domingo, 24 de marzo de 2013

Krishnamurti: Explorando la esencia del amor. Las crisis están en nosotros mismos.


Jiddu Krishnamurti:

ENCUENTRO CON LA VIDA

Tercera Parte - Reflexiones

 

UNA MENTE QUIETA

Saanen, Suiza, 22 de julio de 1979

¿Han notado alguna vez que es muy raro que nuestras mentes estén muy quietas? En muy raras ocasiones tenemos una mente libre, sin problemas, o una mente que, teniendo problemas, los haya desechado aunque sea por un rato. ¿Han tenido alguna vez una mente que no se atropellara, que no se forzara a sí misma en busca de algo sino que estuviera absolutamente silenciosa, simplemente observando no sólo lo que ocurre en el mundo externo sino también lo que sucede en nuestra propia existencia interna con sus actividades y afanes? ¿O están ustedes siempre escudriñando, buscando, preguntando, analizando, exigiendo, tratando de realizarse, de seguir a alguien, algún ideal, o intentando establecer una buena relación con otro? ¿Por qué existe siempre este constante luchar, competir y buscar? Ustedes van a la India buscando algo extraordinario que suponen va a ocurrirles cuando lleguen allá, siguiendo a alguien que les dirá que dancen, canten o hagan cualquier cosa que se les ocurra. Están los que tratan de obligarlos a que mediten de un modo determinado, a que acepten la autoridad, a que cumplan con ciertos rituales, a que vociferen cuando les plazca, etcétera. ¿Por qué hacen ustedes todo esto? ¿Qué es lo que perpetuamente anhelan? ¿Qué es lo que están buscando? 

¿Puede uno preguntarse, permaneciendo quietamente en su propia casa o paseando a solas, por qué existe este perpetuo anhelo? Hemos hablado del temor, del dolor y el placer; también hemos hablado de la inteligencia, del amor y la compasión. Señalamos que sin inteligencia no puede haber amor y compasión. Ambos marchan juntos. No la inteligencia de los libros ni la astuta maquinación del pensamiento ni la inteligencia de la mente muy ingeniosa y sutil, sino la inteligencia que percibe directamente lo que es falso, lo que es peligroso y, al percibirlo, lo abandona inmediatamente. Una mente así tiene la cualidad de la inteligencia. 

Tal vez podríamos considerar juntos la naturaleza de la meditación y ver si hay algo en la vida ‑no sólo en las actividades y posesiones materiales, dinero, sexo, sensaciones, sino más allá de eso-, algo verdaderamente sagrado, no producido por el pensamiento. Descubrirlo realmente por nosotros mismos, quizás a través de la meditación. Estando libres de cualquier ilusión o engaño y pensando con absoluta honestidad, descubrir si existe algo sagrado. 

La mayoría de las personas ha tenido variedad de experiencias, no sólo experiencias sensuales, sino incidentes que han dado origen a distintos movimientos emocionales, sensorios y románticos. Esas experiencias que uno ha tenido son más bien triviales; tal vez todas las experiencias son más bien triviales. Cuando uno empieza a inquirir qué es lo que todos estamos buscando, deseando, anhelando, ¿no surge, acaso, que es una mera experiencia superficial, sensoria, algo que el deseo busca y que, obviamente, tiene que ser bastante superficial? ¿Podemos nosotros, al considerar esto juntos, movernos desde la superficialidad hacia una investigación más amplia y profunda? O sea, descubrir si todos nuestros anhelos son meramente superficiales y sensorios, o si se trata de un anhelo, una búsqueda, una sed de algo que está mucho más allá de todo eso. 

¿Cómo investigan ustedes esto? ¿Mediante el análisis? El análisis es aún el mismo movimiento del pensar, de la reflexión. El pensamiento se examina analíticamente a sí mismo, examina sus propias experiencias; su examen sigue siendo limitado porque el pensamiento mismo es limitado. Eso está claro. Pero ése es el único instrumento que tenemos, y continuamos usando el mismo instrumento sabiendo que es limitado, que no puede resolver el problema ni tiene la capacidad de investigar a mucha profundidad. Creo que nunca nos damos cuenta de que este instrumento, por agudo que sea, por mucho que lo hayamos utilizado, no puede resolver el problema. Al parecer, no somos capaces de descartarlo. 

El pensamiento ha creado el mundo tecnológico. También ha producido todas las divisiones que hay en el mundo; no sólo las divisiones nacionales, sino las divisiones religiosas, ideológicas y toda forma de división entre dos personas, por mucho que puedan pensar que se aman la una a la otra. Ese pensamiento, siendo limitado en su actividad, siendo el producto del pasado, debe inevitablemente engendrar división y, por lo tanto, limitación. El pensamiento nunca puede ver lo total. Una actividad semejante, ¿es superficial? ¿O el pensamiento puede, con su limitación, investigar más profundamente?

¿Es la observación el instrumento del pensar? El observar, ¿incluye el proceso del pensamiento? Ustedes pueden observar y entonces concebir y crear a través de esa observación. Tal creación, surgida de ese observar, es el proceso del pensamiento. Uno ve un color: está la simple observación de ello; luego viene la reacción de agrado y desagrado, la reacción del prejuicio, etcétera, o sea, el movimiento del pensar. ¿Puede haber una observación sin ningún movimiento del pensar? ¿Requiere eso alguna clase de disciplina? La raíz etimológica de esa palabra “disciplina” quiere decir “aprender”. Aprender, no amoldarse, no imitar, no hacer que la mente se embote con la rutina. Ahora bien, ¿puede uno aprender la actividad de la observación sin que el pensamiento engendre imágenes a causa de esa observación y luego actúe de acuerdo con tales imágenes? ¿Puede uno meramente observar? Lo cual implica observar y estudiar el modo en que el movimiento del pensar interfiere con la observación, darse cuenta de ello, aprender al respecto. Ésa es la verdadera disciplina: el aprender.

Cuando hay observación, digamos, de nuestro anhelo o nuestra sed de algo, ¿puede uno mirar sin ningún motivo, sin el pasado, que es deseo, sin las conclusiones del pensamiento, todo lo cual interfiere con la verdadera observación? Generalmente, el propósito del aprender es acumular conocimientos y, a partir de eso, actuar con destreza o sin destreza, eso depende. Alternadamente, actuamos y después aprendemos, o sea que, a causa de la acción acumulamos conocimientos. Así, nuestras acciones se basan siempre en el pasado, o en el pasado que proyecta el futuro y actúa conforme a esa proyección. 

Ahora estamos señalando algo por completo diferente del acumular conocimientos para luego actuar; algo por completo diferente de nuestras acciones, que son el producto del pasado o de la proyección del futuro y que, por lo tanto, son acciones basadas en el tiempo: el ayer encontrándose con el presente, que es hoy, modificándose y continuando. Nuestras acciones se basan normalmente en eso, de modo que son siempre acciones incompletas, es obvio. Una acción así contiene remordimientos, un sentido de frustración. Nunca es una acción completa. 

Lo que ahora estamos indicando es algo totalmente distinto: una observación en la que no existen ni el pasado ni el futuro. Sólo existe el observar ‑como un buen científico observa por el microscopio-, simplemente observar lo que en realidad está ocurriendo. Cuando uno observa lo que realmente ocurre, la cosa observada experimenta una transformación. ¿Puede uno observar así el anhelo, la búsqueda, el instinto? ¿Tiene uno la intensidad de energía que se requiere para sencillamente observar, sin el movimiento del pasado?

Observar qué es lo que uno quiere de su vida, qué es lo que está buscando, anhelando (la mayoría de ustedes busca algo, de otro modo no estarían aquí). Leemos libros sobre filosofía, psicología o sobre las así llamadas religiones. En los libros religiosos siempre se recalca que existe algo más allá, algo más grande y profundo. Habiendo leído esas cosas uno podría decir: “Quizás exista, voy a ir tras ello”. Entonces uno es atrapado por los sacerdotes, por los gurús, por la última moda, etcétera. Y puede que uno crea haber descubierto algo satisfactorio y diga: “Soy perfectamente feliz, no tengo que buscar nada más”. Pero ésa quizá sea una ilusión, y a la mayoría de las personas le gusta vivir de ilusiones. Y todas nuestras búsquedas y nuestras exigencias y nuestros anhelos no han producido una buena sociedad, una sociedad basada en la paz, una sociedad en la que no haya violencia.

El propósito de nuestra investigación en todo esto es producir una buena sociedad en la que nosotros, los seres humanos, podamos vivir dichosamente sin miedo, sin conflicto, sin toda esta lucha, esta competencia y brutalidad. La sociedad está constituida por la relación entre las personas; si nuestra relación no es correcta, precisa, verdadera, entonces creamos una sociedad que no es sana; y eso es lo que está sucediendo en el mundo. 

¿Por qué están separados los seres humanos? Uno busca algo, otro está buscando algo por completo diferente; siempre está este movimiento centrado en el yo. La sociedad que hemos creado se basa en la ambición egoísta, en la realización propia y en la disciplina egocéntrica que dice: “Yo debo”, todo lo cual engendra violencia. También estamos investigando nuestra mente. Cuando empleamos la palabra “mente”, no queremos decir la mente “de ustedes” o “mi” mente, sino la mente. La mente de cada uno de ustedes es como la mente de miles y millones de personas: compite, lucha, reclama, sigue, acepta, obedece, idealiza, pertenece a alguna religión, sufre dolores, tormentos y ansiedad; así es la mente de cada uno de ustedes y así son las otras mentes. Puede que no vean esto, porque la vanidad de ustedes, su sentido de la importancia individual, quizás impidan esta observación de lo real. Los seres humanos son psicológicamente similares, muy desdichados en todas partes del mundo. Pueden rezar, pero la plegaria no da respuesta a sus problemas; siguen siendo infelices, siguen compitiendo, siguen en su desesperación. Ésta es la mente común a todos. Y así, cuando investigamos, estamos investigando al ser humano, no meramente a ustedes o a mí ‑somos todos seres humanos.

¿Puede uno observar el mundo exterior con sus divisiones, sus terrores y peligros, sus criminalidades políticas, sin derivar de ello conclusión alguna? Si observamos lo que ocurre exteriormente y, del mismo modo, observamos lo que ocurre dentro de nosotros, entonces nuestras acciones no son las acciones “de ustedes” ni “mis” acciones, porque juntos hemos observado la misma cosa. 

Pregúntense a sí mismos qué es lo que están buscando: ¿Es dinero, seguridad? ¿Es estar libres de temor a fin de poder disfrutar de placeres interminables? ¿Es librarse de la carga del dolor, no sólo de la propia carga sino de la carga mundial del dolor? ¿O están buscando algo intemporal, algo que el pensamiento jamás ha tocado, algo esencialmente original, absolutamente incorruptible? Descubran por sí mismos, como seres humanos iguales a los demás seres humanos en el mundo, qué es lo que buscan, qué es lo que anhelan.

¿Buscan alguna nueva clase de experiencia porque han tenido experiencias de diversos tipos y han dicho: “Es suficiente, ya he tenido todo eso pero deseo alguna otra clase de experiencia”, algo más grande, alguna experiencia que les proporcionará un gran deleite, una gran comprensión, una iluminación, una transformación? ¿Cómo lo descubrirán? Para descubrirlo tienen que estar libres de todas las ilusiones. Y eso implica completa honestidad a fin de que la mente no se engañe a sí misma. Para que no se engañen a sí mismos tienen que comprender toda la naturaleza del deseo. Porque es el deseo el que crea la ilusión; a causa del deseo quiere uno realizarse, espera siempre algo más. A menos que comprendan la total naturaleza y estructura del deseo, es inevitable que la mente engendre ilusiones. ¿Puede nuestra mente, habiendo comprendido la actividad del deseo, conocer su valor relativo y, por lo tanto, hallarse libre para observar? Ello implica observar sin ninguna clase de ilusión. ¿Tienen ustedes conciencia de las ilusiones? Cuando la mente está libre de ilusiones carece en absoluto de hipocresía, es clara y honesta; entonces pueden dar comienzo a la investigación, pueden investigar si hay una existencia intemporal, una verdad intemporal. Aquí es donde nace la meditación.

Probablemente han jugado ustedes con la meditación: la meditación trascendental, la meditación tibetana, la meditación hindú, la meditación budista, la meditación zen... tal vez seriamente, tal vez con ligereza. Hasta donde puede uno entenderlo, todo el concepto de estas meditaciones es que el pensamiento debe ser controlado, que deben ustedes tener una disciplina, que deben someter sus propios sentimientos a algo diferente de “lo que es” ejerciendo para ello el control, una constante vigilancia. 

Ahora bien, si quieren descubrir qué es la meditación y no aceptar meramente lo que alguien dice al respecto, entonces ciertas cosas obvias son necesarias. No tiene que haber autoridad, porque en tal caso ustedes dependen, se esfuerzan, imitan y se amoldan. Uno tiene que comprender, entonces, la naturaleza del control y quién es el controlador. Desde la infancia se nos ejercita, se nos educa para que nos controlemos o nos reprimamos. O, yendo al otro extremo, que es lo que hoy está sucediendo, ¡hacer lo que nos plazca o se nos antojo! ¿Existe una manera de vivir sin ejercer ninguna forma de control? Lo que no significa hacer lo que a uno le dé la gana, complacerse en la permisividad y esas cosas. ¿Hay un modo de vivir en el que no exista ni el más leve vestigio de control? Para descubrir eso, tiene uno que preguntarse: ¿Quién es el que controla?

¿Quién es el controlador que dice: “¿Debo controlar mis sentimientos”, o “Debo permitir que mis sentimientos fluyan por su cuenta”? Están el controlador y la cosa que debe ser controlada, de modo que hay una división. ¿Quién es este controlador? ¿Acaso no sigue siendo el movimiento del pensar? El pensamiento ha dicho: “He experimentado esto, me propongo hacer esto otro”, lo cual es el pasado; de modo que el pasado es el controlador. Lo que está sucediendo ahora tiene que ser controlado por el controlador, que es el pasado.

 

No hablo para mi propio beneficio. Aunque he estado hablando durante cincuenta y dos años, no me interesa hablar. Lo que me interesa es averiguar si también ustedes pueden descubrir la misma cosa, a fin de que la vida que viven sea por completo diferente, que se transforme de modo que no haya en ella problemas ni complejidades ni ansiedad ni competencia. Quien les habla lo hace por esa razón, no para su propia gratificación ni para su propio disfrute ni para su propia realización. 

De manera que el controlador es el resultado del pensamiento, el cual se basa en el conocimiento, que es el pasado. El pensamiento dice: “Debo controlar lo que está sucediendo ahora”, o sea, lo real. Siendo lo real, por ejemplo, la envidia o los celos, que todos ustedes conocen. El pensamiento dice: “Tengo que controlar eso, tengo que analizarlo, tengo que reprimirlo”, o bien dice: “Tengo que satisfacerlo”. Hay, pues, una división creada por el pensamiento. En esto hay engaño, engaño en la idea de que el controlador es diferente de aquello que ha de ser controlado. Si ustedes comprenden realmente esto, si lo investigan muy seriamente por sí mismos, verán que el controlador es innecesario; sólo la observación es necesaria. Cuando observan, no existen ni el controlador ni lo controlado, sólo existe el observar. Observen su envidia, por ejemplo, obsérvenla sin nombrarla, sin rechazarla ni aceptarla; sólo vean la sensación, la reacción que surge, la cual ha sido llamada “envidia”, y mírenla sin la palabra. Porque la palabra representa el pasado. Cuando usan la palabra “envidia”, eso fortalece el pasado. 

Hay una posibilidad de vivir sin ningún sentido de control. Esto que afirmo no es una teoría sino una realidad. Quien les habla dice lo que ha hecho, no inventa. Existe una vida en la que no hay sentido alguno de control y, por ende, no hay sentido de conflicto ni de división. Eso puede surgir únicamente cuando sólo hay observación pura. Háganlo y lo verán. Pónganlo a prueba. Cuando no hay conflicto de ninguna clase, ¿qué es lo que ocurre en la mente? El conflicto implica movimiento, el movimiento es tiempo: tiempo de aquí hacia allá, tanto física como psicológicamente, el movimiento de un centro a otro centro o el movimiento de una periferia a otra. Existe este constante movimiento en nuestras vidas. Entonces, si observan con mucha atención este movimiento, ¿qué ocurre en la mente? 

Ustedes han comprendido la naturaleza del pensamiento, han visto lo limitado que es el conocimiento almacenado como memoria en el cerebro, memoria que, al actuar, opera como pensamiento. Han comprendido cómo el conocimiento siempre forma parte de la ignorancia. ¿Qué es lo que ocurre, entonces, en la mente? La mente, como lo hemos investigado, no es sólo la facultad de pensar con claridad, de manera objetiva e impersonal; es también ver que la mente posee la capacidad de actuar no a partir del pensamiento, sino desde la observación pura. Para observar lo que verdaderamente ocurre, uno debe mirar sin que la respuesta del pasado moldee su mirar. A causa de esa observación pura, hay acción. Esa acción es inteligencia. Y es también esa cosa extraordinaria llamada amor, compasión. 

La mente tiene, pues, esta cualidad de inteligencia, y esa inteligencia va acompañada, naturalmente, de la compasión, del amor. El amor es otra cosa que la mera sensación, no tiene relación alguna con nuestras demandas internas, con nuestras satisfacciones y todas esas cosas. De modo que ahora la mente tiene esta calidad, esta estabilidad. Es inamovible como una roca en medio de una corriente, en medio de un río. Y lo que es estable, es silencioso. Tenemos que ser absolutamente claros a este respecto. Esa claridad es estabilidad; esa claridad puede luego examinar cualquier problema. Sin esta claridad la mente es confusa, contradictoria, fragmentaria; es inestable, neurótica, está siempre buscando, compitiendo, esforzándose. Llegamos, pues, a un punto en que la mente es por completo clara y, por lo tanto, totalmente inamovible. Inamovible no en el sentido de una montaña, sino en el sentido de que está por completo exenta de problemas; por lo tanto, es extraordinariamente estable y, no obstante, es dúctil.

Ahora bien, una mente así es una mente quieta. Y ustedes necesitan tener una mente que sea absolutamente silenciosa (absolutamente, no relativamente). Existe ese silencio de cuando paseamos una tarde por el bosque; todos los pájaros están callados, el viento y el murmullo de las hojas han cesado, hay un gran silencio externo. Y la gente observa ese silencio y dice: “Debo tener un silencio así”, y entonces depende de ese silencio que proviene de estar solos, apartados. Pero eso no es silencio. Ni lo es el silencio creado por el pensamiento que dice: “Debo estar silencioso, debo estar quieto, no tengo que parlotear”. Pero eso tampoco es silencio, porque es el resultado del pensamiento operando sobre el ruido. Estamos hablando de un silencio que no depende de nada. Es sólo esta calidad de silencio, este silencio absoluto de la mente, el que puede ver todo aquello que es eterno, intemporal, innominable. Y eso es meditación.

Del Boletín 39 (KF), 1980

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Publicado en:

https://jiddu-krishnamurti.net/es/encuentro-con-la-vida/krishnamurti-encuentro-con-la-vida-53

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Krishnamurti: Explorando la esencia del amor. La máquina del pensamiento.


Jiddu Krishnamurti:

ENCUENTRO CON LA VIDA

 

Primera Parte - Piezas Cortas

Morir para todo lo de ayer

 

La muerte es sólo para los que tienen un lugar de descanso. La vida es un movimiento en la relación y el afecto; la negación de este movimiento es muerte. No tengan refugio en lo externo ni en lo interno; posean una habitación o una casa o una familia, pero no permitan que ello se convierta en un escondite, en un escape de sí mismos.

 

El puerto seguro que nuestra mente ha fabricado mediante el cultivo de la virtud, de la superstición o la creencia, mediante la ingeniosa capacidad o las actividades, traerá inevitablemente la muerte. Uno no puede escapar de la muerte si pertenece a este mundo, a la sociedad de la que forma parte. El hombre que murió en la casa de al lado o a miles de millas de distancia, es uno mismo. Al igual que uno, durante años se ha estado preparando con gran cuidado para morir. Al igual que uno, llamaba vivir a una lucha, a la desdicha o a un buen espectáculo divertido. Pero la muerte está siempre ahí, vigilando, aguardando. Sólo aquel que muere cada día, está más allá de la muerte.

 

Morir es amar. La belleza del amor no se encuentra en los recuerdos del pasado ni en las imágenes del mañana. El amor no tiene pasado ni futuro; la que los tiene es la memoria, que no es amor. El amor con su pasión está más allá del orden de la sociedad que somos cada uno de nosotros. “Uno” muere, y el amor está ahí.

 

La meditación es un movimiento en lo desconocido y de lo desconocido. Uno no existe, sólo está el movimiento. Uno es demasiado pequeño o demasiado grande para este movimiento que no tiene nada detrás ni delante de sí. Es esa energía que el pensamiento-materia no puede alcanzar. El pensamiento es perversión porque es producto del ayer; está preso en las redes de los siglos y por eso es confuso, carente de claridad. Hagamos lo que hagamos, lo conocido no puede alcanzar lo desconocido. La meditación es un morir para lo conocido.

 

Uno ha de mirar y escuchar desde el silencio... El silencio no es la terminación del ruido; el incesante clamor de la mente y el corazón no concluye en el silencio; éste no es un producto ni un resultado del deseo o de la voluntad. La totalidad de la conciencia es un inquieto, ruidoso movimiento dentro de las fronteras de su propia hechura. Dentro de estas fronteras, el silencio o la quietud no son más que la momentánea cesación del parloteo; ése es el silencio tocado por el tiempo. El tiempo es memoria y para él el silencio es corto o largo, puede medirlo, darle espacio y continuidad, y entonces se convierte en un juguete más. Pero esto no es el silencio. Todo lo que está compuesto por el pensamiento se encuentra dentro del área del ruido, y el pensamiento no puede en modo alguno callarse. Puede construir una imagen del silencio y ajustarse a ella rindiéndole culto como a tantas otras imágenes que ha fabricado, pero su fórmula del silencio es la negación misma de éste, sus símbolos son la negación de la realidad. El propio pensamiento debe callar para que el silencio sea. El silencio existe siempre en el presente, lo cual no ocurre con el pensamiento. Este, siendo siempre viejo, no puede penetrar en el silencio, que es siempre nuevo. Lo nuevo se convierte en lo viejo cuando es tocado por el pensamiento. Uno ha de hablar y mirar desde este silencio. Lo verdaderamente anónimo surge de este silencio, y no hay otra humildad que ésa. Los vanidosos son siempre vanidosos, aunque se pongan las vestiduras de la humildad, con lo cual se vuelven duros y susceptibles. Pero desde este silencio la palabra “amor” tiene un significado por completo diferente. Este silencio no está ahí afuera, sino que se encuentra donde no existe el ruido del pensamiento.

Sólo la inocencia puede ser apasionada. Los inocentes no tienen penas ni sufrimientos, aunque hayan tenido un millar de experiencias. No son las experiencias las que corrompen la mente, sino lo que dejan tras de sí, el residuo, las cicatrices, los recuerdos. Estos se acumulan, se amontonan unos sobre otros y entonces empieza el dolor. Este dolor es tiempo. Donde existe el tiempo no hay inocencia. La pasión no nace del dolor. El dolor es experiencia, la experiencia de la vida cotidiana, la vida de angustias y placeres fugaces, de temores y certidumbres. Uno no puede escapar de las experiencias, pero éstas no necesitan echar raíces en el terreno de la mente. Tales raíces originan problemas, conflictos y lucha constante. No hay otra manera de salir de esto que morir cada día para todo lo de ayer. Sólo la mente clara puede ser apasionada. Sin pasión no podemos percibir la brisa entre las hojas ni ver la luz del sol sobre el agua. Sin pasión no hay amor.

El ver es acción. El intervalo entre el ver y la acción implica pérdida de energía.

El amor sólo puede existir cuando el pensamiento está quieto. Esta quietud no puede ser, en modo alguno, fabricada por el propio pensamiento. El pensamiento sólo puede producir imágenes, fórmulas, ideas, pero esta quietud jamás puede ser alcanzada por el pensamiento. Este es siempre viejo, mientras que el amor no lo es.

El organismo físico tiene su propia inteligencia, la cual se embota con los hábitos del placer. Estos hábitos destruyen la sensibilidad del organismo, y es esta falta de sensibilidad la que embota la mente. Una mente semejante puede estar alerta en una dirección estrecha y limitada y ser, sin embargo, insensible. La profundidad de una mente así es mensurable y se halla presa en imágenes e ilusiones. Su única brillantez es su propia superficialidad. La meditación requiere un organismo liviano e inteligente. La relación mutua entre la mente meditativa y su organismo es un ajuste constante de la sensibilidad, porque la meditación necesita libertad. La libertad es su propia disciplina. Sólo en la libertad puede haber atención. Darse cuenta de la intención es estar atento. La atención completa es amor. Sólo ella puede ver, y el ver es la acción. 

El deseo y el placer terminan en dolor, y en el amor no hay dolor. Lo que sufre es el pensamiento, el pensamiento que da continuidad al placer, lo nutre y le comunica fuerza. El pensamiento busca perpetuamente el placer y, de ese modo, invita al dolor. La virtud que cultiva el pensamiento es el recurso del placer, y en ello hay esfuerzo y logro. La bondad no florece en el suelo del pensamiento sino en la libertad con respecto al dolor. La terminación del sufrimiento es amor.

 

Del Boletín 4 (KF), 1969

 

Publicado en:

http://www.jiddu-krishnamurti.net/es/encuentro-con-la-vida/krishnamurti-encuentro-con-la-vida-02

 

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