CELEBRAR, MEDITAR, AGRADECER
Hugo
Betancur
Nuestras existencias son
prodigiosas, engalanadas con incontables manifestaciones de amor que muchas
veces nos han sido dispensadas sin que nos demos cuenta de su ocurrencia, de su
valor y de su belleza, y tal vez sin haber cosechado en su momento méritos para
recibirlas.
Esas manifestaciones de
amor posiblemente tengan muchos matices y cualidades; nos han sido otorgadas de
una manera velada y sutil, o de un modo elocuente y efusivo.
Representamos nuestro
personaje en ambientes muy variados y contrastantes, mostrándonos muy opacos o
muy luminosos en nuestras relaciones imprevisibles y accidentadas, que en
muchas ocasiones atravesamos con sensatez y eficiencia y en muchas ocasiones
con impericia y precariedad.
En esos miles de
episodios de nuestra historia particular experimentamos eventos y relaciones
plenos de gracia y de bondad, que son motivo de celebración para nosotros y
para otros por su riqueza vivencial y por sus atributos. En justicia, no
podemos relegarlos al pasado porque son nuestros presentes y nuestros tesoros y
porque están llenos de vida, de ternura, de calidez, de exuberancia. Junto a
otros protagonistas en esos guiones de la existencia hemos expresado nuestros
sentimientos, nuestra generosidad, nuestra creatividad. Los hemos visto y nos
han visto. Les hemos dado identidad y nos la han dado. Los hemos abrazado y
hemos recibido su abrazo, que surgió espontáneamente, sin preámbulos
artificiosos.
Vamos quedando
desperdigados en las acciones y relaciones que asumimos y esto deja huellas,
sentimientos y emociones en la memoria de otros. Nos consumimos recorriendo los
trayectos trazados en nuestra hoja de ruta. Nos volvemos pesados, lentos,
torpes –como una vieja tortuga que avanza tambaleándose, tal vez viendo un
paisaje borroso frente a sus ojos y fatigándose en pequeños trechos. Solo las
acciones amorosas y afables nos rescatan del olvido.
Podemos hacer ceremonias
para conmemorar nuestras realizaciones y las de quienes se han ido. Podemos
celebrar la vida, rescatando anécdotas y sucesos, relatando venturas y
desventuras, haciendo alarde de comprensión por los desaciertos y los errores
cometidos. Podemos reconciliarnos y congraciarnos con otros por los defectos y
omisiones propios de nuestra imperfecta condición humana.
Podemos meditar sobre
nuestras experiencias cumplidas con los seres que nos amaron y que nos dieron
sus cuidados y atenciones -a quienes quizás correspondimos-; también podemos
meditar sobre la vulnerabilidad y los temores comunes, sobre la ignorancia y la
confusión de nuestras mentes, sobre las jornadas en que recorrimos nuestros
senderos con ojos ciegos y pasos vacilantes, sobre nuestra incertidumbre.
Podemos agradecer los
aprendizajes, el acompañamiento de los otros y sus acciones que nos
redimieron, nos ensalzaron, nos reconfortaron -sus manos tendidas
acogiéndonos, sus ojos reconociéndonos, sus oídos identificando nuestras voces
y el significado de nuestras palabras, su comprensión cuando las palabras
fueron insuficientes y vanas.
Celebrar, meditar,
agradecer, son las actitudes que nos animan como viajeros mientras recorremos
nuestras jornadas que carecen de demarcación y de desenlaces previsibles. Cada
uno de nosotros eligió por donde ir y cada uno tiene los acompañantes,
dificultades y tareas que le son propicios.
Hugo
Betancur (Colombia)
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