RASGOS DE NUESTROS EGOS
Hugo Betancur
Para nuestros egos
parecen imprescindibles estos dos enfoques: la complacencia como una condición
que debe ser satisfecha continua y abundantemente, y la insuficiencia como un
patrón de medida habitualmente aplicado y persistente.
La complacencia es un valor
para el ego que le permite calificar a sus relacionados y decidir cómo
apreciarlos y recompensarlos, o cómo desdeñarlos y relegarlos.
La insuficiencia para el
ego es una limitación que le pone en conflicto con circunstancias y relaciones
que juzga por los resultados, según su consideración de ganancia o de pérdida.
El mundo para el ego es
un escenario de conquista donde considera adecuado utilizar estrategias de
avasallamiento, de persuasión demandante, de control.
El ego interpreta la
complacencia como una ofrenda y un tributo a su importancia y a los requisitos
de saciedad que le son característicos.
Cuando los cuidados y la
obediencia a sus requisitos no le son prodigados, el personaje es acuciado por
su ego a la protesta, al enojo, al conflicto y a la disociación. Es posible que
saque a relucir su instrumento de manipulación predilecto, la condición de
víctima, con la consecuente asignación de la culpa o de las culpas. Hace
manifiesta la insuficiencia que es su medición de escasez y la frustración, que
es su respuesta psicológica de rechazo.
Lo propio del ego es su
condición de ente parasitario, vociferante, tramador de guiones y relaciones
ideales que la vida le permite cumplir solo a retazos y que ahuyentan las
asociaciones apacibles, amables y fluidas.
Obtener la complacencia
regularmente y mantener una menuda suficiencia lleva al ego a la presunción de
un aplacado y cándido estado de satisfacción que equipara con felicidad y
éxito.
Cuando nuestras mentes
despliegan la complacencia y la insuficiencia como valores fundamentales en la
relación con las cosas y los seres vivos, el amor posiblemente esté ausente.
El amor se recrea en las
relaciones generosas, dadivosas, ecuánimes, fructíferas, cooperativas, donde la
alegría, la calidez y la libertad pueden ser expresadas sin yugos y sin
limitaciones.
Desde otra visión del
panorama de la existencia, lo que llamamos felicidad y que es provisto por
otros o por el mundo exterior, está completamente supeditado a las
circunstancias y a la idiosincrasia de los participantes, que son transitorias,
inestables, cambiantes, contenidas en el prodigio del instante e inasibles como
la invisible y fresca brisa en el verano.
Hugo Betancur (Colombia)
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