dolor es experiencia, la experiencia de la vida cotidiana, la vida de
angustias y placeres fugaces, de temores y certidumbres. Uno no puede escapar
de las experiencias, pero éstas no necesitan echar raíces en el terreno de la
mente. Tales raíces originan problemas, conflictos y lucha constante. No hay
otra manera de salir de esto que morir cada día para todo lo de ayer. Sólo la
mente clara puede ser apasionada. Sin pasión no podemos percibir la brisa entre
las hojas ni ver la luz del sol sobre el agua. Sin pasión no hay amor.
El ver es acción. El intervalo entre el ver y la acción implica pérdida de energía.
El amor sólo puede existir cuando el pensamiento está quieto. Esta quietud no puede ser, en modo alguno, fabricada por el propio pensamiento. El pensamiento sólo puede producir imágenes, fórmulas, ideas, pero esta quietud jamás puede ser alcanzada por el pensamiento. Este es siempre viejo, mientras que el amor no lo es.
El organismo físico tiene su propia inteligencia, la cual se embota con los hábitos del placer. Estos hábitos destruyen la sensibilidad del organismo, y es esta falta de sensibilidad la que embota la mente. Una mente semejante puede estar alerta en una dirección estrecha y limitada y ser, sin embargo, insensible. La profundidad de una mente así es mensurable y se halla presa en imágenes e ilusiones. Su única brillantez es su propia superficialidad. La meditación requiere un organismo liviano e inteligente. La relación mutua entre la mente meditativa y su organismo es un ajuste constante de la sensibilidad, porque la meditación necesita libertad. La libertad es su propia disciplina. Sólo en la libertad puede haber atención. Darse cuenta de la intención es estar atento. La atención completa es amor. Sólo ella puede ver, y el ver es la acción.
El deseo y el placer terminan en dolor, y
en el amor no hay dolor. Lo que sufre es el pensamiento, el pensamiento que da
continuidad al placer, lo nutre y le comunica fuerza. El pensamiento busca
perpetuamente el placer y, de ese modo, invita al dolor. La virtud que cultiva
el pensamiento es el recurso del placer, y en ello hay esfuerzo y logro. La
bondad no florece en el suelo del pensamiento sino en la libertad con respecto
al dolor. La terminación del sufrimiento es amor.
Del Boletín 4 (KF), 1969
Publicado en:
http://www.jiddu-krishnamurti.net/es/encuentro-con-la-vida/krishnamurti-encuentro-con-la-vida-02
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Otras ideas de vida en:
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