Jiddu Krishnamurti:
ENCUENTRO CON LA VIDA
Tercera Parte - Reflexiones
UNA MENTE QUIETA
Saanen, Suiza, 22 de julio de 1979
¿Han notado alguna vez que es muy raro que
nuestras mentes estén muy quietas? En muy raras ocasiones tenemos una mente
libre, sin problemas, o una mente que, teniendo problemas, los haya desechado
aunque sea por un rato. ¿Han tenido alguna vez una mente que no se atropellara,
que no se forzara a sí misma en busca de algo sino que estuviera absolutamente
silenciosa, simplemente observando no sólo lo que ocurre en el mundo externo
sino también lo que sucede en nuestra propia existencia interna con sus
actividades y afanes? ¿O están ustedes siempre escudriñando, buscando,
preguntando, analizando, exigiendo, tratando de realizarse, de seguir a
alguien, algún ideal, o intentando establecer una buena relación con otro? ¿Por
qué existe siempre este constante luchar, competir y buscar? Ustedes van a la
India buscando algo extraordinario que suponen va a ocurrirles cuando lleguen
allá, siguiendo a alguien que les dirá que dancen, canten o hagan cualquier
cosa que se les ocurra. Están los que tratan de obligarlos a que mediten de un
modo determinado, a que acepten la autoridad, a que cumplan con ciertos
rituales, a que vociferen cuando les plazca, etcétera. ¿Por qué hacen ustedes
todo esto? ¿Qué es lo que perpetuamente anhelan? ¿Qué es lo que están buscando?
¿Puede uno preguntarse, permaneciendo
quietamente en su propia casa o paseando a solas, por qué existe este perpetuo
anhelo? Hemos hablado del temor, del dolor y el placer; también hemos hablado
de la inteligencia, del amor y la compasión. Señalamos que sin inteligencia no
puede haber amor y compasión. Ambos marchan juntos. No la inteligencia de los
libros ni la astuta maquinación del pensamiento ni la inteligencia de la mente
muy ingeniosa y sutil, sino la inteligencia que percibe directamente lo que es falso,
lo que es peligroso y, al percibirlo, lo abandona inmediatamente. Una mente así
tiene la cualidad de la inteligencia.
Tal vez podríamos considerar juntos la
naturaleza de la meditación y ver si hay algo en la vida ‑no sólo en las
actividades y posesiones materiales, dinero, sexo, sensaciones, sino más allá
de eso-, algo verdaderamente sagrado, no producido por el pensamiento.
Descubrirlo realmente por nosotros mismos, quizás a través de la meditación.
Estando libres de cualquier ilusión o engaño y pensando con absoluta
honestidad, descubrir si existe algo sagrado.
La mayoría de las personas ha tenido
variedad de experiencias, no sólo experiencias sensuales, sino incidentes que
han dado origen a distintos movimientos emocionales, sensorios y románticos.
Esas experiencias que uno ha tenido son más bien triviales; tal vez todas las
experiencias son más bien triviales. Cuando uno empieza a inquirir qué es lo
que todos estamos buscando, deseando, anhelando, ¿no surge, acaso, que es una
mera experiencia superficial, sensoria, algo que el deseo busca y que,
obviamente, tiene que ser bastante superficial? ¿Podemos nosotros, al
considerar esto juntos, movernos desde la superficialidad hacia una
investigación más amplia y profunda? O sea, descubrir si todos nuestros anhelos
son meramente superficiales y sensorios, o si se trata de un anhelo, una
búsqueda, una sed de algo que está mucho más allá de todo eso.
¿Cómo investigan ustedes esto? ¿Mediante el
análisis? El análisis es aún el mismo movimiento del pensar, de la reflexión.
El pensamiento se examina analíticamente a sí mismo, examina sus propias
experiencias; su examen sigue siendo limitado porque el pensamiento mismo es
limitado. Eso está claro. Pero ése es el único instrumento que tenemos, y
continuamos usando el mismo instrumento sabiendo que es limitado, que no puede
resolver el problema ni tiene la capacidad de investigar a mucha profundidad.
Creo que nunca nos damos cuenta de que este instrumento, por agudo que sea, por
mucho que lo hayamos utilizado, no puede resolver el problema. Al parecer, no
somos capaces de descartarlo.
El pensamiento ha creado el mundo
tecnológico. También ha producido todas las divisiones que hay en el mundo; no
sólo las divisiones nacionales, sino las divisiones religiosas, ideológicas y
toda forma de división entre dos personas, por mucho que puedan pensar que se
aman la una a la otra. Ese pensamiento, siendo limitado en su actividad, siendo
el producto del pasado, debe inevitablemente engendrar división y, por lo
tanto, limitación. El pensamiento nunca puede ver lo total. Una actividad
semejante, ¿es superficial? ¿O el pensamiento puede, con su limitación,
investigar más profundamente?
¿Es la observación el instrumento del
pensar? El observar, ¿incluye el proceso del pensamiento? Ustedes pueden
observar y entonces concebir y crear a través de esa observación. Tal creación,
surgida de ese observar, es el proceso del pensamiento. Uno ve un color: está
la simple observación de ello; luego viene la reacción de agrado y desagrado,
la reacción del prejuicio, etcétera, o sea, el movimiento del pensar. ¿Puede
haber una observación sin ningún movimiento del pensar? ¿Requiere eso alguna
clase de disciplina? La raíz etimológica de esa palabra “disciplina” quiere
decir “aprender”. Aprender, no amoldarse, no imitar, no hacer que la mente se
embote con la rutina. Ahora bien, ¿puede uno aprender la actividad de la
observación sin que el pensamiento engendre imágenes a causa de esa observación
y luego actúe de acuerdo con tales imágenes? ¿Puede uno meramente observar? Lo
cual implica observar y estudiar el modo en que el movimiento del pensar
interfiere con la observación, darse cuenta de ello, aprender al respecto. Ésa
es la verdadera disciplina: el aprender.
Cuando hay observación, digamos, de nuestro
anhelo o nuestra sed de algo, ¿puede uno mirar sin ningún motivo, sin el
pasado, que es deseo, sin las conclusiones del pensamiento, todo lo cual
interfiere con la verdadera observación? Generalmente, el propósito del
aprender es acumular conocimientos y, a partir de eso, actuar con destreza o
sin destreza, eso depende. Alternadamente, actuamos y después aprendemos, o sea
que, a causa de la acción acumulamos conocimientos. Así, nuestras acciones se
basan siempre en el pasado, o en el pasado que proyecta el futuro y actúa
conforme a esa proyección.
Ahora estamos señalando algo por completo
diferente del acumular conocimientos para luego actuar; algo por completo
diferente de nuestras acciones, que son el producto del pasado o de la
proyección del futuro y que, por lo tanto, son acciones basadas en el tiempo:
el ayer encontrándose con el presente, que es hoy, modificándose y continuando.
Nuestras acciones se basan normalmente en eso, de modo que son siempre acciones
incompletas, es obvio. Una acción así contiene remordimientos, un sentido de
frustración. Nunca es una acción completa.
Lo que ahora estamos indicando es algo
totalmente distinto: una observación en la que no existen ni el pasado ni el
futuro. Sólo existe el observar ‑como un buen científico observa por el
microscopio-, simplemente observar lo que en realidad está ocurriendo. Cuando
uno observa lo que realmente ocurre, la cosa observada experimenta una
transformación. ¿Puede uno observar así el anhelo, la búsqueda, el instinto?
¿Tiene uno la intensidad de energía que se requiere para sencillamente
observar, sin el movimiento del pasado?
Observar qué es lo que uno quiere de su
vida, qué es lo que está buscando, anhelando (la mayoría de ustedes busca algo,
de otro modo no estarían aquí). Leemos libros sobre filosofía, psicología o
sobre las así llamadas religiones. En los libros religiosos siempre se recalca
que existe algo más allá, algo más grande y profundo. Habiendo leído esas cosas
uno podría decir: “Quizás exista, voy a ir tras ello”. Entonces uno es atrapado
por los sacerdotes, por los gurús, por la última moda, etcétera. Y puede que
uno crea haber descubierto algo satisfactorio y diga: “Soy perfectamente feliz,
no tengo que buscar nada más”. Pero ésa quizá sea una ilusión, y a la mayoría
de las personas le gusta vivir de ilusiones. Y todas nuestras búsquedas y
nuestras exigencias y nuestros anhelos no han producido una buena sociedad, una
sociedad basada en la paz, una sociedad en la que no haya violencia.
El propósito de nuestra investigación en
todo esto es producir una buena sociedad en la que nosotros, los seres humanos,
podamos vivir dichosamente sin miedo, sin conflicto, sin toda esta lucha, esta
competencia y brutalidad. La sociedad está constituida por la relación entre
las personas; si nuestra relación no es correcta, precisa, verdadera, entonces
creamos una sociedad que no es sana; y eso es lo que está sucediendo en el
mundo.
¿Por qué están separados los seres humanos?
Uno busca algo, otro está buscando algo por completo diferente; siempre está
este movimiento centrado en el yo. La sociedad que hemos creado se basa en la
ambición egoísta, en la realización propia y en la disciplina egocéntrica que
dice: “Yo debo”, todo lo cual engendra violencia. También estamos investigando
nuestra mente. Cuando empleamos la palabra “mente”, no queremos decir la mente
“de ustedes” o “mi” mente, sino la mente. La mente de cada uno de ustedes es
como la mente de miles y millones de personas: compite, lucha, reclama, sigue,
acepta, obedece, idealiza, pertenece a alguna religión, sufre dolores, tormentos
y ansiedad; así es la mente de cada uno de ustedes y así son las otras mentes.
Puede que no vean esto, porque la vanidad de ustedes, su sentido de la
importancia individual, quizás impidan esta observación de lo real. Los seres
humanos son psicológicamente similares, muy desdichados en todas partes del
mundo. Pueden rezar, pero la plegaria no da respuesta a sus problemas; siguen
siendo infelices, siguen compitiendo, siguen en su desesperación. Ésta es la
mente común a todos. Y así, cuando investigamos, estamos investigando al ser
humano, no meramente a ustedes o a mí ‑somos todos seres humanos.
¿Puede uno observar el mundo exterior con
sus divisiones, sus terrores y peligros, sus criminalidades políticas, sin
derivar de ello conclusión alguna? Si observamos lo que ocurre exteriormente y,
del mismo modo, observamos lo que ocurre dentro de nosotros, entonces nuestras
acciones no son las acciones “de ustedes” ni “mis” acciones, porque juntos
hemos observado la misma cosa.
Pregúntense a sí mismos qué es lo que están
buscando: ¿Es dinero, seguridad? ¿Es estar libres de temor a fin de poder
disfrutar de placeres interminables? ¿Es librarse de la carga del dolor, no
sólo de la propia carga sino de la carga mundial del dolor? ¿O están buscando
algo intemporal, algo que el pensamiento jamás ha tocado, algo esencialmente
original, absolutamente incorruptible? Descubran por sí mismos, como seres
humanos iguales a los demás seres humanos en el mundo, qué es lo que buscan,
qué es lo que anhelan.
¿Buscan alguna nueva clase de experiencia
porque han tenido experiencias de diversos tipos y han dicho: “Es suficiente,
ya he tenido todo eso pero deseo alguna otra clase de experiencia”, algo más
grande, alguna experiencia que les proporcionará un gran deleite, una gran
comprensión, una iluminación, una transformación? ¿Cómo lo descubrirán? Para
descubrirlo tienen que estar libres de todas las ilusiones. Y eso implica
completa honestidad a fin de que la mente no se engañe a sí misma. Para que no
se engañen a sí mismos tienen que comprender toda la naturaleza del deseo.
Porque es el deseo el que crea la ilusión; a causa del deseo quiere uno
realizarse, espera siempre algo más. A menos que comprendan la total naturaleza
y estructura del deseo, es inevitable que la mente engendre ilusiones. ¿Puede
nuestra mente, habiendo comprendido la actividad del deseo, conocer su valor
relativo y, por lo tanto, hallarse libre para observar? Ello implica observar
sin ninguna clase de ilusión. ¿Tienen ustedes conciencia de las ilusiones? Cuando
la mente está libre de ilusiones carece en absoluto de hipocresía, es clara y
honesta; entonces pueden dar comienzo a la investigación, pueden investigar si
hay una existencia intemporal, una verdad intemporal. Aquí es donde nace la
meditación.
Probablemente han jugado ustedes con la
meditación: la meditación trascendental, la meditación tibetana, la meditación
hindú, la meditación budista, la meditación zen... tal vez seriamente, tal vez
con ligereza. Hasta donde puede uno entenderlo, todo el concepto de estas
meditaciones es que el pensamiento debe ser controlado, que deben ustedes tener
una disciplina, que deben someter sus propios sentimientos a algo diferente de
“lo que es” ejerciendo para ello el control, una constante vigilancia.
Ahora bien, si quieren descubrir qué es la
meditación y no aceptar meramente lo que alguien dice al respecto, entonces
ciertas cosas obvias son necesarias. No tiene que haber autoridad, porque en
tal caso ustedes dependen, se esfuerzan, imitan y se amoldan. Uno tiene que
comprender, entonces, la naturaleza del control y quién es el controlador.
Desde la infancia se nos ejercita, se nos educa para que nos controlemos o nos
reprimamos. O, yendo al otro extremo, que es lo que hoy está sucediendo, ¡hacer
lo que nos plazca o se nos antojo! ¿Existe una manera de vivir sin ejercer
ninguna forma de control? Lo que no significa hacer lo que a uno le dé la gana,
complacerse en la permisividad y esas cosas. ¿Hay un modo de vivir en el que no
exista ni el más leve vestigio de control? Para descubrir eso, tiene uno que
preguntarse: ¿Quién es el que controla?
¿Quién es el controlador que dice: “¿Debo
controlar mis sentimientos”, o “Debo permitir que mis sentimientos fluyan por
su cuenta”? Están el controlador y la cosa que debe ser controlada, de modo que
hay una división. ¿Quién es este controlador? ¿Acaso no sigue siendo el
movimiento del pensar? El pensamiento ha dicho: “He experimentado esto, me
propongo hacer esto otro”, lo cual es el pasado; de modo que el pasado es el
controlador. Lo que está sucediendo ahora tiene que ser controlado por el
controlador, que es el pasado.
No hablo para mi propio beneficio. Aunque
he estado hablando durante cincuenta y dos años, no me interesa hablar. Lo que
me interesa es averiguar si también ustedes pueden descubrir la misma cosa, a
fin de que la vida que viven sea por completo diferente, que se transforme de
modo que no haya en ella problemas ni complejidades ni ansiedad ni competencia.
Quien les habla lo hace por esa razón, no para su propia gratificación ni para
su propio disfrute ni para su propia realización.
De manera que el controlador es el
resultado del pensamiento, el cual se basa en el conocimiento, que es el
pasado. El pensamiento dice: “Debo controlar lo que está sucediendo ahora”, o
sea, lo real. Siendo lo real, por ejemplo, la envidia o los celos, que todos
ustedes conocen. El pensamiento dice: “Tengo que controlar eso, tengo que
analizarlo, tengo que reprimirlo”, o bien dice: “Tengo que satisfacerlo”. Hay,
pues, una división creada por el pensamiento. En esto hay engaño, engaño en la
idea de que el controlador es diferente de aquello que ha de ser controlado. Si
ustedes comprenden realmente esto, si lo investigan muy seriamente por sí
mismos, verán que el controlador es innecesario; sólo la observación es
necesaria. Cuando observan, no existen ni el controlador ni lo controlado, sólo
existe el observar. Observen su envidia, por ejemplo, obsérvenla sin nombrarla,
sin rechazarla ni aceptarla; sólo vean la sensación, la reacción que surge, la
cual ha sido llamada “envidia”, y mírenla sin la palabra. Porque la palabra
representa el pasado. Cuando usan la palabra “envidia”, eso fortalece el
pasado.
Hay una posibilidad de vivir sin ningún
sentido de control. Esto que afirmo no es una teoría sino una realidad. Quien
les habla dice lo que ha hecho, no inventa. Existe una vida en la que no hay
sentido alguno de control y, por ende, no hay sentido de conflicto ni de
división. Eso puede surgir únicamente cuando sólo hay observación pura. Háganlo
y lo verán. Pónganlo a prueba. Cuando no hay conflicto de ninguna clase, ¿qué
es lo que ocurre en la mente? El conflicto implica movimiento, el movimiento es
tiempo: tiempo de aquí hacia allá, tanto física como psicológicamente, el
movimiento de un centro a otro centro o el movimiento de una periferia a otra.
Existe este constante movimiento en nuestras vidas. Entonces, si observan con
mucha atención este movimiento, ¿qué ocurre en la mente?
Ustedes han comprendido la naturaleza del
pensamiento, han visto lo limitado que es el conocimiento almacenado como
memoria en el cerebro, memoria que, al actuar, opera como pensamiento. Han
comprendido cómo el conocimiento siempre forma parte de la ignorancia. ¿Qué es
lo que ocurre, entonces, en la mente? La mente, como lo hemos investigado, no
es sólo la facultad de pensar con claridad, de manera objetiva e impersonal; es
también ver que la mente posee la capacidad de actuar no a partir del
pensamiento, sino desde la observación pura. Para observar lo que
verdaderamente ocurre, uno debe mirar sin que la respuesta del pasado moldee su
mirar. A causa de esa observación pura, hay acción. Esa acción es inteligencia.
Y es también esa cosa extraordinaria llamada amor, compasión.
La mente tiene, pues, esta cualidad de
inteligencia, y esa inteligencia va acompañada, naturalmente, de la compasión,
del amor. El amor es otra cosa que la mera sensación, no tiene relación alguna
con nuestras demandas internas, con nuestras satisfacciones y todas esas cosas.
De modo que ahora la mente tiene esta calidad, esta estabilidad. Es inamovible
como una roca en medio de una corriente, en medio de un río. Y lo que es
estable, es silencioso. Tenemos que ser absolutamente claros a este respecto.
Esa claridad es estabilidad; esa claridad puede luego examinar cualquier
problema. Sin esta claridad la mente es confusa, contradictoria, fragmentaria;
es inestable, neurótica, está siempre buscando, compitiendo, esforzándose.
Llegamos, pues, a un punto en que la mente es por completo clara y, por lo
tanto, totalmente inamovible. Inamovible no en el sentido de una montaña, sino
en el sentido de que está por completo exenta de problemas; por lo tanto, es
extraordinariamente estable y, no obstante, es dúctil.
Ahora bien, una mente así es una mente
quieta. Y ustedes necesitan tener una mente que sea absolutamente silenciosa
(absolutamente, no relativamente). Existe ese silencio de cuando paseamos una
tarde por el bosque; todos los pájaros están callados, el viento y el murmullo
de las hojas han cesado, hay un gran silencio externo. Y la gente observa ese
silencio y dice: “Debo tener un silencio así”, y entonces depende de ese
silencio que proviene de estar solos, apartados. Pero eso no es silencio. Ni lo
es el silencio creado por el pensamiento que dice: “Debo estar silencioso, debo
estar quieto, no tengo que parlotear”. Pero eso tampoco es silencio, porque es
el resultado del pensamiento operando sobre el ruido. Estamos hablando de un
silencio que no depende de nada. Es sólo esta calidad de silencio, este
silencio absoluto de la mente, el que puede ver todo aquello que es eterno,
intemporal, innominable. Y eso es meditación.
Del Boletín 39 (KF), 1980
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