Fotografía por Diana Valderrama. Moco Museum. Barcelona.
MENTES FIJADAS
Hugo Betancur
Cada uno de
nosotros elabora un retrato del mundo según las percepciones de su mente.
Observamos y analizamos nuestras relaciones, nuestras vivencias, los
sentimientos y las emociones que experimentamos. De todo eso, hacemos un
depósito de creencias, interpretaciones y consideraciones que fijamos en
nuestras mentes -emulamos a los fotógrafos que captaban las imágenes de la vida
con sus cámaras y procedían después a revelar y fijar los rollos de película para
blanco y negro y las fotos en el papel en los cuartos oscuros.
Si
desechamos los aprendizajes y los cambios, no podemos optar por la libertad de
elegir y de crear porque nos parapetamos en las creencias fijas que nos
enganchan.
Nuestras
dudas, nuestra confusión y nuestra incertidumbre nos confrontan con nuestras
creencias: nos llevan a preguntarnos qué tan útiles y provechosas son, cuánta
satisfacción y progreso nos procuran, qué armonía propician en nuestras
relaciones.
Como los
fotógrafos de antes revelaban sus rollos de película en el cuarto oscuro para
recuperar las imágenes captadas por las lentes tal vez nosotros podamos revelar
en el espacio insondable de nuestras mentes la realidad que percibimos con
nuestros sentidos y con el ejercicio del razonamiento. Sin embargo, lo que
interpretamos como realidad puede ser solo una imagen aparente y desenfocada,
que encubre seres vivos, o cosas, o situaciones con cualidades y contenidos
distintos y más ciertos -imaginemos una fachada suntuosa de una casona antigua
que contrasta con aposentos ruinosos y vacíos, o un cascarón de vivienda
descolorido y vetusto que atesore adentro mobiliario hermoso, pinturas clásicas
invaluables y costosos objetos decorativos.
Una vez
fijadas las fotos con esas técnicas antiguas, el proceso no puede ser revertido
en el cuarto oscuro. Las fijaciones de nuestras mentes sí podemos cambiarlas
cuando entendemos como las hemos estructurado y decidimos removerlas.
Las
ilusiones van apareciendo como algo real para nosotros a lo largo de nuestras
vidas, y las mantenemos vigentes hasta que la realidad las arrasa. (Los gurús
de la felicidad imaginaria siguen pregonando que basta creer en las ilusiones
para materializarlas o plasmarlas). Lo que llamamos realidad subyace
debajo o está sobrepuesto a las ilusiones, y ninguno de los dos conceptos es
sinónimo del otro.
Muchos
espectadores y autores a través del tiempo han afirmado que el propósito de la
existencia es la búsqueda de objetivos -dinero a manos llenas, éxito reconocido
socialmente, conyugues portadores de felicidad, placer sexual, jerarquías
institucionales, poder político, propiedades urbanas o rurales, diplomas de
estudio.
Es posible
que algunas de esas conquistas puedan ser alcanzadas por quienes las
ambicionan, lo que dependerá de sus talentos y condiciones para hacerlas
plausibles.
Según
nuestras creencias, nos fijamos metas y unos puntos de corte donde esperamos
que sucederán. Sin embargo, nuestras creencias son solo presunciones o
esperanzas con que atestamos nuestras mentes y que nos sirven más como lastre
que como brújulas para orientarnos. A esas creencias les ponemos un
ancla y las fijamos -como los marineros a sus barcos en los puertos para que el
oleaje y las mareas no los arrastren al océano.
Cuando
fijamos nuestras creencias, pausamos nuestras indagaciones y los
aprendizajes que pudieran impulsarnos a avanzar -nos conformamos y nos quedamos
detenidos, sin iniciativa y sin motivaciones para proseguir.
Los seres
humanos crecemos y maduramos en nuestra constitución física y en nuestra apropiación
de vivencias, afectos e ideas -algunos tal vez lo hagamos con mayor eficiencia y
beneficios y otros quizá no lo logren.
Como actores en los escenarios del mundo, avanzamos hacia el ocaso y cumplimos nuestros destinos y nuestros roles con la lentitud o la presteza que nos corresponda. La película no para de correr y a su término los créditos que se desplazan ascendiendo en la pantalla sobre un fondo negro registran los nombres de quienes participaron en su ejecución. ¿Qué impresión, qué emociones y sentimientos suscita en el público que la mira, en quienes la presencian? (Quizá hagan sus críticas, sus observaciones inteligentes, sus glosas o aplausos, cuando ya no es posible editarla de nuevo porque es un producto acabado).
Volvemos
atrás solo en el pensamiento y en la memoria, siempre insuficientes e inexactos,
y repasamos obsesivos los sucesos vivenciados.
Nos
quedamos fijados, inmóviles en estados de la mente contemplativos donde el
progreso cesa y no nos es posible retroceder hacia el tiempo y las relaciones
que ya experimentamos.
En nuestras
rutinas de fijación, repetimos especulaciones, pensamientos, discursos
circulares en que damos vueltas infructuosas y agotadoras -imitamos
mecánicamente a los relojes de manecillas que sí cumplen funciones de registro
con su recorrido horario repetido y previsible.
Muchas
creencias grabadas en nuestra memoria proceden del ámbito familiar donde
recibimos atenciones y cuidados que nos halagaban y nos predisponían a asimilar
las tradiciones, la cultura y las órdenes hogareñas sumisa y espontáneamente, complacidos por la
estancia en esos ambientes protectores y de provisión.
Rumiamos
nuestras fijaciones y nuestras creencias y nos excusamos de modificar los
contenidos de nuestras mentes acogiéndonos a una inercia sumisa y aletargada.
Con
nuestras fijaciones nos habituamos a vernos y a ver a otros monótonamente, bajo
la asignación de roles y atributos invariables, muchas veces discriminadores y
degradantes, lo que nos expone a conflictos y confrontaciones hostiles.
Para
resolver nuestras fijaciones y trascenderlas debemos identificarlas, hacernos
conscientes de la rigidez mental que nos lleva a adoptarlas -solo quien
reconoce sus limitaciones y sus errores puede establecer el propósito y las
acciones de cambio que le permitan ser más amable consigo mismo y con otros.
Muchas de
nuestras creencias las hemos recibido pasivamente; otras las hemos deducido de
nuestra observación y participación en los procesos y relaciones de nuestras
vidas. ¿Qué tan flexibles y pragmáticos somos para dejarlas ir cuando descubrimos
que nos confunden y nos impiden alcanzar nuestra paz?
Hugo Betancur (Colombia)
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RECUERDO:
A mis 16 años, don Miguel Martínez, el
fotógrafo de mi pueblo, me enseño la técnica de revelado de las películas de
celuloide y de las hojas de papel impregnadas de bromuro de plata.
Cada rollo de película o cada cartulina
los sumergíamos en un líquido revelador, luego en un líquido que pausaba o
detenía el revelado, y finalmente en un líquido fijador.
Cada rollo de película sacado de la
cámara lo consideramos un negativo que revelamos para visibilizar lo captado,
que luego positivamos al proyectarlo sobre el papel fotográfico -lo más oscuro
en el negativo pasa a ser claro y lo más claro pasa a ser oscuro. Lo que
aparece en la película de celuloide revelada son las imágenes negativas, con
tonos invertidos, que una vez reflejadas sobre el papel con la ampliadora y
reveladas y fijadas nos muestran retratos de la realidad con sus gradaciones de
blanco, grises y negro en las fotos de
antes, o con la gama de colores en las de ahora.
Una vez fijadas las fotos con esas técnicas,
el proceso no puede ser revertido en el cuarto oscuro.
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