jueves, 28 de marzo de 2013

Jiddu Krishnamurti: La verdadera revolución. Cuestionar.


Jiddu Krishnamurti:

 

LA LIBERTAD PRIMERA Y ÚLTIMA

 

Capìtulo 4. El conocimiento de uno mismo

 

Los problemas del mundo son tan colosales, tan complejos, que para comprenderlos y resolverlos hay que abordarlos de un modo muy sencillo y directo; y la sencillez y visión directa no dependen de las circunstancias exteriores ni de nuestros prejuicios y estados de ánimo individuales. 

 

Como ya lo he señalado, la solución no ha de encontrarse mediante conferencias o proyectos, ni substituyendo a los viejos dirigentes por otros nuevos, y lo demás. Es evidente que la solución está en el creador del problema, en el creador de la maldad, del odio y de la enorme falta de comprensión que existe entre los seres humanos. El causante de estos daños, el creador de estos problemas, es el individuo, vosotros y yo, no el mundo, como creemos. El mundo es vuestra relación con otro. El mundo no es algo que existe aparte de vosotros y de mí; el mundo, la sociedad, es la relación que establecemos o procuramos establecer entre unos y otros.

 

De suerte que vosotros y yo somos el problema, no el mundo; porque el mundo es la proyección de nosotros mismos, y para comprender al mundo tenemos que comprendernos a nosotros mismos. El mundo no está separado de nosotros; somos el mundo, y nuestros problemas son los problemas del mundo. Esto no puede repetirse con demasiada frecuencia, porque somos de mentalidad tan indolente que no creemos de nuestra incumbencia los problemas del mundo; creemos que deben ser resueltos por las Naciones Unidas o reemplazando los viejos dirigentes por otros nuevos. Es una mentalidad bien torpe la que piensa de ese modo; porque nosotros somos responsables de la horrible miseria y confusión que hay en el mundo, de la guerra que nos amenaza. 

 

Para transformar el mundo debemos empezar por nosotros mismos; y lo importante al empezar por nosotros es la intención. La intención tiene que consistir en comprendernos a nosotros mismos, y en no dejar para otros el transformarse o producir un cambio modificado mediante la revolución, de izquierda o de derecha. 

 

Es, pues, importante comprender que esta es nuestra responsabilidad, la vuestra y la mía; porque, por pequeño que sea el mundo en que vivimos, si podemos transformarnos, si podemos hacer surgir un punto de vista radicalmente diferente en nuestra existencia diaria, entonces, tal vez, afectaremos al mundo en general, las extensas relaciones de unos con otros.

 

Como lo he dicho, pues, vamos a tratar de descubrir el proceso de la comprensión de nosotros mismos, que no es un proceso de aislamiento. No es el retiro del mundo, porque aislados no podéis vivir. Ser es estar relacionado, y el vivir en el aislamiento es cosa inexistente. 

 

Es la falta de verdadera convivencia lo que causa conflictos, miseria y lucha; y por pequeño que sea nuestro mundo, si podemos transformar nuestras relaciones dentro de ese pequeño mundo, ello será como una onda que se extiende constantemente hacia afuera. 

 

Creo que es importante ver eso, o sea que el mundo es nuestra interrelación, por estrecha que sea; y si ahí podernos producir una transformación ‑no superficial sino radical-, entonces empezaremos activamente a transformar el mundo. 

 

La verdadera revolución no es conforme a una norma determinada, de izquierda o de derecha, sino una revolución de valores, una revolución que lleva de los valores sensorios a los que no son sensorios ni creados por influencias ambientales. Para encontrar esos verdaderos valores que traerán una revolución radical, una transformación o regeneración, es esencial que uno se comprenda a sí mismo. El conocimiento de uno mismo es el principio de la sabiduría, y por lo tanto el comienzo de la transformación o regeneración. 

 

Para comprenderse uno mismo, tiene que existir la intención de comprender; y ahí es donde se presenta nuestra dificultad. Porque, si bien la mayoría de nosotros estamos descontentos, deseamos producir un cambio súbito, y nuestro descontento se canaliza hasta el mero logro de cierto resultado; estando descontentos, o buscamos otro empleo o simplemente sucumbimos ante el medio ambiente. De suerte que el descontento, en vez de encendernos, de inducirnos a poner en tela de juicio la vida y todo el proceso de la existencia, se ve canalizado, con lo cual nos volvemos mediocres y perdemos la energía y el empuje necesarios para descubrir todo el significado de la existencia. 

 

Por consiguiente, es importante descubrir esas cosas por nosotros mismos, pues el conocimiento de uno mismo no puede dárnoslo nadie ni habrá de hallarse en libro alguno. Tenemos que descubrir, y para descubrir tiene que haber intención, búsqueda, investigación. Mientras esa intención de descubrir, de inquirir hondamente, sea débil o no exista, la mera aserción, o un deseo casual de investigar acerca de uno mismo, tienen muy escasa significación.

 

La transformación del mundo se efectúa, pues, por la transformación de uno mismo; porque el "yo" es producto y parte del proceso total de la existencia humana. Para transformarse, el conocimiento de uno mismo es esencial; porque sin conocer lo que sois, no hay base para el verdadero pensar, y sin conoceros a vosotros mismos no puede haber transformación. 

 

Uno debe conocerse tal cual es, no tal como desea ser, lo cual es un mero ideal y por lo tanto ficticio, irreal; y sólo lo que es puede ser transformado, no aquello que deseáis ser. El conocerse uno mismo como uno es, requiere extraordinaria vigilancia de la mente; porque lo que es sufre constante transformación, cambio, y, para seguirlo velozmente, la mente no debe estar atada a ningún dogma ni creencia en particular, a ninguna norma de acción. Si queréis seguir algo, de nada sirve estar atado. 

 

Para conoceros a vosotros mismos, tiene que existir la vigilancia, la actitud alerta de la mente, en la que se está libre de toda creencia, de toda idealización, porque las creencias e ideales no hacen más que daros un color, pervirtiendo la verdadera percepción. Si queréis saber lo que sois, no podéis imaginar o creer en algo que no sois. Si soy codicioso, envidioso violento, el mero hecho de tener un ideal de "no violencia" de "no codicia", es de escaso valor. Pero el saber que uno es codicioso o violento, el saberlo y comprenderlo, requiere extraordinaria percepción, ¿no es así? Exige honestidad, claridad de pensamiento. Mientras que perseguir un ideal alejado de lo que es, resulta una escapatoria, os impide descubrir y obrar directamente sobre lo que sois.

 

De suerte que la comprensión de lo que sois: feos o hermosos, perversos, dañinos o lo que fuere; el comprender sin deformación lo que sois, es el comienzo de la virtud. La virtud es esencial porque ella brinda libertad. Sólo en la virtud podéis descubrir, podéis vivir, no en el cultivo de la virtud, que sólo trae respetabilidad, no comprensión ni libertad. 

 

Hay una diferencia entre ser virtuoso y hacerse virtuoso. El ser virtuoso proviene de la comprensión de lo que sois, mientras el hacerse virtuoso es aplazamiento, encubrimiento de lo que es con lo que desearíais ser. Al haceros virtuosos, evitáis obrar directamente sobre lo que sois. Este proceso de eludir lo que es mediante el cultivo del ideal, es considerado virtuoso; pero si lo observáis de cerca y directamente, veréis que no es nada de eso. Consiste simplemente en dejar para después el enfrentarse con lo que es. La virtud no es llegar a ser lo que uno no es; la virtud es la comprensión de lo que es y por lo tanto el estar libre de lo que es. Y la virtud resulta indispensable en una sociedad que se desintegra rápidamente. Para crear un mundo nuevo una nueva estructura alejada de la antigua, tiene que haber libertad para descubrir; y para ser libre tiene que haber virtud, pues sin virtud no hay libertad. 

 

El hombre inmoral que lucha por llegar a ser virtuoso, ¿puede jamás conocer la virtud? El hombre que no es moral no podrá nunca ser libre, y por lo tanto no podrá nunca descubrir lo que es la realidad. La realidad sólo puede encontrarse comprendiendo lo que es; y para comprender lo que es, tiene que haber libertad, hay que estar libre del miedo a lo que es.

 

Para comprender ese proceso, es preciso que haya intención de conocer lo que es, de seguir todo pensamiento, sentimiento y acción; y el comprender lo que es, es en extremo difícil porque lo que es jamás está inmóvil estático; siempre está en movimiento. Lo que es, es lo que vosotros sois, no lo que os gustaría ser. No es el ideal, porque el ideal es ficticio; es en realidad lo que vosotros hacéis, pensáis y sentís de instante en instante. Lo que es, es lo real; y para comprender lo real se requiere alerta percepción, una mente muy vigilante y veraz. 

 

Pero si empezamos por condenar lo que es, si empezamos por censurarlo o resistirle, no comprenderemos su movimiento. Si quiero comprender a alguien, no puedo condenarlo; tengo que observarlo, que estudio. Tengo que amar la cosa misma que estudio. Si queréis comprender a un niño, debéis amarlo, no condenarlo. Debéis jugar con él, observar sus movimientos, su idiosincrasia, sus modos de conducirse; pero si no hacéis más que condenarlo, resistirle o censurarlo, no hay comprensión del niño. De un modo análogo, para comprender lo que es, hay que observar lo que uno piensa, siente y hace de instante en instante. Eso es lo efectivo. Ninguna otra acción, ningún ideal o acción ideológica, es lo existente; es un mero anhelo, un deseo ficticio de ser otra cosa que lo que uno es.

 

Para comprender lo que es requerimos un estado de la mente en el que no haya identificación ni condenación, lo cual significa una mente que sea alerta y sin embargo pasiva. En ese estado nos encontramos cuando deseamos realmente comprender algo; cuando hay intensidad en el interés, ese estado mental se produce. Cuando uno está interesado en comprender lo que es, el estado real de la mente no necesita forzarlas disciplinarla ni controlarla; antes bien, hay entonces vigilancia pasiva y alerta. Este estado de alerta percepción surge cuando hay interés, intención de comprender.

 

La comprensión fundamental de uno mismo no llega mediante el conocimiento o la acumulación de experiencias, lo cual es mero cultivo de la memoria. La comprensión de uno mismo es de instante en instante; y si sólo acumulamos conocimiento del "yo", es ese conocimiento lo que impide una comprensión más amplia. El conocimiento y la experiencia acumulados, en efecto, llegan a ser el centro a través del cual el pensamiento enfoca y desarrolla su existencia. 

 

El mundo no es diferente de nosotros y nuestras actividades, porque lo que nosotros somos es lo que crea los problemas del mundo; y la dificultad, en lo que atañe a la mayoría de nosotros, está en que, en vez de conocernos directamente, buscamos un sistema, un método, un medio operativo para resolver los múltiples problemas humanos.

 

Ahora bien: ¿existe un medio, un sistema, para conocerse a sí mismo? Cualquier persona sagaz, cualquier filósofo, puede inventar un sistema, un método; pero, a buen seguro, el seguir un sistema sólo producirá un resultado creado por ese sistema, ¿no es así? Si yo sigo determinado método para conocerme a mí mismo, tendré el resultado que dicho sistema necesita; mas ese resultado no será evidentemente la comprensión de mí mismo. Es decir, siguiendo un método, un sistema, un medio para conocerme a mí mismo, ajusto mi pensamiento, mis actividades, a una norma; pero el seguir una norma no es comprensión de uno mismo.

 

No hay, pues, método alguno para el conocimiento de uno mismo. Buscar un método implica invariablemente el deseo de alcanzar algún resultado, y eso es lo que todos queremos. Seguimos a la autoridad ‑si no la de una persona la de un sistema, una ideología- porque queremos un resultado que sea satisfactorio, que nos dé seguridad. En realidad no queremos comprendernos a nosotros mismos, nuestros impulsos y reacciones, todo el proceso de nuestro pensar, lo consciente así como lo inconsciente; quisiéramos más bien seguir un sistema que nos asegure un resultado. Mas el seguir un sistema es invariablemente el resultado de nuestro deseo de seguridad, de certeza; y es evidente que el resultado no es la comprensión de uno mismo. Cuando seguimos un método, debemos tener autoridades ‑el instructor, el "guía espiritual", el salvador, el Maestro- que nos garanticen lo que deseamos; y, por cierto, ese no es el camino hacia el conocimiento de uno mismo.

 

La autoridad impide el conocimiento de uno mismo, ¿no es así? Bajo el amparo de una autoridad, de un guía, podréis tener temporariamente un sentido de seguridad, de bienestar; pero esa no es la comprensión del proceso total de uno mismo. Por su propia naturaleza, la autoridad impide la plena conciencia de uno mismo, y por lo tanto destruye finalmente la libertad; y sólo en la libertad cabe la "creatividad". La "creatividad" sólo puede existir a través del conocimiento de uno mismo. La mayoría de nosotros no somos "creativos"; somos máquinas de repetición, simples discos de fonógrafo que reproducen una y otra vez ciertas canciones de la experiencia, ciertas conclusiones y recuerdos, propios o ajenos. Semejante repetición no es existencia "creativa", pero es lo que queremos. Como queremos estar seguros en nuestro fuero íntimo, constantemente buscamos métodos y medios para esa seguridad. Con ello creamos autoridad, el culto de otro ser, lo que destruye la comprensión, esa espontánea serenidad de la mente en la cual tan sólo puede existir un estado de "creatividad".

 

Nuestra dificultad, ciertamente, estriba en que la mayoría de nosotros hemos perdido ese sentido de "creatividad". Ser "creativos" no significa que hayamos de pintar cuadros o escribir poemas, y hacernos famosos. Eso no es "creatividad"; es simplemente capacidad para expresar una idea que el público aplaude o desdeña. Capacidad y "creatividad" no deben ser confundidas. La capacidad no es la "creatividad"; ésta es un estado del ser enteramente diferente, ¿no es así? Es un estado en el que el "yo" está ausente, en el que la mente ya no es foco de nuestras experiencias, ambiciones, empeños y deseos. La "creatividad" no es un estado continuo; es nuevo de instante en instante; es un movimiento en el que no existe el "yo" y lo "mío", en el que el pensamiento no está enfocado en torno a ninguna experiencia, ambición, realización, propósito o móvil particular. Sólo cuando no hay "yo" puede haber "creatividad", ese estado del ser que es el único en que puede manifestarse la realidad, el creador de todas las cosas. Mas ese estado no puede ser concebido ni imaginado, no puede ser formulado ni copiado, no puede alcanzarse por ningún sistema, por ningún método, por ninguna filosofía, por ninguna disciplina. Por lo contrario, él surge tan sólo por la comprensión del proceso total de uno mismo.

 

La comprensión de uno mismo no es un resultado, una culminación; consiste en verse de instante en instante en el espejo de la convivencia, en ver la propia relación con los bienes, las cosas, las personas y las ideas. Pero hallamos difícil estar alertas, ser sensibles, y preferimos embotar nuestra mente siguiendo un método, aceptando autoridades, supersticiones y gratas teorías; y de ese modo nuestra mente se hastía, se agota y se insensibiliza. Una mente tal no puede estar en estado de "creatividad". Ese estado de "creatividad" adviene tan sólo cuando el "yo" ‑que es el proceso de reconocimiento y acumulación- deja de ser; porque, después de todo, la conciencia del "yo", del "mí mismo", es el centro de reconocimiento, y el reconocimiento es simplemente el proceso de acumulación de experiencias. Pero a todos nos asusta no ser nada, porque todos queremos ser algo. El hombre pequeño quiere ser hombre grande, el hombre sin virtud quiere ser virtuoso, el débil y oscuro ansía poder, posición y autoridad. Esa es la incesante actividad de la mente. Una mente tal no puede estar serena, y por ello jamás podrá comprender el estado de "creatividad".

 

Para transformar el mundo que nos rodea, con su miseria, guerras, desempleo, hambre, divisiones de clase y absoluta confusión, tiene que haber una transformación en nosotros mismos. La revolución debe empezar dentro de uno mismo, pero no de acuerdo a ninguna creencia o ideología, porque la revolución basada en una idea, o en la adaptación a un modelo determinado, no es en modo alguno, evidentemente, una revolución. 

 

Para producir una revolución fundamental en uno mismo, hay que comprender todo el proceso del propio pensar y sentir en la vida de relación. Esa es la única solución de todos nuestros problemas, no el tener más disciplinas, más creencias más ideologías y más instructores. Si podemos comprendernos a nosotros mismos tal como somos de instante en instante, sin el proceso de acumulación, veremos cómo adviene una tranquilidad que no es producto de la mente, una tranquilidad que no es imaginada ni cultivada; y solo en ese estado de quietud, de serenidad, puede haber "creatividad".

 

De “La libertad primera y última”, Jiddu Krishnamurti.

Capìtulo 4. El conocimiento de uno mismo

 

_______________________________________


Otras ideas de vida en:

 

http://hugobetancur.blogspot.com/

 

http://pazenlasmentes.blogspot.com/

 

http://es.scribd.com/hugo_betancur_3

 

Este Blog:

 

http://ideas-de-vida.blogspot.com/



No hay comentarios:

Publicar un comentario