El texto que aparece abajo no es transcripcion de la charla de este video:
Jiddu Krishnamurti
Saanen 1983, charla 3.
Hemos hablado muchísimo acerca del tiempo,
del pensamiento y de la relación que el tiempo tiene con la muerte. ¿Qué
relación tiene el pensamiento, el pensar, con esta cosa extraordinaria llamada
muerte? Si uno le tiene miedo a la muerte, entonces jamás verá la dignidad, la
belleza y profundidad de la muerte. El miedo es causado por el pensamiento y el
tiempo. Eso ya lo hemos investigado muy detenidamente. El miedo no existe por
sí mismo. Existe cuando hay exigencia de seguridad, no sólo seguridad biológica,
física, sino mucho más. Al parecer, los seres humanos exigen, requieren,
insisten en estar psicológicamente seguros.
Por lo tanto, tenemos que investigar la
seguridad, que consiste en sentirse a salvo, protegido. La seguridad significa
protección, ¿no es así? Yo tengo que proteger aquello que me ofrece seguridad,
ya sea la seguridad de la posición social la seguridad del poder, o la
seguridad de muchas posesiones. Tener millones en el banco nos da una gran
sensación de seguridad. Poseer un buen chalet nos da seguridad. La seguridad
implica también tener una compañera o un compañero que estará junto a uno, que
lo ayudará, que lo confortará, que le dará lo que él o ella necesitan. Así es
como buscamos seguridad en la familia. La buscamos en la comunidad, en la
nación, en la tribu; y esa misma condición tribal, nacionalista, impide esa
seguridad, porque hay guerra, porque una tribu mata a otra tribu, porque un
grupo destruye a otro grupo. De modo que físicamente se está volviendo más y
más difícil estar seguro. Los terroristas pueden penetrar en esta carpa y
volarnos a todos.
Nosotros no sólo necesitamos seguridad
física, sino que también buscamos la seguridad psicológica. La seguridad
psicológica es nuestra mayor exigencia. Pero nos preguntamos: ¿Existe en
absoluto la seguridad psicológica? Tengan la bondad de formularse a sí mismos
esta pregunta que es realmente muy seria: Internamente, subjetivamente, como si
dijéramos dentro de la piel, ¿existe en absoluto seguridad alguna? Yo puedo
depender de ustedes como auditorio, y ustedes pueden depender de mí como
orador. Si quien les habla buscara seguridad en ustedes y no tuviera a nadie a
quien hablarle, entonces se sentiría terriblemente inseguro. ¿Existe, pues, en
absoluto la seguridad psicológica?
El mundo está cambiando constantemente de
día en día; es un fluir tremendo. ¡Es algo tan obvio! Físicamente uno necesita
un poco de seguridad para sentarse aquí, para que discutamos juntos, pero eso
se está restringiendo gradualmente. Uno no puede hacerlo en los países
comunistas. De modo que uno reconoce el hecho de que psicológicamente no existe
la seguridad. Ésa es la verdad: psicológicamente, la seguridad no existe. Yo
puedo tener una creencia, puedo tener fe, pero viene alguien y destroza todo
eso. Cuando más me fortalezco en una creencia, más puede esa creencia ser
despedazada. Puedo tener fe en algo, en un símbolo, en una persona, pero eso
puede ser destrozado por los argumentos, por la lógica. De manera que no existe
en absoluto la seguridad psicológica. Aunque la hayamos buscado, aunque hayamos
tratado de realizarnos, de hacerlo todo para sentirnos psicológicamente
seguros, al final de ello está la muerte.
Está la muerte. Y la muerte es la cosa más
extraordinaria. Pone fin a la larga continuidad. En esa continuidad esperamos
encontrar la seguridad, porque el cerebro puede funcionar excelentemente sólo
cuando está completamente seguro -seguro con respecto al terrorismo, seguro en
una creencia, seguro en el conocimiento, etc., etc. Todo eso toca a su fin
cuando llega la muerte. Yo puedo tener esperanzas en la próxima vida y toda esa
tontería, pero la muerte es realmente el final de una larga continuidad. Yo me he
identificado con esa continuidad. Esa continuidad soy yo. Y la muerte dice: «Lo
lamento, viejo, ése es el final». Y uno no está asustado de la muerte,
realmente no lo está, porque uno está viviendo constantemente con la muerte o
sea que está muriendo constantemente. No continuando y muriendo, sino muriendo
cada día para todo cuanto uno ha acumulado, memorizado, experimentado.
El tiempo nos da la esperanza, el
pensamiento nos brinda consuelo, nos asegura una continuidad, y decimos:
«Bueno, en la próxima vida...» Pero si no termino con esta tontería ahora, con
la estupidez, con las ilusiones y todo eso, esas cosas estarán ahí en la
próxima vida si es que existe una próxima vida.
De modo que el tiempo, el pensamiento, dan
continuidad, y nosotros nos aferramos a esa continuidad, por lo cual hay miedo.
Y el miedo destruye el amor. Amor, compasión y muerte. No son movimientos
separados.
Nos preguntamos, pues: ¿Podemos vivir con
la muerte, y pueden terminar el pensamiento y el tiempo? Está todo relacionado.
No separen el tiempo, el pensamiento y la muerte. Es toda una sola cosa.
¿Acaso no es violencia y corrupción tener
seguridad física mientras otros se mueren de hambre?
¿Quién formula esta pregunta? Por favor,
quien les habla se lo está preguntando a ustedes: ¿Quién ha formulado esta
pregunta? ¿Es el hombre que está físicamente seguro y tiene consideración del
pobre, por el que padece hambre, o es el que padece hambre el que pregunta
esto? Si usted y yo estamos bien acomodados, podemos formular esta pregunta. Si
usted y yo fuéramos realmente muy pobres, ¿formularíamos esta pregunta? Vea,
hay demasiados reformadores sociales en el mundo, los ‘benefactores’. No
examinaré eso ahora porque no tenemos tiempo para ello. Considérenlo
cuidadosamente. Haciendo algo por el pobre, ¿no se están realizando ellos
mismos en el trabajo social? Cuando quien les habla estuvo en la India se le
formuló esta pregunta: «¿Qué hace usted por los pobres? Ellos se están muriendo
de hambre, usted se ve bien alimentado; ¿qué hace usted?» Por lo tanto, digo:
¿Quién formula esta pregunta? Quien les habla no la está eludiendo. Él ha sido
criado en la pobreza. ¿Es, entonces, él cuando era joven y vivía en la pobreza,
el que formula esta pregunta?
En el mundo hay mucha miseria; están los
barrios pobres y superpoblados donde se vive en condiciones espantosas (En
Suiza, aparentemente, no existen esos barrios. ¡Gracias a Dios!) Y también hay
ghetos, hay gente muy, muy, muy pobre que sólo puede tener una comida diaria,
etc., etc. ¿Qué hacemos al respecto? Ésa es realmente la pregunta, ¿verdad?
Usted tal vez sea rico, y puede que yo no sea tan rico, pero la pregunta es:
Nosotros, seres humanos que vemos todo esto, ¿qué hacemos al respecto? ¿Cuál es
nuestra responsabilidad? ¿Estamos preocupados por favor, no estoy evadiendo la
pregunta- estamos preocupados por la pobreza? Pobreza. ¿Qué significa eso?
¿Pobreza física? ¿O pobreza psicológica? ¿Comprenden? Ser pobre
psicológicamente, en el sentido de que uno puede poseer muchísimos
conocimientos acerca de la psiquis pero sigue siendo pobre. El psicoanalista es
pobre, y trata de corregir a la otra persona que también es pobre.
¿Qué es, entonces, la pobreza? Ser pobre,
carecer de refinamiento, ser un ignorante... Entonces, ¿qué es la ignorancia?
¿No haber leído libros, no saber escribir, tener una comida diaria, vestir un
taparrabo? ¿O la pobreza comienza en lo psicológico? Si soy rico internamente,
puedo hacer algo. Si yo mismo soy pobre internamente, la pobreza externa nada
significa.
Tenemos que comprender, pues, no sólo qué
es la pobreza, sino también todo lo que esa comprensión implica: simpatía,
generosidad. Si uno posee una camisa, la da. Una vez, quien les habla estaba
caminando bajo la lluvia en la India cuando se le acercó un niño diciendo:
«Dame tu camisa». Yo dije: «Muy bien». Y se la di. Entonces dijo: «Dame tu
camiseta». Yo le contesté: «Un momento. Ven conmigo a la casa. Podrás tener
cualquier cosa que quieras, alimento, ropa, lo que gustes dentro de ciertos
limites, desde luego». Así que vino conmigo tomado de mi mano; era muy pobre,
estaba sucio. Llovía a cántaros y caminamos juntos hasta la casa. Lo dejé solo
y subí al piso de arriba para conseguirle algunas ropas. Y el niño se puso a
recorrer la casa examinando cada aparador, curioseándolo todo. La persona con
la que se hospedaba quien les habla, atrapó al niño y le preguntó: «¿Qué estás
haciendo en esta parte de la casa?» «Él me pidió que entrara», contestó el
niño. «Pero no te pidió que subieras al piso de arriba y lo examinaras todo.
¿Por qué lo estás haciendo, entonces?» Y el niño se asustó bastante y dijo: «Mi
padre es un ladrón». Él estaba inspeccionando la casa.
De modo que tenemos que habérnoslas con la
pobreza no sólo externamente, sino también internamente. Tal vez no habría
pobreza en el mundo si las naciones se reunieran y dijeran: «Tenemos que
resolver este problema». Podrían hacerlo. Pero las nacionalidades las dividen,
las comunidades las dividen, las religiones las dividen. Y así es como todo el
mundo se opone a una clase de acción que deseche todas nuestras nacionalidades,
nuestras creencias, nuestras religiones, y realmente ayude a que, trabajando en
conjunto, solucionemos este problema externo de la pobreza. Nadie hará esto.
Hemos hablado con los políticos, con personas que ocupan las más altas
posiciones, pero ellas no se interesan en esto. De modo que comencemos con
nosotros mismos.
¿Cómo puede nuestro limitado cerebro captar
lo ilimitado, que es belleza y verdad? ¿Cuál es la base de la compasión, de la
inteligencia, y cómo puede ello dar realmente con cada uno de nosotros?
¿Correcto? ¿Está clara la pregunta?
¿Cómo puede nuestro limitado cerebro captar
lo ilimitado? No puede, porque es limitado. ¿Podemos captar la significación,
la profundidad de la característica del cerebro y reconocer el hecho -el
hecho, no la idea- de que nuestros cerebros están limitados por el
conocimiento, por las especialidades, por las disciplinas particulares, por
pertenecer a un grupo, a una nacionalidad y todo eso, lo cual es básicamente el
interés propio disimulado, oculto por toda clase de cosas túnicas,
guirnaldas, rituales? Esencialmente, esta limitación aparece cuando hay interés
propio. ¡Es tan obvio! Cuando yo me intereso en mi propia felicidad, en mi
propia realización, en mi propio éxito, ese mismo interés propio limita la calidad
del cerebro y la energía del cerebro como lo explicamos, quien les
habla no es un especialista en cerebros, aunque ha hablado al respecto con
algunos profesionales.
Ese cerebro, por millones de años, ha
evolucionado con el tiempo, la muerte y el pensamiento. La evolución implica
toda una serie de acontecimientos temporales, ¿no es así? Para elaborar todos
los rituales religiosos se necesitó tiempo. Así, el cerebro se ha condicionado,
se ha limitado por su propia voluntad, buscando su seguridad propia,
manteniéndose dentro de su propio corral, diciendo: «Yo creo», «yo no creo»,
«estoy de acuerdo», «no estoy de acuerdo», «ésta es mi opinión», «éste es mi
juicio» interés propio. Ya sea en las jerarquías religiosas, o entre los
diversos políticos notables, o en el hombre que busca el poder a través del
dinero, o en el profesor con sus tremendos conocimientos académicos, o en los
gurús todos los cuales hablan de bondad, de paz y esas cosas- ello forma parte
del interés propio. Enfréntense a todo esto.
De este modo nuestro cerebro se ha vuelto
muy, muy, muy pequeño, no en su forma o tamaño, sino que se ha reducido en su
calidad, la cual posee una capacidad inmensa. Inmensa. El cerebro ha progresado
tecnológicamente, y también tiene una capacidad inmensa para penetrar muy, muy,
muy profundamente en lo interno, pero el interés propio lo limita. Es algo muy
sutil poder descubrir dónde se oculta el interés propio. Puede ocultarse detrás
de una ilusión, en la neurosis, en el fingimiento, en algún nombre de familia.
Para descubrirlo, hay que mirar debajo de cada piedra, de cada brizna de
hierba. O uno se toma tiempo para descubrirlo, lo cual nuevamente se vuelve una
esclavitud- o uno ve la cosa, la capta, la percibe instantáneamente. Cuando la
percepción es completa, abarca la totalidad del campo.
El interlocutor pregunta, pues, cómo puede
el cerebro, que está condicionado, captar lo ilimitado que es belleza, amor y
verdad. Pregunta cuál es la base de la compasión y la inteligencia, y si ello
puede dar con nosotros, con cada uno de nosotros. ¿Invita usted a la compasión?
¿Invita a la inteligencia? ¿Invita a la belleza, al amor, a la verdad? ¿Trata
usted de captarlos? Se lo pregunto. ¿Trata usted de captar la calidad de la
inteligencia y la compasión, el inmenso sentido de la belleza, el perfume del amor,
y esa verdad hacia la cual no hay sendero alguno? ¿Es eso lo que usted está
tratando de captar, desea descubrir la tierra donde ello reside? ¿Puede captar
esto el limitado cerebro? Usted no puede captarlo, no puede asirlo, aunque
practique toda clase de meditaciones, aunque ayune y se torture a sí mismo y se
vuelva terriblemente austero y vista un taparrabo o una túnica. El rico no
puede dar con la verdad, ni lo puede el pobre, ni las personas que han tomado
votos de castidad, de silencio, de austeridad. Todo eso lo determina el
pensamiento, lo produce consecuentemente el pensamiento; todo es el cultivo de
un pensamiento deliberado, de un propósito deliberado. Como una persona que le
dijo a quien les habla: «Denme doce años y haré que vean ustedes a Dios».
Por eso, como el cerebro es limitado, haga
usted lo que haga, se siente con las piernas cruzadas en la postura del loto,
entre en trance, medite, se pare sobre la cabeza o en una sola pierna, haga lo
que haga, jamás dará con ello. La compasión no llega de ese modo.
Por lo tanto, uno tiene que comprender qué
es el amor. El amor no es sensación. El amor no es placer, deseo, realización.
El amor no es celos, no es odio. El amor contiene simpatía, generosidad y
tacto, pero estas cualidades no son el amor. Comprender eso, dar con eso,
requiere un gran sentido de apreciación de la belleza. No la belleza de una
mujer o de un hombre o de una estrella de cine. La belleza no está en la
montaña, en los cielos, en los valles o en el ondeante río. La belleza existe
sólo donde hay amor. Y la belleza como el amor, es compasión. No hay suelo en
que la compasión se asiente para nuestra conveniencia. Esa belleza, ese amor,
esa verdad es la más elevada forma de inteligencia. Cuando esa inteligencia
existe, hay acción, claridad, un extraordinario sentido de dignidad. Es algo
inimaginable. Y lo que no puede imaginarse, lo ilimitado, no puede ser puesto
en palabras. Puede describirse, los filósofos lo han descrito, pero los
filósofos que lo han descrito no son aquello que han descrito.
Para dar, pues, con este gran sentido de la
belleza, el yo, el ego, la actividad egocéntrica, el devenir, han de estar
ausentes. Tiene que haber en uno un gran silencio. Silencio
implica vacío de todo. En ese vacío hay un vasto espacio. Donde existe ese
vasto espacio, hay una energía inmensa, -no la energía del interés propio- una
energía ilimitada.
Otras ideas de vida en:
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