Jiddu Krishnamurti:
LA LIBERTAD PRIMERA Y ÚLTIMA
Capìtulo 4. El conocimiento de uno mismo
Los problemas del mundo
son tan colosales, tan complejos, que para comprenderlos y resolverlos hay que
abordarlos de un modo muy sencillo y directo; y la sencillez y visión directa
no dependen de las circunstancias exteriores ni de nuestros prejuicios y
estados de ánimo individuales.
Como ya lo he señalado,
la solución no ha de encontrarse mediante conferencias o proyectos, ni
substituyendo a los viejos dirigentes por otros nuevos, y lo demás. Es evidente
que la solución está en el creador del problema, en el creador de la maldad,
del odio y de la enorme falta de comprensión que existe entre los seres
humanos. El causante de estos daños, el creador de estos problemas, es el
individuo, vosotros y yo, no el mundo, como creemos. El mundo es vuestra
relación con otro. El mundo no es algo que existe aparte de vosotros y de mí;
el mundo, la sociedad, es la relación que establecemos o procuramos establecer
entre unos y otros.
De suerte que vosotros y
yo somos el problema, no el mundo; porque el mundo es la proyección de nosotros
mismos, y para comprender al mundo tenemos que comprendernos a nosotros mismos.
El mundo no está separado de nosotros; somos el mundo, y nuestros problemas son
los problemas del mundo. Esto no puede repetirse con demasiada frecuencia,
porque somos de mentalidad tan indolente que no creemos de nuestra incumbencia
los problemas del mundo; creemos que deben ser resueltos por las Naciones
Unidas o reemplazando los viejos dirigentes por otros nuevos. Es una mentalidad
bien torpe la que piensa de ese modo; porque nosotros somos responsables de la
horrible miseria y confusión que hay en el mundo, de la guerra que nos
amenaza.
Para transformar el mundo
debemos empezar por nosotros mismos; y lo importante al empezar por nosotros es
la intención. La intención tiene que consistir en comprendernos a nosotros
mismos, y en no dejar para otros el transformarse o producir un cambio
modificado mediante la revolución, de izquierda o de derecha.
Es, pues, importante
comprender que esta es nuestra responsabilidad, la vuestra y la mía; porque,
por pequeño que sea el mundo en que vivimos, si podemos transformarnos, si
podemos hacer surgir un punto de vista radicalmente diferente en nuestra
existencia diaria, entonces, tal vez, afectaremos al mundo en general, las
extensas relaciones de unos con otros.
Como lo he dicho, pues,
vamos a tratar de descubrir el proceso de la comprensión de nosotros mismos,
que no es un proceso de aislamiento. No es el retiro del mundo, porque aislados
no podéis vivir. Ser es estar relacionado, y el vivir en el aislamiento es cosa
inexistente.
Es la falta de verdadera
convivencia lo que causa conflictos, miseria y lucha; y por pequeño que sea
nuestro mundo, si podemos transformar nuestras relaciones dentro de ese pequeño
mundo, ello será como una onda que se extiende constantemente hacia
afuera.
Creo que es importante
ver eso, o sea que el mundo es nuestra interrelación, por estrecha que sea; y
si ahí podernos producir una transformación ‑no superficial sino radical-,
entonces empezaremos activamente a transformar el mundo.
La verdadera revolución
no es conforme a una norma determinada, de izquierda o de derecha, sino una
revolución de valores, una revolución que lleva de los valores sensorios a los
que no son sensorios ni creados por influencias ambientales. Para encontrar
esos verdaderos valores que traerán una revolución radical, una transformación
o regeneración, es esencial que uno se comprenda a sí mismo. El conocimiento de
uno mismo es el principio de la sabiduría, y por lo tanto el comienzo de la
transformación o regeneración.
Para comprenderse uno
mismo, tiene que existir la intención de comprender; y ahí es donde se presenta
nuestra dificultad. Porque, si bien la mayoría de nosotros estamos
descontentos, deseamos producir un cambio súbito, y nuestro descontento se
canaliza hasta el mero logro de cierto resultado; estando descontentos, o
buscamos otro empleo o simplemente sucumbimos ante el medio ambiente. De suerte
que el descontento, en vez de encendernos, de inducirnos a poner en tela de
juicio la vida y todo el proceso de la existencia, se ve canalizado, con lo
cual nos volvemos mediocres y perdemos la energía y el empuje necesarios para
descubrir todo el significado de la existencia.
Por consiguiente, es
importante descubrir esas cosas por nosotros mismos, pues el conocimiento de
uno mismo no puede dárnoslo nadie ni habrá de hallarse en libro alguno. Tenemos
que descubrir, y para descubrir tiene que haber intención, búsqueda,
investigación. Mientras esa intención de descubrir, de inquirir hondamente, sea
débil o no exista, la mera aserción, o un deseo casual de investigar acerca de
uno mismo, tienen muy escasa significación.
La transformación del
mundo se efectúa, pues, por la transformación de uno mismo; porque el
"yo" es producto y parte del proceso total de la existencia humana.
Para transformarse, el conocimiento de uno mismo es esencial; porque sin
conocer lo que sois, no hay base para el verdadero pensar, y sin conoceros a
vosotros mismos no puede haber transformación.
Uno debe conocerse tal
cual es, no tal como desea ser, lo cual es un mero ideal y por lo tanto
ficticio, irreal; y sólo lo que es puede ser transformado, no aquello que
deseáis ser. El conocerse uno mismo como uno es, requiere extraordinaria
vigilancia de la mente; porque lo que es sufre constante transformación,
cambio, y, para seguirlo velozmente, la mente no debe estar atada a ningún
dogma ni creencia en particular, a ninguna norma de acción. Si queréis seguir
algo, de nada sirve estar atado.
Para conoceros a vosotros
mismos, tiene que existir la vigilancia, la actitud alerta de la mente, en la
que se está libre de toda creencia, de toda idealización, porque las creencias
e ideales no hacen más que daros un color, pervirtiendo la verdadera
percepción. Si queréis saber lo que sois, no podéis imaginar o creer en algo
que no sois. Si soy codicioso, envidioso violento, el mero hecho de tener un
ideal de "no violencia" de "no codicia", es de escaso
valor. Pero el saber que uno es codicioso o violento, el saberlo y
comprenderlo, requiere extraordinaria percepción, ¿no es así? Exige honestidad,
claridad de pensamiento. Mientras que perseguir un ideal alejado de lo que es,
resulta una escapatoria, os impide descubrir y obrar directamente sobre lo que
sois.
De suerte que la
comprensión de lo que sois: feos o hermosos, perversos, dañinos o lo que fuere;
el comprender sin deformación lo que sois, es el comienzo de la virtud. La
virtud es esencial porque ella brinda libertad. Sólo en la virtud podéis
descubrir, podéis vivir, no en el cultivo de la virtud, que sólo trae
respetabilidad, no comprensión ni libertad.
Hay una diferencia entre
ser virtuoso y hacerse virtuoso. El ser virtuoso proviene de la comprensión de
lo que sois, mientras el hacerse virtuoso es aplazamiento, encubrimiento de lo
que es con lo que desearíais ser. Al haceros virtuosos, evitáis obrar
directamente sobre lo que sois. Este proceso de eludir lo que es mediante
el cultivo del ideal, es considerado virtuoso; pero si lo observáis de cerca y
directamente, veréis que no es nada de eso. Consiste simplemente en dejar para
después el enfrentarse con lo que es. La virtud no es llegar a ser
lo que uno no es; la virtud es la comprensión de lo que es y
por lo tanto el estar libre de lo que es. Y la virtud resulta
indispensable en una sociedad que se desintegra rápidamente. Para crear un
mundo nuevo una nueva estructura alejada de la antigua, tiene que haber
libertad para descubrir; y para ser libre tiene que haber virtud, pues sin
virtud no hay libertad.
El hombre inmoral que lucha
por llegar a ser virtuoso, ¿puede jamás conocer la virtud? El hombre que no es
moral no podrá nunca ser libre, y por lo tanto no podrá nunca descubrir lo que
es la realidad. La realidad sólo puede encontrarse comprendiendo lo que es;
y para comprender lo que es, tiene que haber libertad, hay que
estar libre del miedo a lo que es.
Para comprender ese
proceso, es preciso que haya intención de conocer lo que es, de
seguir todo pensamiento, sentimiento y acción; y el comprender lo que es,
es en extremo difícil porque lo que es jamás está inmóvil
estático; siempre está en movimiento. Lo que es, es lo que
vosotros sois, no lo que os gustaría ser. No es el ideal, porque el ideal es
ficticio; es en realidad lo que vosotros hacéis, pensáis y sentís de instante
en instante. Lo que es, es lo real; y para comprender lo real
se requiere alerta percepción, una mente muy vigilante y veraz.
Pero si empezamos por
condenar lo que es, si empezamos por censurarlo o resistirle, no
comprenderemos su movimiento. Si quiero comprender a alguien, no puedo
condenarlo; tengo que observarlo, que estudio. Tengo que amar la cosa misma que
estudio. Si queréis comprender a un niño, debéis amarlo, no condenarlo. Debéis
jugar con él, observar sus movimientos, su idiosincrasia, sus modos de
conducirse; pero si no hacéis más que condenarlo, resistirle o censurarlo, no
hay comprensión del niño. De un modo análogo, para comprender lo que es,
hay que observar lo que uno piensa, siente y hace de instante en instante. Eso
es lo efectivo. Ninguna otra acción, ningún ideal o acción ideológica, es lo
existente; es un mero anhelo, un deseo ficticio de ser otra
cosa que lo que uno es.
Para comprender lo
que es requerimos un estado de la mente en el que no haya
identificación ni condenación, lo cual significa una mente que sea alerta y sin
embargo pasiva. En ese estado nos encontramos cuando deseamos realmente
comprender algo; cuando hay intensidad en el interés, ese estado mental se
produce. Cuando uno está interesado en comprender lo que es, el
estado real de la mente no necesita forzarlas disciplinarla ni controlarla;
antes bien, hay entonces vigilancia pasiva y alerta. Este estado de alerta
percepción surge cuando hay interés, intención de comprender.
La comprensión
fundamental de uno mismo no llega mediante el conocimiento o la acumulación de
experiencias, lo cual es mero cultivo de la memoria. La comprensión de uno
mismo es de instante en instante; y si sólo acumulamos conocimiento del "yo",
es ese conocimiento lo que impide una comprensión más amplia. El conocimiento y
la experiencia acumulados, en efecto, llegan a ser el centro a través del cual
el pensamiento enfoca y desarrolla su existencia.
El mundo no es diferente
de nosotros y nuestras actividades, porque lo que nosotros somos es lo que crea
los problemas del mundo; y la dificultad, en lo que atañe a la mayoría de
nosotros, está en que, en vez de conocernos directamente, buscamos un sistema,
un método, un medio operativo para resolver los múltiples problemas humanos.
Ahora bien: ¿existe un
medio, un sistema, para conocerse a sí mismo? Cualquier persona sagaz,
cualquier filósofo, puede inventar un sistema, un método; pero, a buen seguro,
el seguir un sistema sólo producirá un resultado creado por ese sistema, ¿no es
así? Si yo sigo determinado método para conocerme a mí mismo, tendré el
resultado que dicho sistema necesita; mas ese resultado no será evidentemente
la comprensión de mí mismo. Es decir, siguiendo un método, un sistema, un medio
para conocerme a mí mismo, ajusto mi pensamiento, mis actividades, a una norma;
pero el seguir una norma no es comprensión de uno mismo.
No hay, pues, método
alguno para el conocimiento de uno mismo. Buscar un método implica
invariablemente el deseo de alcanzar algún resultado, y eso es lo que todos
queremos. Seguimos a la autoridad ‑si no la de una persona la de un sistema,
una ideología- porque queremos un resultado que sea satisfactorio, que nos dé
seguridad. En realidad no queremos comprendernos a nosotros mismos, nuestros
impulsos y reacciones, todo el proceso de nuestro pensar, lo consciente así
como lo inconsciente; quisiéramos más bien seguir un sistema que nos asegure un
resultado. Mas el seguir un sistema es invariablemente el resultado de nuestro
deseo de seguridad, de certeza; y es evidente que el resultado no es la
comprensión de uno mismo. Cuando seguimos un método, debemos tener autoridades ‑el
instructor, el "guía espiritual", el salvador, el Maestro- que nos
garanticen lo que deseamos; y, por cierto, ese no es el camino hacia el
conocimiento de uno mismo.
La autoridad impide el
conocimiento de uno mismo, ¿no es así? Bajo el amparo de una autoridad, de un
guía, podréis tener temporariamente un sentido de seguridad, de bienestar; pero
esa no es la comprensión del proceso total de uno mismo. Por su propia
naturaleza, la autoridad impide la plena conciencia de uno mismo, y por lo
tanto destruye finalmente la libertad; y sólo en la libertad cabe la "creatividad".
La "creatividad" sólo puede existir a través del conocimiento de uno
mismo. La mayoría de nosotros no somos "creativos"; somos máquinas de
repetición, simples discos de fonógrafo que reproducen una y otra vez ciertas canciones
de la experiencia, ciertas conclusiones y recuerdos, propios o ajenos.
Semejante repetición no es existencia "creativa", pero es lo que
queremos. Como queremos estar seguros en nuestro fuero íntimo, constantemente
buscamos métodos y medios para esa seguridad. Con ello creamos autoridad, el
culto de otro ser, lo que destruye la comprensión, esa espontánea serenidad de
la mente en la cual tan sólo puede existir un estado de
"creatividad".
Nuestra dificultad,
ciertamente, estriba en que la mayoría de nosotros hemos perdido ese sentido de
"creatividad". Ser "creativos" no significa que hayamos de
pintar cuadros o escribir poemas, y hacernos famosos. Eso no es
"creatividad"; es simplemente capacidad para expresar una idea que el
público aplaude o desdeña. Capacidad y "creatividad" no deben ser
confundidas. La capacidad no es la "creatividad"; ésta es un estado
del ser enteramente diferente, ¿no es así? Es un estado en el que el
"yo" está ausente, en el que la mente ya no es foco de nuestras
experiencias, ambiciones, empeños y deseos. La "creatividad" no es un
estado continuo; es nuevo de instante en instante; es un movimiento en el que
no existe el "yo" y lo "mío", en el que el pensamiento no
está enfocado en torno a ninguna experiencia, ambición, realización, propósito
o móvil particular. Sólo cuando no hay "yo" puede haber
"creatividad", ese estado del ser que es el único en que puede
manifestarse la realidad, el creador de todas las cosas. Mas ese estado no
puede ser concebido ni imaginado, no puede ser formulado ni copiado, no puede
alcanzarse por ningún sistema, por ningún método, por ninguna filosofía, por
ninguna disciplina. Por lo contrario, él surge tan sólo por la comprensión del
proceso total de uno mismo.
La comprensión de uno
mismo no es un resultado, una culminación; consiste en verse de instante en
instante en el espejo de la convivencia, en ver la propia relación con los
bienes, las cosas, las personas y las ideas. Pero hallamos difícil estar
alertas, ser sensibles, y preferimos embotar nuestra mente siguiendo un método,
aceptando autoridades, supersticiones y gratas teorías; y de ese modo nuestra
mente se hastía, se agota y se insensibiliza. Una mente tal no puede estar en
estado de "creatividad". Ese estado de "creatividad"
adviene tan sólo cuando el "yo" ‑que es el proceso de reconocimiento
y acumulación- deja de ser; porque, después de todo, la conciencia del
"yo", del "mí mismo", es el centro de reconocimiento, y el
reconocimiento es simplemente el proceso de acumulación de experiencias. Pero a
todos nos asusta no ser nada, porque todos queremos ser algo. El hombre pequeño
quiere ser hombre grande, el hombre sin virtud quiere ser virtuoso, el débil y
oscuro ansía poder, posición y autoridad. Esa es la incesante actividad de la
mente. Una mente tal no puede estar serena, y por ello jamás podrá comprender
el estado de "creatividad".
Para transformar el mundo
que nos rodea, con su miseria, guerras, desempleo, hambre, divisiones de clase
y absoluta confusión, tiene que haber una transformación en nosotros mismos. La
revolución debe empezar dentro de uno mismo, pero no de acuerdo a ninguna
creencia o ideología, porque la revolución basada en una idea, o en la
adaptación a un modelo determinado, no es en modo alguno, evidentemente, una
revolución.
Para producir una revolución
fundamental en uno mismo, hay que comprender todo el proceso del propio pensar
y sentir en la vida de relación. Esa es la única solución de todos nuestros
problemas, no el tener más disciplinas, más creencias más ideologías y más
instructores. Si podemos comprendernos a nosotros mismos tal como somos de
instante en instante, sin el proceso de acumulación, veremos cómo adviene una
tranquilidad que no es producto de la mente, una tranquilidad que no es
imaginada ni cultivada; y solo en ese estado de quietud, de serenidad, puede
haber "creatividad".
De “La libertad primera y última”, Jiddu
Krishnamurti.
Capìtulo 4. El conocimiento de uno mismo
_______________________________________
Otras ideas de vida en:
http://hugobetancur.blogspot.com/
http://pazenlasmentes.blogspot.com/
http://es.scribd.com/hugo_betancur_3
Este Blog:
No hay comentarios:
Publicar un comentario